PARTE I
Cuando nos hablan de AMOR es posible que no sepamos –a ciencia cierta– qué conceptos atesora la magnitud de su significado.
«Cuando amamos de verdad nos reconocemos en los otros; y, por ello, lo que hacemos a los demás nos lo hacemos también a nosotros mismos».
Siempre que pienso en la palabra AMOR, surge inmediatamente otra en mi cabeza y es DAR. Los días que me reúno con mis alumnos, lo primero que siento es una gran ilusión, voy cargado del material que recopilé y trabajé a lo largo de la semana. Sé que les va a gustar, les va a sorprender y hará que surja en ellos nuevas preguntas y nuevos retos. También, hablar sobre qué interpretamos cuando nos hablan de amor.
El hecho de DAR, es para mí una manera de ser agradecido por todas las cosas buenas que me da la vida, es mi manera de sentirme a gusto, sabiendo que lo estoy haciendo bien, ya que es lo que sé hacer y en ello pongo todo mi AMOR.
Aún cuando yo hablase las lenguas
humanas y angelizas,
pero no tuviese amor,
soy como metal que resuena,
o cimbalo que retiñe.
Y si tuviese el don de la profecía
y entendiese todos los misterios
Y toda ciencia,
Y si tuviese toda la fe,
De tal manera que trasladase los montes,
pero no tuviese amor,
Nada soy.
Y si repartiese todos mis bienes
para dar de comer a los pobres,
y si entregase mi cuerpo para ser
Quemado,
pero no tengo amor,
de nada me sirve.
El amor es sufrido, es benigno;
El amor no tiene envidia,
el amor no es jactancioso,
no se envanece;
no hace nada indebido,
no busca lo suyo,
no se irrita,
no guarda rencor;
no goza de la injusticia,
más goza de la verdad.
Todo lo sufre, todo lo cree,
todo lo espera, todo lo soporta.
Cuando amamos de verdad, nos reconocemos en el otro y experimentamos la posible maldad del otro como maldad propia. Solo esta forma de amor puede ofrecer la otra mejilla, solo ella puede ofrecer también la túnica cuando nos piden la capa. Es algo que debemos recordar al reflexionar cuando nos hablan de amor.
Si este comportamiento surgiese solo de la bondad, se quedaría en algo superficial y sin relación con nuestro verdadero ser. Cuando amamos de verdad, no podemos hacer otra cosa, porque experimentamos la unidad de todo lo vivo y nos autolesionamos si le hiciéramos daño al prójimo.
Este amor nos capacita para abrazar a nuestro contrincante y relacionarnos con benevolencia con aquellos que nos odian. Entonces, reconocemos a los contrarios y en los opositores la dinámica de la vida, que no se desarrolla de forma lineal, sino que presenta de forma continua situaciones que con frecuencia parecen caóticas.
Dejamos de querer unos padres perfectos, un maestro o una maestra perfectamente sabios, un compañero perfecto, una compañera perfecta, una familia perfecta, una comunidad perfecta, un estado perfecto y una iglesia perfecta. Entonces, sabemos que todo contiene simultáneamente también su contrario.
Manifestaciones del amor
Cuando nos hablan de amor, hemos de acudir –también– a nuestro saber enciclopédico, a lo que conocemos. En las relaciones de la persona con su medio, el amor se ha clasificado en diferentes manifestaciones; en virtud de ello, pueden aparecer una o más de las siguientes:
Amor autopersonal
El amor propio, amor compasivo, es, desde el punto de vista de la psicología humanista, el sano amor hacia uno mismo. Aparece situado como prerrequisito de la autoestima y, en cierto contexto, como sinónimo de ésta.
Es algo positivo para el desarrollo personal e indispensable para las buenas relaciones interpersonales, y no debe confundirse con el narcisismo, que conlleva ‘egocentrismo’ y que coincide con una autoestima baja.
Para el budismo, que califica al ego como una ‘mera ilusión’ de nuestra mente, el amor real, amor compasivo, sólo existe cuando se dirige hacia otra persona, y no hacia uno mismo.
Para el psicoanálisis, que, de forma completamente opuesta al budismo, califica al ego como la única realidad, el amor autopersonal siempre es ‘narcisismo’, que puede ser, a su vez, saludable o no saludable.