DESPOTISMO GENERACIONAL
En mi anterior artículo, «Sensación de poder» intentaba transponer una metáfora sencilla y obvia del poder adulto, la Inglaterra colonial de los caballeros, al ámbito de la escuela.
No pensé en principio en la reciente versión de «Alicia…» de Tim Burton, aunque la recordé durante la redacción. La época victoriana es una simplificación del mundo actual del poder, más fácil de entender. Lo esencial es que no es baladí la idea de que hay que transmitir a los niños que han venido a un mundo que es como es y que en él tienen «derecho a poder». Y que imponerles un siglo XXI ya encarrilado es una forma de despotismo generacional.
LO CONTRARIO DE DOMESTICAR
No son tontos, a través de su escolaridad, si es una escolaridad consciente, verán que no nos es posible desviarnos radicalmente del guión. Ni a nosotros, adultos, ni a ellos, cuando lo sean. Pero que con cada «no», con cada rebeldía razonable, corregimos ligeramente el rumbo hacia puertos más deseables para todos. Creo que «empoderar» consiste en eso, en transmitir la pequeña pero insustituible importancia de cada niño.
En ese sentido empoderar es ‘lo contrario de domesticar‘, es mostrar posibilidades y discutirlas más que pautarlas. Domesticarse, «hacerse a la casa», es una tarea de autoconstrucción que les corresponde a ellos. Vista la casa-mundo, deben decidir cuál ha de ser su comportamiento más razonable. El maestro es alcalde y vela por el orden público. El maestro es institución y media y da acceso al conocimiento. Los maestros son lobby y promueven el comercio de ideas y materiales.
Por eso, la escuela debe contener cultura, en algún lugar deben estar todos y cada uno de los 13.700 millones de años de universo y todos y cada uno de los 10 mil años de civilización. Los niños han de ser exploradores y los maestros, gestores de importancias.
Ningún maestro debería sufrir por «la materia». Es el desperdicio más grande que puedo imaginar. La materia ha de estar ahí, y encontrar lagunas en ella ha de ser una misión apasionante para todos. Las lagunas de «materia» aparecen todos los días, cuando se lee y cuando se discute. Sólo reunidos en torno a un mapa de África vacío convinieron los caballeros en «la materia» que faltaba.
SE PREPARAN VIVIENDO
Y Livingstone se hizo célebre, importante. El poder que persiguen los niños no es terminal, no es a vida o muerte, porque se preparan –precisamente– para la vida viviendo. Tarea de los maestros es descubrir un Livingstone en cada niño. Y su mundo no consiste en áfricas ignotas sino en ignorancias de la vida. Y la vida va desde la red de guarderías hasta los protocolos de comercio internacional y los organismos globales. Desde la oración nocturna hasta la religión humanista y las otras.
Desconfiad de «recursos pedagógicos». O están tan orientados a lo que suponemos genérico en los niños, como lo tan particular que un maestro probó para cuatro alumnos. No están de más, pero no son «la solución». Has de tenerlos, por supuesto para cuando te hagan falta en una situación concreta, pero me parece inadecuado trabajar con ellos a priori.
Creo que la solución sólo está en el «empoderamiento» de cada niño para que él dirija su conocimiento en un medio estimulante, en un medio en el que ser pasivo o resultar anodino sea impensable. Ése es el medio de la evaluación continua. Como dice Howard Gardner, dejad a un niño en un ambiente rico y observad qué hace. Ofrecedle sugerencias como quien no quiere la cosa.
Ofrecedle ejemplo y él os acabará ofreciendo otro. Dedicad vuestro tiempo a registrar la «importancia» que adquiere cada cual y estimulad las que no sean satisfactorias para el mismo niño. Si él se siente satisfactoriamente importante (para él) es que está dando todo lo que tiene.
No me hagan caso. Puedo equivocarme.
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