PARA EDUCAR A UN NIÑO HACE FALTA TODA LA TRIBU

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¿QUÉ ENTENDEMOS POR ELLO?

Posiblemente este proverbio africano lo haya puesto de moda recientemente José Antonio Marina en su libro Aprender a vivir y se ha citado mucho desde entonces. Y lo merece, porque es francamente inspirador, siempre que lo utilicemos para pensar y no sólo para citarlo.

Banksy

En algunas tribus africanas pequeñas seguramente puede entenderse literalmente. Si son pequeñas, todos los adultos conocen a todos los niños y pueden acabar moldeándolos entre todos. Todos se influyen. Recomiendo el libro El mundo hasta ayer de Jared Diamond, para hacerse una idea. ¿Es eso posible en sociedades con millones de miembros? Creo que de alguna menera, sí. ¿Quién no ha visto grupos de niños o adolescentes entrando en tropel en un vagón de metro o subiendo al autobús? Alguna interacción habrá por mínima que sea. Directamente o a través de los profesores que serán muy sensibles a nuestra reacción. ¿Pensamos en esos momentos que la educación de esos chicos es, de alguna manera, cosa de todos? Nuestra sola actitud, ejemplo y espíritu positivo, pero sin concesiones innecesarias, puede resultar educativa. Unos ciudadanos jóvenes salen a conocer el mundo. Si no lo hacen bien, la queja tiene sus foros, la casa y la escuela, el ayuntamiento y la sociedad civil. La queja en caliente no es educativa y posiblemente los profesores no la merezcan. La ciudad debería estar preparada para sus jóvenes. Leamos a Tonucci. ¿Por qué los niños «de pueblo» nos parecen más pacíficos? Deberíamos converger.

Pero quiero referirme a interacciones más profundas. Y en sociedades complejas, todo es complejo. Y paradójico. ¿Está educada la tribu para educar? ¿Son los valores que se muestran dignos de aprender? Podría formularse el dicho de otra manera «Para educar a un niño hace falta que toda la tribu se eduque«. Ya no estamos en el tiempo y el contexto en que un grupo de adultos domina un ambiente más o menos regular.  Cuando los cambios se multiplican en el espacio de una sola vida, la tribu aprende y desaprende sin ni siquiera notar cómo. Los sabios son escasos y no suelen estar al alcance o bien proliferan los advenedizos. No es fácil la educación en esas condiciones.  ¿Todos los miembros de la tribu son educadores en potencia? Aún si interpretáramos la tribu como un ente abstracto, las interacciones en ella son concretas. Si hemos de aprovechar la sabiduría que la tribu tenga, deberemos encontrarla y transmitirla en los lugares adecuados: las escuelas, las casas y la calle. ¿Hay sabios en todos los  barrios y pueblos? ¿Los hay en la ciudad? ¿Cuántos en el país? ¿Cómo y quien descubre al sabio? ¿Quién es el sabio?

No basta con  saber mucho. No basta con entender el mundo y su funcionamiento. Hay que saber explicarlo con sencillez a un niño. Feynman diría que el día que la mecánica cuántica esté suficientemente clara, alguien podrá contársela a un niño. Algo hay aún oscuro en lo que suena oscuro. Y el sabio vuelve a ser el que sabe que no sabe y se complace en explicar a un niño lo que puede. Ése es.

¿Y cómo les damos a los niños esa sabiduría que es patrimonio de toda la tribu? Fíjense que lo que en su momento fue gran sabiduría quedó recogido en dichos populares. «Tonto el último» resume la historia humana hasta ahora con asombrosa fidelidad. Tal vez sustituir ese refrán por otro sea una de las tareas del futuro. ¿Implicará abolir el tiempo o la historia? Ya veremos. Pero demos a los niños material para que se pongan a ello.

AQUÍ ES DONDE VUELVO A LA BIBLIOTECA DE AULA (y perdonen)

Cuando alguien piensa en sabiduría piensa en un libro. Un libro es la obra de un ser pensante y existente que se ha aislado para destilar lo que sabe y piensa. Y si queremos que los niños sepan y piensen tal vez lo mejor es que lean (o vean) modelos de saber y pensar y los contrasten, hablen de ellos.

Banksy

Nadie dice que no haya sabiduría en blogs, webs o diarios digitales o en la wikipedia. Da igual si es pantalla o concha de tortuga. Es un mensaje. Y el mensaje de otra persona es lo que mejor puede atraer a un niño. Antes abrirá una botella con un papel dentro que se pondrá a decodificar un anuncio publicitario. Creo sinceramente que los niños distiguen lo que es personal y sincero de lo que es un producto industrial aunque esté pensado para ellos. Quiero creer que lo agradecen más. «El profesor Martínez dice que el mundo es así» «Pero la profesora García dice que el mundo es asá» «¿Quien creemos que se acerca más?». «Por cierto, los dos hablan de evolución, ¿qué es exactamente?» «¡Yo he leído un libro sobre evolución de un tal Gutiérrez!» «Veamos, dice el profesor, tenemos esto y esto otro que parecen venir de aquello y lo de más allá. Podemos investigar primero esto. ¿Alguien sabe algo sobre esto?» Al día siguiente, dos chicas han encontrado un libro escolar sobre esto de una tal Muñoz en una librería del centro y la escuela lo adquiere. Todos quedan satisfechos porque Muñoz, lo explica muy bien en sólo 40 páginas y se leen y comentan fragmentos en clase.

Martínez, García, Gutiérrez y Muñoz son profesores de instituto o de universidad, tal vez periodistas o pedagogos. Uno, quizá, especialista local reconocido. O simplemente un buen escritor. ¿Quién decide que ellos son los sabios que han de explicar el mundo a los niños? Yo creo en la figura del editor. La editorial es empresa y puede ser pública o privada. Es el público, el conjunto de la sabiduría popular quien le confiere autoridad. Por sus libros les conoceréis. Los claustros y los consejos escolares formarán sus bibliotecas escolares con lo mejor que encuentren.  Y en una sociedad abierta se contrastarán constantemente con todas las bibliotecas de la tribu y con las de otras tribus. Será un saber abierto y aumentado. De alguna manera, toda la tribu estará educando.

Y si quieren imaginarse dónde podrían suceder utopías ingenuas como ésta les sugiero que ojeen el libro de Prakash Nair Proyectar el futuro. Creo sinceramente que evolucionar requiere cierta apasionada ingenuidad.

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