LIBROS DE TEXTO. PARTE I

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Hoy comenzamos una serie recopilatoria de posts de uno de los autores más seguidos de nuestro Magazine. La temática en torno a la cual gira es la de los libros y, más concretamente, aquellos destinados para el colectivo de estudiantes. Su autor, Josep María Turuguet, quien cuenta con más de cien artículos publicados en INED21, ha sido uno de los referentes más consultados por los miembros de la Comunidad INED21. Os dejamos, pues, con su agudo pensamiento. Para Nosotros, siempre es un placer leerle.

INED21


Libros de texto

Parte I

Si el libro de texto es sólo un recurso más y debe completarse con muchos otros, me temo que las cuentas no salen.

Según ANELE, el negocio del libro de texto en la ESO mueve 187,03 millones € anuales. Si multiplicamos los 11808.502 alumnos del curso 2012-2013 por los 200 € tópicos obtenemos 361,70 millones €. Cerca de la mitad se van en alternativas pedagógicas, reutilización, uso compartido o el 10% de editoriales que no están en ANELE.

Junto a estas consideraciones, pueden leerse lamentos de editores y quejas de competencia desleal (regalos a profesores, etc.), de incoherencia de las administraciones, de esfuerzos no recompensados en digitalización

El gremio está preocupado. Las familias no pueden más. Se reutilizan y comparten los libros. La apuesta digital está dando muchos más gastos que réditos. Las ventas bajan. Las administraciones presionan en sentidos opuestos. Y los septiembres siempre están a la vuelta de la esquina.

¿Alguien se ha preguntado si la inversión en libros de texto que simplemente se remodelan o se redecoran año tras año es sostenible? ¿Es una inversión educativa?

Voy a polemizar

Creo que es una inversión absurda. Cuando alguien descubre que los jóvenes no están científicamente al día y se saca de la manga una asignatura como “Ciencias para el mundo contemporáneo” para tapar el agujero, alguien más atento debería darse cuenta que es el sistema y su instrumento estrella el que falla. ¿Tal vez fallaba la “filosofía de la ciencia” en los textos tradicionales de Ciencias? ¿A qué podía deberse?

El libro de texto es una inversión administrativa, no educativa. Y los editores podrían hacer cosas mucho mejores para apoyar a los maestros que resúmenes fungibles de la cultura humana o recetas educativas de cocina rápida. Y meter los libros de texto en discos duros sería como luchar las futuras guerras electrónicas con ejércitos en línea.

El manual de aprendizaje es adecuado para enseñanzas obligatorias y especializadas. Para aquellos saberes que tienen una línea de aprendizaje conocida e inequívoca. Y no es el tipo principal de saberes que se manejan hasta los 16 años. Hasta ahí uno se educa para saber si lo suyo será el estudio concienzudo o la habilidad y el conocimiento profesional. Y lo principal será tener una “visión del mundo” que le permita ser ciudadano y personaje en esta gran película de la vida. Nada de esto se consigue con un instrumento tan caro y cerrado como el libro de texto. Repito, un material fungible que reutiliza materiales una y otra vez, que se pone al día con una lentitud desesperante (recuerden las “Ciencias para…).

¿Alternativa? Ha de haberla porque cada profesor no puede atender a las necesidades concretas de sus alumnos y encima prepararse todo el material (si no es recurriendo de vez en cuando a algún “pirateo”). Pues creo que hay alternativa. La explico.

El libro de texto es una inversión administrativa,

no educativa

Educación de autor

Por el monto que se dedica al libro de texto, las editoriales podrían publicar pequeños libros de divulgación, adaptaciones y presentaciones literarias y currículos murales para cada biblioteca de aula de ESO de cada instituto (¿seguirá siendo el conceptismo un tema de examen? ¿quién sabría definirlo con rigor y vendérselo a un adolescente?). Y Podría dotárselas también de cajones de murales de trabajo con mapas, gráficos, genealogías, esquemas, fotografías, pinturas, etc con su correspondiente aparato didáctico, no para mostrar, sinó para trabajar en grupo. Otro material escolar. Un negocio nuevo para sustituir el anterior.

