Sabemos por la experiencia propia y por la investigación acumulada (H, Gregory; P.E. Nelson, S. Titsworth y Pearson) la importancia de saber comunicar eficazmente. En un día escolar, inevitablemente, estableceremos vías formales e informales para comunicarnos con alumnos, profesores o padres.
En cada interacción nos estamos jugando mucho más de lo que somos conscientes, de ahí la importancia de aprender un lenguaje adecuado a las diferentes situaciones y contextos escolares.
Hemos dicho aprender, frente a aquellas posiciones que creen que solo con la intuición y el voluntarismo está resuelta esta importante competencia.
No: esa creencia es la mejor forma de cronificar errores, esa actitud que nada cambia. Hoy queremos tipologizar tres errores frecuentes de un lenguaje antididáctico.
Primer error: un lenguaje desmotivante es un lenguaje antididáctico. La mejor forma de justificar un alumno que no progresa, o un alumno que no se implica inicialmente en nuestra materia, es llevarse por esta estrategia.
Mostrarnos en nuestra comunicación verbal y no verbal como sujetos sin entusiasmo, sin pasión por aquello que debemos comunicar, es construir estos mensajes implícitos o explícitos: estoy aquí en este trabajo a mi pesar; estoy aquí pero no me interesáis; estoy aquí y se trata de aprobar.
El profesor motivado contagia una atmósfera que sus alumnos seguirán la mayoría de las veces. La motivación habla un mismo lenguaje. Observando esta conducta en cualquier aula o centro, sabremos muchas cosas de lo que ocurre.
Segundo error: un lenguaje desconfiado es un lenguaje antididáctico. Profundicemos: la confianza es una negociación compleja que empieza el primer día de clase. La confianza debe viajar en las dos direcciones: profesor/alumno y alumno/profesor. No la encontramos al entrar en clase, frente a aquellos que continuamente se lamentan de su ausencia.
El victimismo no puede ser una excusa de la incompetencia profesional. Dicho de otro modo: la confianza es una construcción social. Tiene estrategias y experiencia para su logro.
Si solo o la mayoría de las veces estamos a la defensiva, si no concedemos ese espacio para que el alumno pueda individualizar su relación con nosotros, si creemos que es imposible construirla de antemano, cumpliremos nuestra creencia equivocada. Un profesor y un grupo que han logrado crear esa confianza mutua, es una experiencia que nunca olvidaremos. Ellos tampoco.
Tercer error: un lenguaje oscuro y/o desordenado, es un lenguaje antididáctico. Decía Ortega y Gasset que la claridad es la cortesía del filósofo. Hagamos una variación: es la cortesía y la obligación de nuestro compromiso comunicativo. He dicho compromiso: la claridad y el orden en nuestro lenguaje demuestran muchas características de nuestro trabajo profesional.
Dos rápidamente: el control didáctico de nuestra materia y la planificación de aula que hacemos. Si utilizamos un tecnicismo inalcanzable; si mezclamos continuamente secuencias que no tienen una relación lógica; si creemos que nuestros alumnos tienen el deber de comprendernos, estaremos alejándonos irremediablemente en nuestra tarea educativa.
Ese lenguaje es la mejor estrategia para que la inercia y el aburrimiento se apoderen de nuestras clases.
Lo que hemos enunciado y explicado no son excepciones en nuestro sistema educativo. Lo hemos dicho: la verdadera responsabilidad es la responsabilidad concreta.
No busquemos explicaciones externas continuamente si nuestro trabajo no se ajusta a lo que debería ser. No hay aprendizaje en los lenguajes antididácticos.
Pero no queremos terminar con el pesimismo, éste también puede ser un vicio. Hemos compartido y aprendido de grandes compañeros que están, invisibles, en nuestro sistema educativo. Es hora de reconocerlo profesionalmente, no solo con palabras.