Muchos problemas de efectividad y sufrimiento que enfrentamos los seres humanos en nuestras relaciones –y en las organizaciones de las que formamos parte– se encuentran íntimamente relacionados con las incompetencias que presentamos en la forma mantener conversaciones.
Reclamos, quejas y discusiones por no sentirnos escuchados, declaraciones no realizadas; pero esperadas, dificultades en la coordinación de acciones, silencios incómodos y un largo etcétera que nos hacen preguntarnos por la naturaleza de las conversaciones.
Aprender a conversar es una necesidad
Martin Buber, el gran filósofo austriaco de la primera mitad del siglo XX, afirmaba que los seres humanos desarrollaban su existencia en permanentes conversaciones y estas se daban en tres niveles:
- Conversaciones consigo mismo.
- Con los demás.
- Y, con Dios, o con el misterio de la vida.
A juicio de Buber, las conversaciones son el acontecimiento fundamental de la vida misma.
Lo primero que podemos afirmar entonces es que las conversaciones nos ocurren, nos habitan, nos inundan. Como seres sociales, nuestra vida es fundamentalmente una práctica conversacional. Ellas están siempre presente en todos los ámbitos vitales.
Son la clave para comprender como somos los seres humanos: Seres conversacionales. Todo lo que hacemos lo hacemos conversando. En definitiva, somos nuestras conversaciones.
Las conversaciones constituyen una red dinámica de relaciones que los seres humanos sostienen unos con otros, en las que se encuentran e interactúan colocando en juego una triple dimensión: lenguaje, cuerpo y emociones.
Aprender a conversar entonces es un imperativo, el elemento basal que sostendrá el éxito o fracaso de todas nuestras relaciones, pertenencia a diferentes sistemas sociales y la consecución de aquello que aspiramos como resultados.
Hacia una definición de Conversación
Pero ¿Qué son las conversaciones? ¿A qué nos referimos cuando hablamos de conversaciones? ¿Cuál es la carga emotiva que esta palabra posee? ¿Qué papel ocupan las conversaciones en la vida de los seres humanos, en sus relaciones, en su vida cotidiana y en las decisiones trascendentales que se toman?
¿Qué impacto tienen estas en la familia, la escuela y las relaciones? ¿Cómo se conversa en mi familia? ¿Se conversa? ¿De qué se conversa? Incluso podríamos preguntarnos: ¿de qué se conversa cuando no conversamos de aquello que deberíamos conversar?
Las conversaciones pueden ser definidas como una interacción entre dos o más personas que a partir de un espacio y tiempo construyen una relación de mutua transformación y que como resultado de la misma, no serán las mismas una vez concluida la conversación.
Esta primera aproximación permite afianzar la definición en 2 conceptos claves: interacción y transformación.
Condiciones para que exista una Conversación
Cada vez que se inicia un proceso conversacional, para que este sea definido como tal, requiere que se cumplan dos condiciones básicas, que llamaremos requisitos de “apertura” o de “doble apertura”:
- La apertura a transformar al otro(a) con mi palabra. Cada vez que entramos en una conversación lo hacemos con la esperanza, el compromiso y la creencia que con nuestro hablar podemos afectar, influir e incluso cambiar al otro.
- La apertura a dejarme transformar por el otro, por su palabra, mediante la escucha. Cada vez que entramos en una conversación, lo hacemos con la disposición de que existe la posibilidad que el hablar del otro me puede afectar, influir y también cambiar.
Cuando dos o más personas deciden iniciar una conversación, tienen claridad de cómo entran en ella, pero desconocen completamente como saldrán, porque ingresan en un territorio inexplorado pero que se construirá bajo la responsabilidad de los participantes.
La inexistencia de cualquiera de estas condiciones básicas, imposibilita una conversación que por su naturaleza es un espacio de interacción y transformación de los participantes y de la propia relación.
- Si sólo me interesa hablar a mí y no tengo interés alguno en saber que le ocurre al otro, estamos en presencia de un monólogo (imposición).
- Si no quiero hablar y sólo recepciono pasivamente lo que el otro quiere señalarme, entonces hablamos de un sometimiento (resignación).
Bien podríamos decir entonces: “dime cómo y de qué conversas y te diré el alcance de tus posibilidades”.
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