¿INTERMEDIO CIVILIZADO?
No, no hablo del superagente 86 sino de algo que está muy presente en el subconsciente de maestros y pedagogos. Hace poco oí algo así: «Me da miedo imaginar a todos los niños pululando por la escuela constantemente en el trabajo por proyectos», de alguien nada refractario a la innovación.
¿Son los niños como potros salvajes?
¿Hay un intermedio civilizado entre la pradera y el establo?
Hay que tomarlo en serio porque hay muchas maneras de hacerlo mal. Y yo no pontificaré sobre cosas que también me preocupan. Sólo pensaré en ellas.
COHERENCIA Y CONSTANCIA
Al caos le pasa en las escuelas como en la física, se promueve solo y no nos necesita. Así que me referiré al control, que requiere toda la ayuda que pueda dársele. Y al control le pasa como al poder, mejor bien repartido. Si recae un poco sobre todos, su carga será llevadera.
Diríase que la misión principal del parvulario es empezar a repartir el control de manera que hacia los cinco años cada niño sea capaz de llevar el máximo control de sí mismo y de su papel en el grupo. Y esa misión ya no debe decaer en toda la escolaridad.
La coherencia y la constancia son virtudes imprescindibles de cualquier escuela. Sus posibilidades ya son otra cosa.
El control debe basarse en el realismo y éste en una concepción clara de la misión de la escuela. El niño ha de conocer el mundo, ha de orientarse según sus deseos y ha de tomar en sus manos su propio aprendizaje.
En la escuela tradicional el control se ejerce por las formas y los horarios bajo la supervisión de los profesores. Los alumnos suelen despreocuparse y sienten que no es cosa suya. A veces, es curioso comprobar que los mismos alumnos que un momento antes alborotaban, exigen después al profesor que imponga orden. Les cuesta ser coherentes en cuestiones de control.
Pero el dato es que no lo ven como un deber suyo. Todo el control debe ejercerlo el maestro. Incluso el ABP o aprendizaje basado en proyectos puede convertirse, mal enfocado, en un «cambiemos todo para que nada cambie».
El maestro propone un tema de trabajo que sabe que se aceptará o acepta un tema surgido de los alumnos, pero que dirigirá él a su manera. Incluso las editoriales podrían sacarse de la chistera libros de texto basados en proyectos, interdisciplinares y con sus rúbricas de evaluación disciplinar. Todo precocinado y los alumnos siguiendo sin sentirse responsables.
El niño ha de conocer el mundo, ha de orientarse según sus deseos y ha de tomar en sus manos su propio aprendizaje.
A mi entender el cambió no ha de estar tanto en lo que hacemos como en cómo lo sentimos. El descontrol nace de la falta de compromiso, de manera que todo consiste en que el niño se comprometa con el mundo y para eso es necesario que se sienta importante, que sienta que lo que él hace y cómo lo hace, no lo hará nadie más. Desde muy pequeños los maestros han de mostrarles que todos aparecemos en el mundo, que eso es lo que no se puede controlar. No hay islas desiertas para nadie, que la isla es el mundo y que ya que estamos hemos de intentar brillar.
Y si la escuela se parece al mundo,
será más fácil que cada cual encuentre un lugar propio
CADA CUAL, «SU» PROYECTO
En la operativa diaria eso no es fácil no estando acostumbrados. Ahora sabemos que a cada hora a un niño le toca estar en un lugar determinado. Si realmente creemos en el protagonismo del niño en el aprendizaje, el corolario natural es que deberemos aceptar que no siempre estará en el lugar previsto. Tendrá su propio itinerario. Él puede decidir que lo comparte y que por tanto tal vez estará midiendo la acidez de unas aguas en un momento determinado con otros varios. Pero si se le ocurre algo deberá perseguir esa intuición.
En un aprendizaje basado en proyectos auténtico, no podemos tener diseñadas todas las «iniciativas» de sus participantes. Si así fuera, posiblemente muchas de esas «participaciones» serían falsas.
Por eso, definir que nuestro método es trabajar por proyectos me parece un tanto artificial. Para mí, lo ideal sería que en todo momento en el grupo hubiera proyectos y que además, cada cual tuviera «su» proyecto o proyectos. Si realmente hay proyectos, el caos lo tendrá difícil para aparecer. Muchas tensiones pueden gestionarlas los mismos alumnos. Todo grupo de trabajo ha de ser también un grupo de pacificación. Muchas escuelas trabajan técnicas de autocontrol con gran beneficio. Como siempre, lo fundamental es la cohesión y la continuidad. Ésa debería ser la primera asignatura de los maestros.
Si el control está bien repartido el maestro tendrá mucho tiempo para observar y será capaz de deducir dónde está fulanito o de investigarlo, saber qué hace, si tiene problemas y qué herramienta didáctica ha de sacar del «maletín» para ayudarle a solucionarlos.
Los grupos no pueden seguramente ser tan flexibles en un centro con 500 alumnos como en una escuela rural con 23. Grupos de dos o tres edades podrían ser factibles. Un alumno podría, sin tacha ni desdoro, compartir trabajos matemáticos con otros más jóvenes y artísticos con otros mayores. En ausencia de clases estáticas, no se etiqueta a la gente tan fácilmente.
Y lo interdisciplinar no tendría
por qué estar reñido con lo disciplinar.
QUÉ HEMOS APRENDIDO
Podrían montarse «cursillos disciplinares» puntuales sobre procesos complicados. A una hora determinada podría haber «conferencias» sobre temas de interés. Incluso, a final de semana, el viernes, podría ser el día de las recapitulaciones de las disciplinariedades. ¿Qué hemos aprendido? Poco a poco, hay que ir haciendo conscientes a los niños de que el mundo, siendo interdisciplinar, lo conocemos mejor gracias a haberlo organizado en disciplinas, a haber «puesto algunas puertas al campo» para orientarnos mejor.
Alguna vez, me parece, hablé de los «murales curriculares», que también podrían ser «cartillas». Material modesto y barato que simplemente recuerda los conocimientos o competencias (que haya para todos los gustos) a que se deben los niños hasta una edad. La cartilla o el mural de echar periódicamente una ojeada, de poner cruces y parecida a un álbum de cromos vitales que hay que completar.
Creo que niños que toman seriamente el aprendizaje en sus manos están mucho más cerca del control que del caos.