Miguel urquiola: una escuela que influye, una escuela posible

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Proseguimos la serie Investigaciones educativas, hoy es una reflexión a partir del paper: «Going to a Better School: Effects and Behavioral Responses» by Cristian Pop-Eleches and Miguel Urquiola, que nos llega a través del INEE. A partir de los resultados del mismo, quisiera profundizar en dos ideas que, tantas veces, hemos enunciado: la importancia de la autonomía de los centros para concretar un verdadero proyecto educativo; segunda idea, la necesidad de coimplicación de los agentes que intervienen en la matriz educativa: docentes, alumnos y familias. Dicho de otro modo: hay una responsabilidad concreta que no podemos eludir respecto al cambio y mejora de los procesos educativos. Y como nos indica el estudio, hay un cambio de las conductas de todos los agentes en esa retroalimentación continua. Esta lectura quiere ser una panorámica de estas ideas y de cómo se relacionan entre ellas. Para finalizar, enuncio algunas propuestas en coherencia con los resultados del estudio. Antes de comenzar, una idea respecto a la política comunicativa: toda la investigación y evidencia mundial debería llegar a la comunidad educativa y, especialmente, a los docentes, para ofrecer una pluralidad de conclusiones y argumentos que redundaría en la calidad de los debates educativos. Esta comunicación es posible desde una estructura con estrategias acordes con la sociedad-red que vivimos y actuamos. Hay un largo camino que recorrer en esta dirección.

Hay evidencia de la necesaria autonomía de los centros educativos para planificar y ejecutar un proyecto educativo adecuado a las características específicas de ese centro. La autonomía significa, entre otras cosas, capacidad de actuar y gestionar esa complejidad que ningún nivel superior administrativo conoce mejor. La descentralización es necesaria, hay evidencia respecto a esta idea en la literatura científica. Este estudio vuelve a avalar esa necesidad, concretando mejor esa influencia estadísticamente. Asistir a una buena escuela redimensiona el trabajo y actividad de sus protagonistas: docentes, alumnos y padres. Puede haber centros con las mismas características socioeconómicas, que tengan resultados muy desiguales. En el informe Pisa ya se avisaba de la influencia de las variables internas del centro escolar. Sí, existen las buenas escuelas, esas escuelas que influyen y que transforman todo el contexto escolar y social donde se desarrollan. Son los alumnos los grandes beneficiados como nos recuerda otra vez esta lectura. Volvemos a encontrarnos con estudios que justifican ese necesario sentido común. Un detalle: es muy interesante una comparativa de las diferentes estrategias de los mejores sistemas educativos, gestionando este factor. Aquí entramos en un factor sociocultural que hay que tener siempre en cuenta. Un ejemplo: Finlandia, Canada o Singapur, tienen modelos diferentes pero que obtienen buenos resultados. Como lo analicé en otra ocasión, la calidad o excelencia tiene muchos caminos, no hay sólo uno. Una sugerencia: establecer una sistemática de los diferentes contextos socioculturales y de los resultados de éxito por cada nivel contextual. Desde ahí, establecer políticas de transferencia. Doy dos sugerencias: estructurales y de capital humano. Comparativismo crítico: lo cuantitativo y lo cualitativo tienen que ir de la mano, ¿alguien nos escucha? Olvidarlo, es volver a debates bizantinos donde se cae en la hipercrítica, sin argumentos y evidencia de lo que se afirma. Llevado a las políticas educativas, se llama improvisación y cortoplacismo.

Es necesaria la coimplicación de todos los agentes educativos: docentes, alumnos y familias, para una verdadera mejora educativa. Nuestro país tiene una larga tradición donde la responsabilidad es, siempre, del otro. Es hora de afrontar la matriz educativa, cada uno desde su responsabilidad concreta. Sí, las administraciones no pueden ser un freno burocrático lleno de suspicacia y de proliferación legislativa: lo sabemos y lo hacemos constar. Pero las buenas escuelas se pueden construir. Es más: una escuela es, antes que nada, un proyecto social. Muchas veces, los directores de centro olvidan esta característica. Su labor se burocratiza, perdiendo cualquier sentido y finalidad pedagógica y social. El liderazgo educativo, en nuestra perspectiva, es un liderazgo pedagógico y social. No llevar esta dirección, nos precipita en liderazgos que no son asumidos y que son rechazados, implícita o explícitamente. Una idea para las políticas educativas: la formación adecuada de los directores de centro y, muchas veces olvidado, del equipo directivo. Sabemos de la formación simulacro que se da en demasiadas ocasiones: esa no es una política educativa inteligente. Cortoplacismo, sencillamente.

Para finalizar, ciertas propuestas que sugiero respecto a los resultados del estudio: hay que hacer proyectos de acogida y compensación a los alumnos nuevos para que uno de los resultados finales, no sea una limitación estructural («Los nuevos alumnos, una vez que ingresan en estos centros, pueden sentirse más débiles e inferiores que sus compañeros»); una política de coordinación familiar eficaz («Los padres de los alumnos en mejores centros tienden a desvincularse más de la educación de sus hijos y, por ejemplo, tienden a ayudarles menos en la realización de sus tareas escolares»), que sepa diferenciar y relacionar adecuadamente apoyo familiar y trabajo escolar. Propuestas que deben validarse o no en la práctica educativa, propuestas a partir de una lectura del magnífico paper: «Going to a Better School: Effects and Behaviorial Responses» by Cristian Pop-Eleches and Miguel Urquiola, investigación de primer nivel mundial publicada en el American Económico Review. Se puede hacer: una escuela que influye, una escuela posible.

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