Mis hijos pueden hacer las extraescolares que quieran,
pero el inglés es innegociable…
De este modo, entre otros, las familias me han trasladado en numerosas ocasiones la importancia que le confieren al hecho de que sus hijos aprendan este idioma. En algunos casos, el deseo va significativamente más allá: Mi hijo tiene que ser bilingüe, y ahí es cuando me veo obligada a pedir tranquilidad. Vayamos por partes y reflexionemos un poco sobre un par de cuestiones previas.
REFLEXIÓN PREVIA SOBRE EL INGLÉS
¿Qué es el inglés y qué significa saber inglés? Para empezar, citaré una frase que recogí hace unos años en una de las conferencias de la convención anual organizada por el APAC1:
English is not English anymore
Es decir, ‘el inglés ya no pertenece a los ingleses’. Debo confesar que no estoy segura de si el anymore estaba ahí o es cosecha propia, pero en cualquier caso, creo que es necesario para hacer hincapié en la realidad actual de este idioma y adoptar el enfoque adecuado.
Que el inglés ya no pertenezca a los ingleses significa, entre otras cosas que, desde que se consolidara como lengua franca a lo largo del siglo XX, hoy en día, y escogiendo las cifras más conservadoras, el número de personas que lo tienen como segunda lengua duplica el número de personas que lo tienen como lengua materna.2
Que el inglés ya no pertenezca a los ingleses puede suscitar, además, la siguiente pregunta lógica: Si ya no pertenece a los ingleses ¿de quién es, entonces? Creo que aquí hemos de ir un poco más allá y atrevernos a afirmar que pertenece a todo aquél que quiera y/o lo necesite.
LENGUAS FRANCAS
Según esta tesis, el inglés de un sheffieldés o el de un oklahomeño resultaría igual de válido que el de un murciano, ¿no? Antes de que nadie se eche las manos a la cabeza, quisiera subrayar de nuevo que me estoy refiriendo al idioma en su calidad de herramienta comunicativa a nivel global. Y es que eso es lo que tienen las lenguas francas.
Suelo llevar esta particularidad a un extremo para combatir un fenómeno que se da a nivel general en determinadas sociedades: el Efecto Botella o el Efecto Relaxing cup (aún no me he acabado de decidir). Sin ánimo de abrir ahora viejas heridas ni de entrar a juzgar nuevamente la intervención de la protagonista del popular speech, lo que únicamente pretendo es recuperar la trágica idea de fondo cuyas implicaciones afectan a un gran número de personas a la hora de hacerse el propósito de defenderse en la lengua de Shakespeare.
Y no me ciño aquí únicamente al estampado de camisetas y mecheros con una taza humeante de café con leche, sino también a las referencias jocosas al Morri Crisma de Sergio Ramos o al London tonight de Emilio Botín; sin dejar de lado la demolición mediática sobre el irrisorio nivel con el que contamos, en este caso, los españoles.
LASTRE ENTRE APRENDICES
Quede claro que me pongo a la cabeza para defender a ultranza el hecho de que en determinados ámbitos el dominio del idioma debiera ser obligado y ejemplar, desde luego, pero urge un cambio de actitud. Sí, es una de nuestras asignaturas pendientes, no hay duda alguna al respecto, pero hagamos un esfuerzo por ser más permisivos, adoptemos una actitud más favorable hacia aquellos que se atreven a tirarse a la piscina y animémonos a saltar detrás.
¿Por qué no aplaudir y emular al paisano que dice wai-fai en lugar de güifi y dejamos de percibirlo como un gesto de pedantería?
Este fenómeno a nivel social suele combinarse, o retroalimentarse, de una serie de pensamientos o complejos individuales que funcionan también como un lastre entre los aprendices de la lengua. Aquí van los más habituales con los que me suelo encontrar:
1
Necesito más vocabulario para empezar a hablar. Este argumento siempre lo combato con la misma pregunta: ¿De cuántas palabras estaríamos hablando exactamente? ¿De 14.526? Y luego, ¿qué?, ¿a hablar como si no hubiera mañana?
