En mi anterior entrada hablaba sobre el papel de las representaciones del self como elemento motivacional en el aprendizaje. Aunque la psicología educativa no es una disciplina precisamente nueva, en los últimos tiempos es frecuente encontrarse con propuestas didácticas o metodológicas que inciden en aspectos como la reflexión, la introspección, la regulación, la autonomía, etc. Es el caso también de otros constructos que se refieren al yo –autoestima, autoconocimiento, autoconfianza, autoconsideración, autoconcepto, autoeficacia, etc.– y que se asocian a la dimensión afectiva del aprendizaje. La bibliografía está salpicada de estos conceptos y, en no pocos casos, se reconoce lo complicado, quizás absurdo si no es por criterios operacionales en una investigación de corte empírico, de deslindar unos de otros. En la bibliografía divulgativa la presencia de todo lo que tiene que ver con el yo es igualmente abundante.
Esto es una simple aseveración, no pretendo con ello dudar de la validez ni de los efectos positivos de su trabajo en clase. Yo mismo he llevado a la práctica en numerosas ocasiones la guía del profesor para trabajar el self ideal de la que hablaba en ese post, así como otro tipo de actividades basadas en los principios de autorreflexión, introspección y autocrítica de los alumnos. Además, creo que puedo decir que se logró una considerable correspondencia entre estas actividades y los objetivos marcados, tanto por mi parte como por la propia valoración que los alumnos hicieron de este tipo de actividades.
En esta ocasión, sin embargo, me gustaría encuadrar este enfoque del yo dentro de un ámbito que apunta más alto, en un entorno difuso que transciende lo meramente pedagógico y es difícilmente aprehensible con una sola valoración de la experiencia o de los resultados académicos, es decir, con un análisis que solo parta de la inmediatez de lo cuantificable. Al fin y al cabo, la educación es un proceso de socialización de conocimiento que, en gran medida, consiste en la transmisión de valores y la formación de actitudes, también con respecto a la figura del poder y a la esfera política de la sociedad.
Buena parte de las técnicas del tratamiento del self se basan en los postulados de la llamada psicología positiva. Este enfoque pretende cultivar los supuestos emocionales positivos, como la alegría, el optimismo, la vitalidad, el bienestar, la gratificación, los deseos, las esperanzas, etc. a través de una instrucción orientada a la concienciación o autotransformación (mindfulness training en inglés) lo que, aplicado al aula, la convierte en educación positiva. Esta charla de TEDx es un buen ejemplo de defensa acérrima de sus beneficios.
Seguramente, todos reconoceremos ciertos patrones de lo positivo en nuestras clases: la reflexión introspectiva, el pensamiento creativo y holístico, el reconocimiento emocional, el equilibrio psicológico, la autoindagación, la expresión del afecto, la orientación y apoyo entre iguales, etc. Parece difícil no estar de acuerdo con un tipo de instrucción que fomente estas actitudes entre los alumnos. A lo sumo, puede darse el caso de que una de las primeras ideas que se le vengan a la mente a alguno al pensar en estos términos sean los “expertos en autoayuda” y los bestsellers que escriben. Sin embargo, es bastante más improbable que pensemos en ello como un producto ideológico y, en concreto, como consecuencia de la implementación de los principios de la corriente neoliberal también en la educación.
Todo comienza con la interpretación de la psicología positiva a nivel discursivo, lo que necesariamente tiene una vertiente sociocultural y que, en este caso, viene moldeada en última instancia por argumentos económicos. Lo positivo hegemoniza el discurso de lo público y tiene un enorme poder de influencia sobre lo intrapersonal. La examinación personal y el autocuidado han alcanzado una gran relevancia, que va desde el nivel institucional hasta la cultura popular. Como consecuencia de ello, nos encontramos de lleno dentro de una cultura de configuración de la identidad y de la subjetividad, que no es otra cosa que una parte dentro del desarrollo de la individualidad en el que estamos imbuidos. Por su parte, la noción de individuo es el elemento vertebrador sobre el que gira el neoliberalismo, entendido este no tanto como una simple teoría económica, sino como una actitud personal, todo un modo de ser y de pensar. Sin embargo, la analogía positivo-neoliberalismo no es tan simple.
