Hace algunas semanas escuchábamos una polémica noticia en la que se afirmaba que Finlandia dejará de enseñar caligrafía en los colegios a partir de 2016. Según explicaban los periódicos, las escuelas finlandesas dejarían a un lado la enseñanza de caligrafía manual para sustituirla así por la escritura mecanografiada. De este modo, el aprender a escribir se basaría en utilizar un teclado y un ordenador. Las instituciones escolares pretendían reducir las horas dedicadas a la manualidad de la escritura e invertirlas en otras actividades artísticas.
Finalmente, y tras varias manos echadas a la cabeza, todo resultó ser un pequeño malentendido. Lo que realmente harán las escuelas finlandesas es acabar con un ligeramente complicado sistema de enseñanza de caligrafía, el cuál se basa en el aprendizaje de la escritura en letra cursiva y en letra de imprenta. Lo que a partir de agosto de 2016 harán es ofrecer a los alumnos la opción de aprender la caligrafía cursiva, centrando el resto de las horas ofertadas en la caligrafía de imprenta y en la mecanografía a ordenador, ya que la cursiva ha acabado por utilizarse únicamente en las escuelas y se cuestiona, por lo tanto, su practicidad.
Pero ¿y si la primera noticia hubiese sido completamente cierta? ¿Y si dejáramos de aprender a escribir a mano para usar definitivamente los ordenadores como las únicas herramientas para la expresión escrita?
Con un cúmulo de preguntas rondándonos la cabeza, comenzamos a cuestionarnos la importancia que tiene, tanto en la educación como en otros ámbitos de nuestra vida, el trabajar con las manos frente al uso de dispositivos electrónicos como medio de expresión y fuente de aprendizaje.
Lo cierto es que la irrupción de la tecnología ha reducido el número de cosas que hacemos con nuestras propias manos de la misma forma que permite que hagamos más cosas a distancia y menos de forma presencial. Esto implica inevitablemente un nivel de experiencia menor o al menos diferente. Pero nuestra naturaleza reclama esa experiencia, el contacto directo con el entorno, con las personas y con los objetos, y nuestras manos son nuestra herramienta básica para conseguirlo.
Cuando el dilema está en si para una actividad concreta debemos recurrir a la tecnología o a la manipulación, es decir a usar nuestras manos, se ponen en la balanza argumentos como el ahorro de tiempo, la producción en serie o la posibilidad de rectificación; otro gallo cantaría si los pinceles tuvieran Ctrl+Z. Sin embargo, poco se tienen en cuenta valores del trabajo manual que la tecnología está aún lejos de suplir, como es la espontaneidad del trazo, la personalidad y expresividad inherentes a un movimiento corporal que está condicionado por innumerables agentes internos, como nuestro estado de ánimo, concentración, pensamiento, etc. y también externos, como el entorno, quienes nos rodean, la postura en la que trabajamos…
Si prestamos atención a la dirección en la que avanza la tecnología en el campo del dibujo digital nos encontramos una clara tendencia en busca de la naturalidad y ambigüedad que consigue el dibujo manual. Es posible incluso que el auge de los dispositivos táctiles, que ofrecen al usuario una experiencia más intuitiva y dinámica, también responda a la puesta en valor de la necesidad del ser humano de manipular de la forma más directa posible.
Las manos son una herramienta clave que permite la experimentación del entorno y como tal la escuela debe promover su implicación en los procesos de aprendizaje. Por ello las artes junto con otras áreas que ponen en valor el conocimiento y desarrollo de nuestras manos y nuestro cuerpo resultan tan importantes en el currículum educativo. Su relación con la adquisición de experiencia es esencial en el desarrollo de un correcto aprendizaje.
Muchos somos los que afirmamos que la experiencia es uno de los principales factores para que se produzca el aprendizaje. Como bien decía el profesor Elliot W. Eisner en su libro El arte y la creación de la mente (Barcelona. 2011. Paidós): “Creo que las escuelas, al igual que la sociedad más amplia de la que forman parte, actúan en los dos sentidos del término, como cultura y como cultivo. Hacen posible un estilo de vida compartido, una sensación de pertenencia y de comunidad, y constituyen un medio de cultivo. (…) La experiencia es fundamental para este cultivo porque es el medio de la educación”.
Cierto es que la experiencia viene de la vivencia, y esta a su vez procede de los sentidos. Los humanos somos seres sensoriales, que nos valemos y nos movemos gracias a lo que percibimos y experimentamos. A pesar de ello, en la actualidad cada vez cobra más protagonismo la independencia, la autosuficiencia y el automatismo. Es por esto que quizás sea pertinente recordarnos de vez en cuando la importancia del trabajo manual durante cualquier proceso de aprendizaje, además de la relevancia de la interacción de los distintos sujetos que forman parte de dicha acción. Durante este proceso de aprendizaje, no únicamente nos limitamos a interactuar con nosotros mismos, sino que lo que permite que aprendamos es aquello que nos rodea, y aquellos que componen nuestra sociedad y nuestro entorno.