TIEMPO DE VERANO. TIEMPO DE COMPETENCIAS

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Tiempo

de verano

Hablar de las vacaciones de los alumnos parece derivar siempre en la eterno soniquete sobre lo sortudos que son los profes, lo poco que trabajan, los muchos puentes que tienen y el morro que le echan cuando se quejan de exámenes, tutorías, burocracia infructuosa y quiebros a la Administración.

En cuanto sale el tema del verano, nos enrabietamos contra un gremio con dos meses de relajo estival, olvidando que:

No son dos meses porque, en todo caso, las horas de julio se trabajan previamente, y con creces, prorrateadas a lo largo del curso.

A veces, eso sí, se justifica la rabieta con argumentos pedagógicos, esgrimiendo eso de que los niños, pobres, están tantas semanas alejados del aula que, cuando vuelven, han perdido el ritmo, como si esto fuera un plan de entrenamiento de alto rendimiento en lugar de un proceso de desarrollo de las inteligencias.

Es curioso que ese mismo argumentario, que tan furibundo ataca lo antipedagógico de las vacaciones, hace oídos sordos a otras cuestiones que sí son realmente antipedagógicas o, cuanto menos, difíciles de explicar, como las incómodas sillas en las que han de estar 6 horas al día bajo el precepto de «siéntate bien», o como el desarreglo entre lo que dicen los Proyectos Curriculares y la praxis de muchos docentes anclados en la enseñanza enciclopédica, o como la multiplicación de tareas extraescolares o la saturación de estímulos en los pasillos, o como los castigos estúpidos de copiar 100 veces (aún vigentes en algunos centros, para escándalo de la inteligencia) o como la tiranía de las editoriales con libros de texto ridículos.

No son dos meses…

las horas de julio se trabajan previamente

Tiempo de

competencias

No es extraño, asimismo, que haya quien alce la voz contra los dos meses de verano no metiéndose con los docentes o cuestionando lo pedagógico o antipedagógico del asunto, sino quejándose de lo difícil que es la conciliación de la vida laboral de padres y madres con las semanas sin colegio, cuestión absolutamente cierta, gravosa y compleja pero que, en todo caso, no corresponde a la Escuela solucionar.

¿Por qué criticar al colegio o a los profesores por las vacaciones de los hijos y no al sistema, a las empresas o a las leyes por lo difícil que es compatibilizar trabajo y familia?

Con todo, para quedarnos con la parte buena, habrá que dejar de lado la discusión sobre si el profesorado tiene o no más vacaciones de las que se merece o el debate sobre si los calendarios escolares son moneda de negociación de sindicatos y patronales o responden a objetivos didácticos.

Sea como sea, lo cierto es que los alumnos cuentan con varias semanas para seguir desarrollándose, aprendiendo y, en definitiva, cultivando sus competencias en un entorno diferente al aula. Y eso, en efecto, es bueno.

Si de lo que se trata es de que continúen su proceso madurativo, las vacaciones en familia, las colonias, campus y campamentos, los viajes grupales, el ocio bien entendido… van a contribuir al desarrollo de esas competencias; esto es, van a sumar en el recorrido evolutivo del niño.

No se trata de prolongar la escuela con cursos de verano o libros de deberes vacacionales. Tampoco se trata de fomentar la anarquía, la desidia, la vagancia o la falta de disciplina.

Se trata de aprovechar las oportunidades que dan las vacaciones para hacer que sea un tiempo edificante, alegre, sin la presión de exámenes (recordemos: exámenes… ese hito en el que se penaliza el error y se prima la nota frente al aprendizaje) y sin las estructuras estandarizantes del colegio.

Es responsabilidad de la familia cómo se llena ese tiempo de ocio. Es suya la responsabilidad de ofrecer a los hijos opciones, momentos y estructuras, cada quien en la medida de sus posibilidades reales.

No todo vale

El verano no es el territorio comanche en el que el niño-adolescente puede hacer lo que le dé la gana, sino un momento de cambio, de socialización, de aprendizaje, de asunción de responsabilidades domésticas; de ruptura con el sedentarismo, de deporte, de aire libre en muchos casos; de desintoxicación de la dependencia digital; de crecimiento y de maduración; de nuevos ambientes; de repaso, sí, si es necesario, pero con otras estrategias diferentes a las del colegio. Unas semanas de convivencia y de fomentarles la autonomía.

Algo

circunstancial

¿Y eso cuesta? ¡Claro! Nadie ha dicho que sea fácil ser padres, conciliarlo todo y, encima, hacerlo con buen humor, pero lo contrario al colegio no es la apatía, el desorden o la ausencia de valores; más bien, es el aprovechamiento de un tiempo que viene dado.

Cada vez son más quienes lo entienden, se implican y se amoldan con un talante positivo, comprendiendo que la escuela es algo circunstancial en la vida de los hijos, que lo estructural es la familia, que este tiempo estival es un campo de oportunidades y que el problema de «qué hacer con el hijo» ni es culpa del profesorado, ni encuentra la solución en un libro de deberes.

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