2
Mi pronunciación no es lo suficientemente buena. ¿Buena para qué? Estarás conmigo en que, en la mayoría de casos, lo que pretendemos es hacernos entender, no emular el acento de Isabel II.
3
No se me dan bien los idiomas. Esta afirmación es la que más me apena y, probablemente, la que he escuchado con más frecuencia. ¿Qué quiere decir que no se te dan bien los idiomas? Es más ¿cómo lo sabes? Por supuesto, tienes pleno derecho a afirmar que no te gusta aprender idiomas, pero ¿te has planteado que tal vez la metodología con la que estudiaste no fuese muy motivadora? ¿O que no diste con un buen profesional? O, simplemente, ¿que en ese momento no tenías ningún tipo de estimulación por aprender inglés?
Podríamos seguir, pero es momento ya de centrarnos en nuestros/as peques…
¿POR QUÉ QUIERES QUE HABLEN INGLÉS?
Probablemente, entre tus respuestas se encontrarían las siguientes: Porque es importante para su futuro, porque tendrán más opciones de encontrar un buen trabajo, porque no quieres que lo sufran como lo has sufrido (o sigues sufriendo) tú…
Está bien, pero no basta con que tú lo tengas claro. Primero, porque, obviamente, no están preparados para comprender tus motivos, por válidos y acertados que éstos sean; y segundo, porque, también obvio, nosotros no somos ellos. Dicho esto, reformulemos la pregunta:
¿POR QUÉ QUIEREN ELLOS HABLAR INGLÉS?
(si es que quieren…)
Probablemente entre sus respuestas se encontrarían las siguientes: Porque es divertido, porque me gusta, porque los Minions hablan inglés, porque sí, porque… no sé.
Por más volubles y caprichosos que puedan parecernos sus porqués, son los que cuentan con más peso y los que realmente determinarán el desarrollo de su aprendizaje. Simplemente porque son los suyos.
De modo que, lo que principalmente ha de importarnos, aquello en lo que tenemos que centrar nuestros esfuerzos es en provocar, impulsar esa voluntad por aprender.
En este sentido, y por fortuna, cada vez surgen más enfoques y recursos que se alejan de aquéllos más tradicionales basados, casi exclusivamente, en el estudio formal de la lengua. Las metodologías actuales se centran en fomentar el componente lúdico en el contexto de aprendizaje, en emular la forma en la que aprendemos nuestra lengua materna, en utilizar la propia lengua extranjera como medio de aprendizaje, no como un fin en sí mismo (metodología CLIL3).
Por otro lado, y al margen del entorno académico, ya no resulta extraño encontrar actividades en inglés dentro de la oferta de ocio y entretenimiento familiar. Tampoco debemos olvidarnos del fundamental papel que juegan las nuevas tecnologías a la hora de facilitar la entrada del idioma en casa mediante múltiples formatos y a golpe de clic.
Pero no pasemos por alto el agente no formal más importante y decisivo en toda esta historia: La Familia.
FAMILIA COMO AGENTE ACTIVO DEL APRENDIZAJE
El círculo familiar más estrecho del niño constituye su primer contexto de aprendizaje, siendo un factor clave y determinante, sobre todo durante los primeros años de vida. Por eso hemos de aprovechar el vínculo afectivo-emocional que nos une para generar esa motivación y establecer una relación favorable entre el niño y, en este caso, el idioma.
De forma indirecta, las familias somos capaces de llevar a cabo esfuerzos logísticos, económicos y de tiempo considerables, pero pocas son las ocasiones en las que formamos parte verdaderamente activa de este proceso.
A priori, se podría establecer que el grado de implicación de la familia está íntimamente ligado al nivel de inglés de la misma, pero la experiencia me ha ido abriendo los ojos hacia otra realidad.
