¿Internet se ha convertido en el mayor sindicato docente? Cada vez más tengo la sensación de que sí. Y, sobre todo, determinadas redes sociales. Esto ni es bueno ni es malo porque dependerá de cómo cada uno lo vea; solo es un cambio que, en determinados aspectos, me preocupa.
Me preocupa que volquemos todos nuestros esfuerzos reivindicativos en nuestra actividad virtual, y que esta muchas veces nos lleve a enfrentarnos porque unos y otros tenemos diferentes enfoques de lo que entendemos por la educación, cuando todos, al fin y al cabo, queremos lo mismo, que es que nuestro alumnado se motive, aprenda y apruebe.
No es malo que todos los profesionales de la educación piensen diferente, ni mucho menos: lo negativo es que ese pensamiento nos lleve a dividirnos y a veces a enfrentarnos ante perspectivas encontradas, al tiempo que el alumnado que más lo necesita se “desangra” porque siente que no es capaz de progresar.
Me preocupa que los que ya llevamos unos años en esto vivamos a veces de la queja y el escepticismo, cuando la labor de los docentes veteranos, sobre todo, los que están cerca de su jubilación –que son todo un ejemplo para la sociedad moderna– opino que es también transmitir con ilusión todo lo que saben al profesorado que está empezando o a los que aún estudian para dar clase algún día.
- Poco se aprovecha a estas personas veteranas, cuando debieran ser referentes para las escuelas de magisterio y facultades de educación.
- Ellos y ellas debieran estar presentes en esos momentos de diálogo e intercambio de ideas en colegios, institutos y universidades, ya que corremos el riesgo de que todo lo que son capaces de enseñarnos se pierda para siempre.
Me preocupa la dignidad de nuestra profesión. La igualación salarial con otros cuerpos de funcionarios y funcionarias de igual categoría laboral, la imagen que a veces desde determinados sectores se tiene de nosotros, una imagen cargadas de visiones estereotipadas. Me preocupa la precarización de la profesión, más sangrante si cabe en la docencia universitaria.
La visión del magisterio
Vivimos en una época de generalizada crispación, de cierto hastío y de deterioro de la visión que se tiene del magisterio, visión de tendría que ser la “ópera prima” de la vida: si no unimos esfuerzos con contundencia en esa lucha, estaremos perdidos y nuestra sociedad retrocederá en la calidad de su servicio más esencial junto a la sanidad.
También me preocupa que nuestro nivel de activismo, envidiable por lo que se observa en las redes sociales, no dé un paso adelante y no haga frente a los embates de esa cruzada que muchos han arrancado contra las particularidades del ejercicio de nuestra profesión, lo cual resulta muchas veces agotador.
Si el tiempo que dedicamos a discutir en medios telemáticos sobre si es mejor la innovación que la tradición, o sobre si es mejor usar la tecnología o el libro de texto, lo usáramos para defender que la dedicación, el amor y el cariño que le ponemos a nuestro trabajo lleva un tiempo exhaustivo de cultivo y muchísimo ahínco; tal vez, la sociedad percibiera mejor el verdadero sentido de la autoridad docente: Una autoridad moral que poco tiene que ver en estos tiempos con ninguna consideración jerárquica ni con la posesión exclusiva del saber.
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Gremio maniatado
Creo que los docentes a veces nos sentimos como un gremio maniatado, atenazado por una burocracia ingente y una visión utilitarista que nos aleja de los aspectos vocacionales y más humanos que nos mantenían ilusionados en los inicios.
Sentimos que no nos valoran desde fuera, y no creo que el problema sea ese, que no nos valoren, sino más bien que no valoran hasta qué punto los cambios sociales y culturales nos están afectando en el desempeño de nuestra profesión.
Y digo esto porque dar clase en tiempos de pandemia, cuando no le podemos poner cara a nuestro alumnado y cuando las familias apenas pueden entrar en los centros, no se suple tan fácilmente con la compra de mascarillas o de ordenadores para la “brecha digital”.
Mientras que seguimos discutiendo en redes sociales, nos enfrentamos a las consecuencias del impacto de un tumulto de variopintas crisis en la infancia y la adolescencia, con casi ningún tipo de apoyo para combatirlo.
Y sí, hay mucho profesorado que no solo se desvive por acabar la programación o por desarrollar todo el temario antes de junio:
Cada vez somos más los docentes que vemos cómo la salud emocional de las personas con las que trabajamos y las que queremos sacar adelante está plagada de secuelas que no podemos controlar.
Sindicato docente
Creo, en definitiva, que esa es la rabia que escondemos muchos de los profesionales de la educación detrás de las sensaciones que transmitimos en las redes sociales.
Es un nuevo ejercicio de movilización que tiene sus virtudes, no lo voy a negar, siempre que se haga desde la cordura y el respeto, ya que mucho aprendemos leyéndonos unos a otros, desde lugares diferentes –en los que se encuentra cada profesor o profesora–.
Sin embargo, creo que el espíritu de lucha, entrega y unión de otros docentes del pasado que no conocían Twitter, pero que no se dejaron pisotear en la conquista de sus derechos, debe avivarse, ya que, por mucho que nos digan, sin el ejercicio de esta profesión la sociedad no puede avanzar. Y es ahí donde debe radicar la verdadera fuerza del profesorado; la fuerza del mayor sindicato docente.