En este punto, conviene reseñar el libro Happiness as Enterprise de Sam Binkley (2014). Aunque no se refiere específicamente a la educación, sino más bien a algo tan genérico como la vida actual, su análisis trae a colación un tipo de discurso que, a mi parecer, tiene poca repercusión en los canales de debate sobre educación. La tesis de este libro es clara: la relación directa entre la idea de regulación emocional y el neoliberalismo. Para establecer esta correlación, Binkley se apoya en varias ideas de Foucault, que describo a continuación.
Frente a una posible dependencia de lo público derivada de un Estado de bienestar en progresivo desmantelamiento, la configuración social del neoliberalismo pasa por activar en el individuo una actitud de emprendimiento y agencia similar a la lógica del mercado. Ello conlleva que la subjetivación implique una disposición emprendedora hacia uno mismo y su entorno. El sujeto se convierte así en empresario de sí mismo y su vida emocional en una oportunidad que, gestionada estratégicamente, puede proporcionar réditos y reduce las incertidumbres implícitas de la economía de mercado.
Lo positivo a nivel discursivo coloca al individuo ante la responsabilidad moral y biológica de pretender ser feliz. Es lo que Foucault denomina gubernamentalidad o conducta de conductas, que produce sujetos que dirigen su libertad hacia aquello pretendido por el poder, pero sin necesidad de intervenciones directas. El valor del emprendimiento personal también es válido para lo emocional:
“nothing imposes an obligation, and everything, including one’s own mind, body, and emotional state is a resource, a force to be excited, an opportunity to be developed, exploited, or leveraged for advantange in a world of competitive actors” (2014: 4).
Binkley concluye que la alegría, como tecnología del yo, pero también como empresa de autodesarrollo, representa uno de los más importantes instrumentos del gobierno neoliberal.
Haciendo un ejercicio de continuación de la línea argumental de Binkley, pero aplicada ahora al área educativa –que él no menciona– se entiende que la educación positiva, como mecanismo de transmisión de las estructuras mentales de poder, cumple la función de intermediación entre las estrategias neoliberales de gobierno y las técnicas del self. Eso, al menos, si partimos de la base de que un trabajo en clase enfocado a la concienciación afectiva o a la introspección lleve a la movilización de las emociones positivas y a la voluntad de seguir utilizando esas técnicas aprendidas en el futuro.
Mi sensación ante este tipo de posturas categóricas es de prudencia, sobre todo, al comprobar que la traslación de la interpretación del autor sobre las técnicas del yo a la educación sería algo sesgada y por un cierto tono maniqueo a lo largo de todo el libro que no favorece el análisis imparcial. No obstante, su lectura no deja de ser una llamada de alerta necesaria ante el candor con el que en muchos casos se toman las nuevas propuestas metodológicas y las directrices top-down.
A mi parecer, la exploración en el aula de actividades, técnicas y estrategias autorreguladoras emocionalmente, de por sí, no tienen por qué cumplir necesariamente con un objetivo de control social y opresión individual marcados por una ideología, sino que también pueden ser interpretadas desde un postulado emancipador y su posible potencial movilizador, transformador e, incluso, liberador. La introspección parte de una actitud de curiosidad que se dirige a aquello que sucede en el cuerpo y en la mente, pero también a la relación del yo con el mundo, por lo que siempre está contextualizada. El autoconocimiento sigue siendo una herramienta de empoderamiento que puede desarrollar un espíritu crítico que no pierde de vista lo social y una conciencia de resistencia conducente a la acción colectiva. ¿Acaso las emociones positivas no juegan un importante papel en la configuración del sujeto crítico y políticamente activo?
Binkley, S. (2014). Happiness as Enterprise: An Essay on Neoliberal Life. SUNY Press.
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