El dilema de la ortografía

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Reglas de ortografía es un expresión que muchas personas asocian a una mala experiencia escolar. Una vez conocí un caso en el que un alumno tuvo un diez en un trabajo. Sin embargo, ante una gran cantidad de faltas de ortografía, su profesor le fue descontando décimas hasta poner su nota final: un cero.

Aunque parezca una exageración, situaciones similares siguen ocurriendo, incluso en el ámbito universitario. Es el dilema de la ortografía.

Que conste de entrada que, como docente de Lengua, soy un firme defensor de la pulcritud y la corrección, tanto en la expresión oral como en la escrita. Sin embargo, basar las estrategias de mejora que desplegamos en el castigo ante acumulación de incorrecciones ortográficas, creo que tiene dudosa eficacia, si lo que queremos es que escriban mejor.

Por el mismo motivo, si calibramos de igual manera los errores en la expresión oral cuando, por ejemplo, un estudiante presenta un trabajo hablando ante un público en directo o en una grabación que nos entregue, también deberíamos descontar decimales según los errores que tuviese, de acuerdo con las normas de la oralidad.

No parecería descabellado hacerlo, ya que el peso de las destrezas orales en el currículo de Lengua es el mismo que el de las destrezas relacionadas con la escritura, en comprensión y en expresión. Sin embargo, no suele hacerse: hay una fijación especial, manida desde épocas pasadas, por la ultracorrección en el soporte escrito.

reglas de ortografia

Reglas de ortografía

El uso correcto del lenguaje, según los criterios fijados en el español normativo, debe trabajarse, claro que sí. Pero creo que debe hacerse al igual que se trabajan otros elementos curriculares, en su justa medida. Es decir, como parte del criterio de evaluación correspondiente, y como un aprendizaje imprescindible dentro de este, a la par que otros que pudieran tener igual importancia o incluso más.

Además, si lo que buscamos es la ansiada función reguladora y reflexiva de la evaluación, tenemos como docentes que preguntarnos hasta qué punto el castigo mecánico ante el error ortográfico conlleva que el estudiante se fije más para una próxima ocasión, sobre todo si no hemos comprobado que ha fijado esas pautas normativas entre los aprendizajes que permanecen y que no son perecederos. Nos interesa que el alumnado entienda el valor de esas normas, y que ese entendimiento cale en ellas y ellos.

Opino, así, que no invita a la mejora el trabajo de las normas ortográficas desde la abstracción, fuera de todo contexto y por el simple hecho de corresponderse con una fijación aparentemente inmutable marcada por las instituciones que regulan la estandarización lingüística.

Y más teniendo en cuenta que esas normas están sometidas a la propia evolución de la lengua, que va en función de los usos contextuales, así como a criterios estéticos y como muestra del poder evocador de las palabras.

Ese criterio estético es además el que llevó a escritores como James Joyce o Juan Ramón Jiménez a romper los límites de lo tradicional, lo normativo, y a elevar el lenguaje como rasgo también de libertad. Ese valor, creo, también, debe incorporarse poco a poco al bagaje de los estudiantes, ya que así irán entendiendo la faceta creativa de la lengua.

Proceso autorregulador

Para que los estudiantes interioricen la necesidad de hablar y escribir mejor, con el fin de que sus producciones sean más ricas, se necesita:

  • De un proceso autorregulador.
  • De adquisición de conciencia de hablantes o escritores.
  • De comprensión contextualizada de los mecanismos que hacen que las palabras se asocian a otras para expresar emociones, juicios y valoraciones de nuestros entornos, tal y como hicieron artistas y pensadores de otras épocas.

Así, a medida que el alumnado va creciendo y va desarrollando su capacidad potencial de aprendizaje crítico y reflexivo, es cuando les podemos hablar de la fijación de la escritura, y de cómo esta, sobre todo en el papel, su soporte tradicional, necesita de una conciencia activa del hablante, conciencia que es la que lo lleva a ir controlando cómo va escribiendo, según unas normas.

Si ya a muchos adultos nos cuesta respetar las normas impuestas desde los órganos de poder, como se está viendo en plena pandemia, imaginen lo que les costará entender a los niños y niñas, a las personas adolescentes, la necesidad del respeto a las normas ortográficas fijadas en manuales que les son ajenos, manuales que están fuera de sus vidas, de sus producciones, cuando ellos se expresan entre sus iguales con sus propios códigos (sus jergas).

Con esto no quiero decir ni mucho menos que los docentes desdeñemos las reglas de ortografía, nada más lejos de mi intención.

Solo creo que hay que analizarla y entenderla desde una visión más amplia, acorde con los tiempos actuales y alejada del enciclopedismo que poco tiene que ver con las actuales situaciones a las que nos enfrentamos en las sociedades actuales.

Así, el aprendizaje de las reglas de ortografía no debe ser en sí mismo objeto de castigo desmedido, al igual que no deberíamos castigar a un estudiante si no quiere leer un libro que le hemos impuesto.

Nuestra labor, creo, va más en la línea de que entiendan que los criterios ortográficos son parte de un complejo entramado de factores que se vinculan a la mejora de las competencias comunicativas.

Esos factores hoy en día deben asociarse no solo a destrezas estrictamente discursivas, sino también pragmáticas, sociales, audiovisuales y tecnológicas. Esos factores, además, no deben nunca diluir el carácter primario que tiene, frente al continente –el adorno–, el contenido de las producciones de nuestro alumnado, aspecto que considero siempre primordial, ya que es el que los hace crecer en su interior, y, por lo tanto, ir mejorando en su proceso de verbalización oral y escrita.


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Conciencia crítica

Cuando nuestro alumnado, poco a poco, vaya adquiriendo esa conciencia crítica sobre el mundo que los rodea y de cómo las producciones lingüísticas los ayuda a entenderlo mejor, a entender a los demás y a entenderse a sí mismos, es cuando podemos introducir la reflexión ortográfica.

Y la mejor forma de introducirla no es mediante la amenaza, la reproducción mecánica, la repetición o el castigo, porque, reitero, nada de esto ha demostrado su eficacia en la mejora de la competencia en comunicación lingüística.

«Basar las estrategias de mejora que desplegamos en el castigo ante acumulación de incorrecciones ortográficas, creo que tiene dudosa eficacia, si lo que queremos es que escriban mejor».

La mejor forma será ver las reglas de ortografía como parte del atrezo, si utilizamos el símil de una representación escénica: el autor o la autora de la obra (del texto) deben saber que los elementos escenográficos tienen que colocarse de una determinada forma. Sin embargo, una vez empieza la representación, lo importante es la puesta en escena y cómo, en ella, cobran vida los personajes y penetran en los espectadores.

Las palabras, en nuestros textos, serán como esa obra escénica: una vez colocadas en su engranaje, cobran vida; y si son capaces de despertar emociones, su fondo –en sintonía con su forma–, será lo más importante. Solo así, resolveremos el dilema de la lengua como obra de arte y, también, el dilema de la ortografía.

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