Lectura real (no estudio memorístico), diálogo, debate, trabajo… Algo que maestros bien preparados (recuerden AQUÍ EMPIEZA TODO) podrían dirigir a buen puerto durante un curso.

Imaginemos un aula de 35 alumnos. Tienen una biblioteca de 2.500 volúmenes (de momento) adecuada al currículo limitado y razonable que está siempre a la vista en forma de mural (se pueden tener también en tableta o rayo cósmico). Cualquier tema que deba abordarse aquel  curso cuenta con al menos 40 o 50 libros. Son cortos, amenos y argumentados.

Todo el mundo puede leer a la vez. Cada libro explica con estilo asequible (redactado “en bata y zapatillas”) un aspecto del tema sin perder de vista el conjunto (trabajo de los editores).

Son libros de autor (“plumas” de la educación), voces que el profesor armonizará con batuta experta, no productos industriales de maquetación.

Cultura no fungible

Breves, se leen en pocas horas. Forman una de las muchas bibliotecas de aula, cultura no fungible que crece y se actualiza. Que no depende de septiembre sino que aumenta todo el año. Que costea toda la sociedad de una forma mucho más flexible que los libros de texto. La biblioteca no la poseen los alumnos, pero no hace falta, la posee la comunidad y le dura. Cada cual puede comprar uno de los libros que le haya gustado o le haga falta (10 € a lo sumo).

También lo tendrá en clase. Aproximación de cultura escolar y cultura popular. Las familias podrán implicarse en la compra, las decisiones de compra (que siempre pertenecerán al claustro o al profesor en última instancia) y en la gestión (procurando bibliotecario fuera de horas lectivas).

Son libros de autor

NO productos industriales de maquetación

Una manera de que toda la tribu enseñe y aprenda. Y quedará dinero para pizarras digitales, microscopios digitales y cualquier cacharro digital que pueda inventarse en cualquier futuro (al menos hasta que se implanten ordenadores cuánticos en la sién a precio asequible y cristalinos con zoom y macro en el ojo).

Educación industrial

Me doy cuenta de que «educación de autor» es una etiqueta pretenciosa, pero tiene su explicación.

Yo diría que la educación que tenemos es bastante industrial. Quien haya escrito para libros de texto tendrá que haberse peleado con el número de caracteres, palabras y páginas. La maqueta manda mucho. Después están la tradición y la corrección. Si no se las impone uno ya se las impondrá el editor. El «texto» ha de ser intachable, incuestionable, será mirado con lupa.

Si tiene éxito se le seguirá a pies juntillas.

Si el maestro que da con él tiene una fuerte personalidad, el «texto» pasará a segundo plano y las familias le requerirán porque lo usa poco con el gasto que comporta.

Sé que muchos no estarán de acuerdo pero yo veo una cierta lucha de personalidades o «voces».

Yo lo que propongo es que en la educación haya todas las personalidades, todas las «voces» posibles. Creo que es la única manera de que no destaque ni la editorial ni el profesor, sino que destaque el alumno como juez último. No porque mande el alumno. No porque el alumno sepa lo que es bueno. Sino porque el contraste haya sido tan intenso que el sentido común se abra camino, que hasta los adolescentes lo tienen con ayuda del profesor. Modestas editoriales y modesto profesor.

Empezaré por las editoriales. Les cortaré el presupuesto para libros de texto (60.000 € poner uno en marcha, me dijo un editor en 2000). Les asignaré una nueva tarea.

Tarea nueva de las editoriales

Poner el currículo oficial en mural o cartilla para el aula o para el alumno. Tal vez 5 € por mural y 1 € por cartilla, que podría incluir todas las asignaturas del curso (para ir marcando y tachando, ya saben, pocas páginas y papel barato, que hay que educar a los jóvenes en la conservación de lo importante).

Publicar libros para el currículo. ¿Qué clase de libros? Aspectos del currículo motivados y motivadores. Con ideas, sentido, argumentos, humor (leve) y problema o modestia. Breves, que un joven no se compromete mucho si no sabe si vale la pena, el libro ha de ganárselo.

