Comienzo mi colaboración con el Magazine INED21 con una reflexión sobre cómo pienso que debería ser la Escuela del siglo XXI. Porque todo lo que podamos debatir, plantear y acordar sobre temas educativos parte de esa concepción que debe ser el eje central de cualquier propuesta seria sobre educación.
La Escuela convencional, de origen industrial, caracterizada por la uniformidad, por el monopolio del saber, por una estructura academicista y con el objetivo claro de formar personas con valores firmes y claros dentro del orden establecido, la podíamos comparar con un templo. Un templo del saber. Un saber cuasi sagrado, firme, seguro, monolítico y del que apenas se podía discrepar por su reconocido prestigio. La Escuela como monopolio del saber y de la formación de los individuos.
Sin embargo, la sociedad del conocimiento y la era digital han cambiado por completo, bajo mi punto de vista, esa situación. La información y el conocimiento están al alcance de cualquiera y la Escuela, como institución, ha perdido el monopolio que detentaba. Además, los cambios son tan vertiginosos que nada es seguro ni firme. Es líquido.
De esa forma, ya no tiene sentido acumular información y memorizar datos porque los tenemos a nuestra disposición en un momento. Ya no se aprende sólo en la Escuela ni durante la edad escolar o formativa sino que puede aprenderse en cualquier momento y lugar y a lo largo de toda la vida. El aprendizaje es ya flexible, ubicuo y expandido y es casi más informal (fuera del aula o fuera del currículo oficial) que formal. En este mundo conectado y con una masa inabarcable de información a nuestra disposición el Templo del Saber se derrumba. La Escuela ya no es, y no lo va a ser más, la que monopolice el saber y la formación. Internet y las redes se lo han quitado. Y creo que no hay vuelta atrás. No puede haberla. Y mientras más tiempo tardemos en darnos cuenta e ir en ese camino peor para todos.
Pero eso no quiere decir que la Escuela haya dejado de tener una función fundamental en la formación de los ciudadanos. Su papel, su función, ha cambiado o debe cambiar hacia una Escuela que fomente la investigación, la experimentación, la creación y el debate aprovechando la gran cantidad de información de que disponemos y hacia una Escuela que ya no se centre en la repetición mecánica de contenidos. Una escuela que ceda el protagonismo al alumnado como actor principal de su propio aprendizaje. Y no hablaría de autonomía, sino de independencia, de empoderamiento.
Por otra parte, la Escuela cobra vital importancia en la formación ética de los nativos digitales. Para que no sean huérfanos digitales sino expertos digitales. Y para ayudar a las familias a comprender y asimilar ese mundo tan maravilloso y a la vez tan peligroso que tienen delante y no terminan de entender.
En definitiva, que las Escuelas deberían convertirse en centros de I+D+i. Abandonar el aprendizaje pasivo y fomentar el aprendizaje activo que dé herramientas al alumnado. Un aprendizaje real para el siglo XXI.
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