Querido Oliver:
Escribo impactado después de leer tu artículo en The New York Times. No te conozco personalmente, y en cierto modo después de seguir tu obra (Una metáfora psicológica con Oliver Sacks), también creo saber cómo eres. Quizás sólo sea el espejismo de un lector fascinado. Y sin embargo, necesito esta carta: es mi forma de darte las gracias por todo lo que me has enseñado. No eres un autor, has sido una experiencia mediante la cual he aprendido a conocer nuestra condición humana. Lo he compartido aquí y con mis alumnos cada año, y lo más importante: en mi pensamiento y acción, eso que llamamos vida, después de interiorizar cada libro tuyo.
Gracias por despedirte con la elegancia que da la sabiduría. Con un homenaje a la autobiografía de D. Hume, tu artículo My Own Life nos devuelve a una vida más profunda. Quizás sólo se pueda alcanzar cerca de la frontera, destilada nuestra biografía. Otra vez esa lección generosa: acercarse a la muerte, esa democracia biológica que a todos nos espera, desde la gratitud. Quiero que, como yo ahora, puedan leerte:
«I cannot pretend I am without fear. But my predominant feeling is one of gratitude. I have loved and been loved; I have been given much and I have given something in return; I have read and traveled and thought and written. I have had an intercourse with the world, the special intercourse of writers and readers.
Above all, I have been a sentient being, a thinking animal, on this beautiful planet, and that in itself has been an enormous privilege and adventure.» My Own Life, Oliver Sacks
Gracias por ayudar, con tu escritura y tu trabajo, a tantas personas en este mundo. La bondad nunca está de moda, pero es la moral silenciosa que nos ayuda a seguir. He aprendido contigo que más allá de enfermedades, cada enfermo es una persona con una dignidad irrenunciable. Sí, cada ser humano es una aventura que merece toda nuestra atención. He aprendido contigo que nuestra vida es una narración continua, que nadie nos podrá enseñar a escribir por nosotros. La ficción no es un lujo, somos animales narrativos. He aprendido que la vida y la muerte son inseparables, pero la segunda no puede anular cómo pensamos y sentimos este camino con los demás. Aprender es uno de los verbos que justifican tanto dolor y sufrimiento. Y esa experiencia la has llenado de ejemplos inolvidables -qué verdad tan honda nos ha desvelado J. Gomá-, llenos de una grandeza anónima que me sigue emocionando. Mis héroes siempre se escriben con minúscula. Aprender y amar son dos palabras inseparables: hoy lo sé.
Se acerca ese final, y ojalá lo disfrutes con la reconciliación que da ese adiós como lo estás haciendo. Estoy escribiéndote en esta oscuridad de una noche apresurada. Y sigo rebelándome contra este final: la muerte es una pregunta que no tiene rostro. Quizás tenga razón E. Canetti: Se muere con demasiada facilidad. Morir debería ser mucho más difícil. Demasiadas, siempre son demasiadas. Las palabras no me salvan, aunque sólo en ellas puedo estar cerca de ti. Allá donde estés, me gustaría decirte: gracias por ampliar y profundizar nuestra vida. Cierro mis ojos: la memoria es el inútil esfuerzo contra tanta muerte. Es el entrelazarse del tiempo consigo mismo. Prometo sonreír, creo que es lo que más te gustaría que hiciésemos. Pero estoy triste: no puedo evitarlo, maestro. Tú, ese maravilloso Oliver Sacks.