PODER Y DEMOCRACIA EN LAS INSTITUCIONES EDUCATIVAS

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Internet. Conocimiento conectado; en red, en la nube. Educación digital. Espacios virtuales. Gestión del contenido. Son palabras que parecen no agregar nada nuevo al panorama educativo actual; pero, si a todos estos términos les añadimos la idea de ‘información como fuente de poder’,

¿A dónde podríamos llegar?

Este brainstorming (tan mainstream en nuestros días) no es más que el inicio del cuestionamiento de una solución educativa planteada sin cesar en foros, conferencias y miles de hilos en Twitter: empoderar al alumnado.

Así, como panacea; suena bien. El verbo es rompedor, transmite fuerza y lleva consigo un mensaje que vincula la fortaleza y confianza para promover cambios hacia la horizontalidad. Sin embargo, nos perdemos en las palabras; con las palabras.

Lo políticamente correcto empuja a nuestra lengua a crear un diccionario, educativo en este caso, que, en ocasiones, se olvida de llenar de significado a tanto significante.  Es fácil hacerse con este ejemplar de “Cómo hablar de educación en cómodos pasos y sonar a profe progresista y moderno”; lo difícil, como siempre, está en la acción.

Llegar a la necesidad de debatir el cómo es lo que permite acercarnos al objetivo. Et voilà. En mi cabeza resuena la respuesta obvia: la distribución democrática del poder. Real. En todos sus términos.

Nos perdemos en las palabras;

con las palabras

Nos hallamos de pleno en el cambio social que abraza la cuestión que planteaba al inicio. Internet ha permitido disponer del poder con una rápida búsqueda y algún que otro click. Hecho que ha llevado a la controversia: el docente ha dejado de ocupar una posición de experto dentro de las aulas. Y yo me pregunto ¿acaso lo es? ¿Es esto un problema para el desarrollo del proceso enseñanza/aprendizaje? Rotundamente no. Ni el docente es poseedor de la verdad absoluta (tampoco creo que antes lo fuera, simplemente, se fingía mejor), ni ello sería más enriquecedor para el desarrollo de los niños y niñas.

¿Cuántos saberes adquieren valor en la vida de los niños y, sin embargo, pasan desapercibidos en instituciones educativas? Tenemos los pupitres llenos de youtubers, de verdaderos y verdaderas influencers; ¿por qué obviarlo? Ellos tienen mucho que decirnos y la horizontalidad es cada día más evidente y necesaria.

María Acaso, en su libro “rEDUvolution hacer la revolución en la educación” reflexiona sobre esta cuestión de la democracia en las aulas, reconociendo que incluso los contenidos pueden ser seleccionado entre todos: “pudiendo elegir desde dónde llegar al temario”.

Esta profesora de la Universidad Complutense de Madrid afirma que el error en este proceso suele establecerse en el momento en el que se invita a los estudiantes a ser democráticos en unas clases totalmente antidemocráticas. Volviendo, nuevamente, a nuestra manía de entregarnos a las palabras vacías. Por inercia, por reproducción o por comodidad. Aquí, lo que menos nos importa es la justificación.

En su libro, haciendo referencia a Alejandro Piscitelli (filósofo argentino, especializado en los nuevos medios), aconseja no solo cambiar el contenido, sino también la arquitectura, es decir, la forma. Todas las jerarquías impuestas que limitan la igualdad física. Porque, más allá de la horizontalidad conceptual, cada uno de nuestros actos puede gritar contrariando a nuestras palabras.  Ejemplifica este paso hacia la proximidad con pequeñas acciones espontáneas como sentarse en el suelo con el resto de clase, ocupar las mismas sillas o compartir espacios que nos sitúen en una igualdad real.

La solución no estará tanto en repetir hasta la saciedad eso de “empoderar al alumnado” como término indiscutible, sino en ponernos las gafas críticas:

Para no solo parecer democráticos;

para serlo

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