Con un pelín de aparato y apéndices, para que se acostumbre al rigor y a la documentación. Se pueden editar pequeñas bibliografías para un tema (pongamos la prehistoria) o libros singulares que muestren aspectos nuevos, perspectivas nuevas o avances científicos. Todos ellos se contendrán en la Biblioteca de Aula.

La biblioteca será el «libro de texto» común para toda la clase. Tal vez un cincuenta por ciento del tiempo escolar consistiría en ir leyendo, discutiendo en grupo o en clase y ordenando. El contenido de la biblioteca se difundiría entre iguales al tiempo que se discuten las cuestiones. El resto, moverse, componer, explicar en voz alta o por escrito, en solitario o en grupo, autopublicarse y todo lo que el maestro, ahora auténtico director de orquesta, juzgue mejor para que sus alumnos se vuelvan competentes en todo. Pero volvamos a los libros.

Un joven no se compromete mucho si no sabe si vale la pena,

el libro ha de ganárselo

¿Qué clase de libros? Me temo que los maquetistas y especialistas en artes gráficas perderían algo de peso de momento, pero sabrían reencontrarlo. Serían libros de autor. Lo explico un poco festivamente en un post de mi blog.

Libros escolares de autor. Señores editores, piensen en la cultura, no en el currículo ministerial. El mundo no cambia porque suba un ministro nuevo. Está ahí y avanza por su cuenta. Hay mucha gente capaz de explicarlo con brío y rigor. Científicos que antes sólo se acordaban de los jóvenes y los niños cuando se jubilaban y entonces publicaban un librito infantil.

¡No señor, su trabajo es en realidad para ellos! Periodistas cuya profesión les hace estar atentos a los avances de la ciencia. Profesores de instituto o de escuela que llegan a dominar temas y saben mejor que nadie cómo hacerse entender. Profesionales implicados en procesos económicos, sociales o culturales que, además, aman a los niños y a los menos niños.

Y empresas, ¿por qué no?, que quieran divulgar su proyecto a la comunidad. Todos ellos capaces de ser magníficos ejecutores de una melodía cultural joven dirigida por editores expertos y amantes de la pedagogía (se supone que ya lo eran).

Señores editores, piensen en la cultura,

no en el currículo ministerial

Editores que cuiden su marca de estilo y que se singularicen por los temas que ponen en circulación o las perspectivas que aporten al saber de las futuras generaciones (me hubiera gustado saber por mis libros escolares que la pata de un caballo no era, en el fondo, tan distinta de la mía).

Pequeñas editoriales: La educación ya no sería un coto privado de los grandes grupos editoriales. Los pequeños sellos podrían aportar sus granitos de arena y el saber y la creatividad social saldría ganando. Y de paso, los profesores también estarían al día con poco esfuerzo. Porque, ¿es a los adultos a quienes hemos de explicar cómo puede ser el mundo futuro?

¿Por qué se divulga tanto para adultos que ya tienen profesión y tan poco para jóvenes que necesitan vocación? De estudiar lo que el Estado y la industria diseña para los jóvenes a leer y discutir lo que la sociedad tenga que decir a todos los jóvenes. Estoy seguro que ese saber más «liberal» tendrá más permanencia y más recorrido en las mentes que toda la «prescripcion curricular» que intenta embutirse ahora. Y tal vez empezaremos a hacer bueno el dicho de que «toda la sociedad educa a un niño».

Muleta perfecta

Hasta ahora, he hablado mal de los libros de texto. Y me sabe mal, porque hay mucha gente que los hace con verdadero amor y muchos más que los tienen en uso con evidente alivio. No es que me arrepienta de lo dicho, pero no quisiera ser injusto. Sigo pensando que los libros de texto son adecuados para enseñanzas vocacionales y procesos unívocos y que eso no es lo propio de la Educación Obligatoria, sea Primaria o Secundaria. Cuando uno persigue un fin, de alguna manera oposita. Antes, no. Yo diría que eso empieza en el bachillerato que, de momento, es No Obligatorio.