Acostumbrada a los motivos habituales que implicaban un nivel insuficiente, una mala pronunciación y demás, empecé a encontrarme con otro tipo de argumentos que provenían de personas cuyo dominio del idioma era indiscutible: Es que no me sale; lo uso todo el tiempo en el trabajo y al llegar a casa estoy ya saturado; no tengo tiempo… En este caso, el factor nivel quedaba totalmente al margen de la ecuación. Estas consideraciones, junto con el análisis de una relevante variedad de perfiles familiares, me llevaron a afirmar que entrar a formar parte del proceso de aprendizaje de nuestros hijos:
Es más una cuestión de actitud
que de nivel
Y tal es hoy en día mi convencimiento que esta tesis constituye uno de los pilares en los que se basa nuestra metodología.
Si no te lo ha parecido ya, te diré que es una gran noticia, piénsalo bien. Liberarte de la presión de tener que contar con un nivel determinado de inglés te permitirá acompañar a tus hijos y ayudarles a aprender este idioma para que constituya una opción más de expresión a su alcance. Simplemente bastará con ponerte a ello.
MIS SUGERENCIAS
Sin embargo, y como ocurre en la mayoría de las ocasiones, simple no es necesariamente sinónimo de fácil. De momento tenemos claro que es posible, lo cual es ya un gran paso; pasemos ahora a plasmar esta implicación en acciones concretas para hacerla más efectiva:
UNO
Aprende a reírte de ti mismo
Resulta una práctica muy sana en general, pero aplicada al aprendizaje de un idioma es especialmente útil. Si, además, tienes la ocasión de hacerlo en compañía de tus hijos, estarás dándoles un mensaje que influirá muy favorablemente en el modo de abordar su propio aprendizaje.
DOS
Practica y siéntete cómodo con la lengua
Empieza con palabras sencillas, y habituales: A kiss? Water?; sigue con frases sencillas: Can I have a kiss? Would you like some water? Practícalas en voz alta hasta que te guste cómo suenas. De este modo, irás automatizando pequeñas rutinas que te permitirán ir incorporando otras nuevas.
TRES
Pásate a la V.O.
La práctica tradicional y los intereses de la industria audiovisual no nos lo han puesto fácil, pero los múltiples beneficios de la exposición regular a la versión original son más que evidentes, pudiendo llegar a equivaler, incluso, a varios años de estudio formal. Así que, e inspirándome en aquella fantástica campaña del Plan de Fomento de la Lectura que lanzó el Ministerio de Cultura de España en 2007, te animo con el siguiente slogan:
Si tú ves v.o., ellos ven v.o.
CUATRO
Proponles recursos diferentes
Busca actividades en inglés y forma parte de ellas. Procura que el factor lúdico sea importante. Despierta su interés y vívelo con ellos.
CINCO
Sé constante
Como con cualquier otro propósito (tocar un instrumento, ponerse en forma…). La constancia genera hábito, y el hábito provoca naturalidad, que es, en definitiva, lo que pretendemos.
SEIS
Haz lo que puedas y hazlo a tu ritmo
Escoge lo que mejor se adapte a vuestra realidad y construye a partir de ahí. Sé permisivo contigo mismo y procura disfrutar del proceso para garantizar tu constancia.
SIETE
¿Qué más se te ocurre?
Atrévete a experimentar y comparte con otras familias qué os está funcionando y, también importante, qué no.
Así pues, te animo a aprovechar tu papel como modelo en el núcleo familiar, tu potente e inigualable vínculo afectivo para contribuir a que tus hijos establezcan una sana y positiva relación emocional con el idioma que les permita llevar a cabo un proceso de aprendizaje lo más relajado y natural posible.
Independientemente de cuál sea tu vinculación personal con el inglés, estarás conmigo en que vale la pena, ¿no?
NOTAS
1 APAC: Associació de professors i professores d’anglès de Catalunya (Asociación de profesores y profesoras de inglés de Cataluña).
2 Según datos de la publicación The Ethnologue: Languages of theWorld, de los 942 millones de personas que hablan inglés, unos 340 millones son nativos y 602 millones lo tienen como L2.Última actualización: 2013.
3 CLIL: Siglas de Content and Language Integrated Learning. Metodología que utiliza el idioma objeto de estudio para abordar, a su vez, otras disciplinas.