Para ser honestos con los jóvenes primero deberíamos serlo con nosotros mismos. Pero antes de serlo el problema es un simple pronombre. «Nosotros».
Solemos decir «nosotros» supongo que refiriéndonos a la Humanidad como si fuera persona concreta o jurídica. Lo primero nunca lo será, lo segundo… De eso va este artículo en el que la escuela es una pieza más o menos importante, veremos.
Ser o No Ser Honestos
Creo haber dicho ya, y perdónenme si me repito, que el mundo se nos ha convertido en un piso pequeño. Apenas empezaba la globalización a principios del XX y no saber quiénes éramos, de dónde veníamos y adónde íbamos ya nos procuró dos apocalipsis globales y muchos locales. Pasó la época de los imperios políticos y nos refugiamos aún en el fantasma de los imperios económicos.
Casi hemos convertido los informes PISA en mini guerras universales intentando prevalecer para no se sabe qué conquistas. ¿Qué sacaran de ello los países mejor valorados? ¿Ostentar el futuro dominio de los imperios económicos? ¿No quedarnos atrás en una enloquecida «carrera de la reina roja»? ¿Eso nos venden? ¿Un futuro de eterna competitividad? ¿Sin vencidos? ¿Sin abrumados? ¿Sin daños? ¿Sin apocalipsis?
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¿Son Honestos nuestros políticos?
En ese futuro de competitividad las máquinas nacionales y las empresariales (ya es difícil distinguirlas) van a todo vapor. Los rumbos se marcan en altísimas esferas. Lo demás son operarios. Por supuesto, los operarios tienen algún margen para innovar y ascender a las altísimas esferas. Por eso florecen los ¡«¿pedagogos?»! que se atreven a decir que estudiar latín es una estupidez (parece que italiana) porque lo que han de hacer los críos es aprender a programar (habrá quien defienda que el latín prepara para eso).
No estoy seguro de que crear servicios comunitarios de taxi a través de una app nos aleje del apocalipsis. Habrá que estudiarlo. Tal vez Lenin se hubiera interesado por Uber, a saber. Quién sabe si el mundo-app nos hubiera evitado el estalinismo y el nazismo (aunque se pueden crear apps para descubrir judíos).
¿Nosotros somos honestos?
Urge que ese «nosotros» signifique algo. No sirve de nada que nos consideremos una especie elegida si nos comportamos como las demás. «Nosotros» es todos. «Nosotros» nos ahogamos día sí, día también en el Mediterráneo. «Nosotros» sufrimos sed cuando hay sequía. «Nosotros» perdemos los ahorros cuando «nosotros» decide jugar a ser muy listo.
«Nosotros» perdemos la salud cuando «nosotros» decide ahorrarse gastos. «Nosotros» morimos cuando «nosotros» nos mata en un café o una sala de fiestas. «Nosotros» moriremos cuando «nosotros» nos declare la guerra militar o económica.
El único lugar donde «nosotros» puede ser real es en las escuelas. El único momento en que «nosotros» puede crear el mundo es en ese breve período de doce años. Después nos dispersamos a la caza de huecos y oportunidades y muy pocos podrán crear. Pocos decidirán la película del mundo y muchos figurarán como relleno necesario. ¿A quién le importa cuánto sufran los extras del fondo del escenario?
Entonces sólo queda espacio para la indiferencia y el odio. Justo en esos doce años se salva el mundo. Explicando con honestidad por qué les es tan difícil a los adultos ser honestos.
No sé cuántos de «nosotros» son honestos. Y cuántos menos, honestos y clarividentes. Creo que ser honestos y ver el mundo obliga, obliga mucho. La honestidad nos obliga con nuestros hijos en el sentido más amplio. La clarividencia nos obliga con el lugar donde vivimos, en su sentido más amplio (personas como Putin, Jintao, Le Pen o Farage deberían ser más honestas y clarividentes).
Ser honesto significa ser siempre coherente y consistente cuando usamos el «nosotros» o evitar la hipocresía y defender que no hay una especie humana sino varias con dignidades distintas… Tal vez el sentido de «nosotros» (con su diversidad y su extrañeza) y el sentido de lugar sea el corazón del currículo.
La honestidad, con sus raíces profundas en la ética y el carácter humano, emerge como un pilar fundamental en la construcción de un mundo más cohesionado y auténtico. La frase «Y jóvenes con ese currículo aprendido creen un mundo con un ‘nosotros’ real» resuena con claridad, revelando la importancia de inculcar desde temprana edad los valores de sinceridad y verdad. Cuando los individuos internalizan la honestidad como un componente esencial de su identidad, se establece una base sólida sobre la cual se forja una sociedad basada en la confianza mutua y la colaboración genuina.
La honestidad no solo impacta las relaciones interpersonales, sino que también desempeña un papel crucial en la formación de líderes íntegros y ciudadanos responsables. Al practicar la honestidad en todas las facetas de la vida, los jóvenes no solo modelan comportamientos positivos, sino que también contribuyen activamente a la creación de un entorno en el que los ideales éticos no son meramente aspiracionales, sino una realidad palpable.
La evolución hacia un «nosotros» auténtico y significativo depende en última instancia de la elección personal de abrazar la honestidad como principio rector. A medida que los individuos se esfuerzan por cultivar la transparencia en sus acciones y comunicaciones, se sientan las bases para una sociedad más unida, justa y comprensiva. Por lo tanto, fomentar la honestidad en las generaciones jóvenes trasciende la formación de individuos virtuosos; impulsa la creación de un tejido social en el que la confianza florece y el potencial humano se despliega plenamente. Así, con cada paso hacia la sinceridad, nos acercamos a la realización de un mundo en el que el «nosotros» no es solo una ilusión, sino una poderosa fuerza transformadora.