Cierto que los libros de texto procuran sostén, seguridad, orden, línea metodológica y muchas cosas más. Por eso son la muleta perfecta. Para profesores y alumnos. Seguridad y sostén en la enfermedad porque el maestro no es de hierro, orden en la clase porque ocupa a los desocupados (supongámoslo), línea metodológica porque se supone que hay un pedagogo en él. En fin, doscientos años lo acreditan. Pero el mundo ha cambiado, como explicaré en próximos posts, y lo bueno tal vez no lo era tanto si se encuentra algo mejor.

Para no ser maximalistas podemos salvar lo que tenga valor: su papel de recordatorio del currículo y rechazar lo que puede ser peligroso: su función de muleta. Sí, muleta, porque ¿cuántos presuntos maestros han podido renunciar a serlo de verdad gracias a él? ¿Cuántos alumnos estudian el día antes porque «el texto» siempre lo tienen a mano? Creo sinceramente que el libro de texto convierte el reto de aprender en la obligación de opositar. Pero puede cambiar.

Cuadernillo de texto

Un curso, ocho asignaturas, los títulos, los conceptos, cuatro páginas por asignatura, 32 páginas, un cuadernillo en blanco y negro, 2 euros a lo sumo, gasto en libros de texto de un curso de la ESO.

Familias, ¡dejad de temblar! No temáis a septiembre. De hecho las editoriales podrían darlo perfectamente gratis. En realidad no es un libro, es un servicio adicional. Su negocio es otro. Los libros, los auténticos. Aquellos con los que el joven «verá» el mundo y/o descubrirá las dudas y perplejidades que darán su auténtico trabajo al maestro.

Y esos libros no son de nadie, son comunes. Ni siquiera de la escuela o instituto. Ni del Gobierno. Son de la comunidad o de la Sociedad, como suele decirse. Las asociaciones de padres ya descubrirán la manera de aprovechar las bibliotecas de cada aula (con rigor, que los libros desaparecen mucho y con las cosas de educar no se juega).

El libro de texto convierte el reto de aprender en

la obligación de opositar

¿Y para qué sirve un libro de texto así? Pues eso, para recordar, para repasar lo que se tiene y lo que no, lo que se sabe y lo que no, lo que falta. Se marca, se tacha se añaden comentarios. Eso, sí, no hay que perderlo. La manera de llevarlo ya es un criterio de evaluación. Pero no es una muleta. No asegura nada. Le marca al alumno sus retos, le obliga a moverse. El joven que ignore ese cuadernillo «de texto» es también el tipo de joven que ignorará un libro de texto mucho más caro.

Y ese amor que antes ponían los editores en hacer productos industriales bonitos y útiles podrá abrirse a objetos más pequeños y más modestos. Modestos en producción industrial, pero ambiciosos cultural y pedagógicamente. Podrán investigar infinidad de lenguajes divulgativos, explorar todas las metáforas, ensayar multitud de presentaciones con poco riesgo económico. Pero aún más. Cojamos un libro de texto al azar y hojeémoslo. Contiene infinidad de tesoros mal aprovechados.

Esa reproducción de La Primavera de Botticelli en un rincón de la página… O esa ilustración que, aún a doble página, aparece demediada… O ese increíble gráfico de población enriquecido que nos dice cuántos éramos y cuántos somos… O ese mapa temático, o las conjugaciones o la taxonomía de los mamíferos… Hagámoslas salir del libro donde a duras penas consiguen poco más que miradas distraídas.

Hagámoslas a buen tamaño (A3 o superior) en carton plastificado, resistente, brillantes. «A ver, ¿quién tiene La escuela de Atenas? o ¿Alguien ha visto La Anunciación? ¿Cuál?». «¿Habéis visto la Genealogía de los reyes de Francia?«. Ssssh, en clase no se grita, pero da gusto ver que ciertas cosas han cobrado personalidad. Y que no son propiedad de todos, sino que han de compartirse y con el contacto, se difunden.

No seré el primero ni el último que dice que los jóvenes aprenden mejor unos de otros y todos con el profesor. Ni que lo que uno consigue por sí mismo es lo que realmente hace crecer. Los jóvenes no necesitan unos cuantos libros donde esté todo lo que no quieren aprender. «El tiranosaurio quiere cazar, no que le den de comer» que dirían en Parque Jurásico.

Los «pequeños tiranosaurios» se harán mayores

yendo a reconocer la selva

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