A punto de acabar el año, el más convulso en lo social y en lo escolar que recuerdo, creo que toca detenerse a pensar, ante tanta vorágine de información, en qué escuela queremos para 2021.
Opino que ese ejercicio de reflexión debiera ser individual: nadie desde fuera tiene que venir a desvelarnos una fórmula mágica que establezca cómo debemos diseñar el centro escolar en el que trabajamos o en el que estudian nuestros hijos e hijas. Como parte viva del mismo, somos cada uno de nosotros los que tenemos que hacer una parada obligatoria para la reflexión educativa. Aquí está la mía.
La escuela de 2021, por unos objetivos globales
Creo que la escuela de 2021 debe adoptar como meta, definitivamente, unos objetivos globales, compartidos, que luego se puedan materializar o concretar en las pequeñas o grandes acciones que emprendamos en nuestros contextos educativos y sociales.
El abandono escolar y la marginación en la escuela son circunstancias que atañen a todos los países del mundo, en mayor o en menor medida. Instituciones como la Organización de las Naciones Unidas, a través de la concreción del cuarto Objetivo de Desarrollo Sostenible -centrado en la educación-, han tratado de impulsar una serie de medidas de envergadura que tratan de generar inercias educativas que conduzcan hacia el bien común, la búsqueda del equilibrio y el desarrollo sostenible.
Sin embargo, a la hora de la verdad, muchos seguimos haciendo lo mismo dentro de las aulas.
Pero como la noción de “calidad” que subyace en este enfoque de las Naciones Unidas varía según las perspectivas, los enfoques y los intereses, se hace preciso acotar el término y dirigirlo hacia la idea de escuela como espacio favorecedor de inercias que beneficien a todas sus personas integrantes y que les permitan alcanzar el éxito sin que factores relacionados con condiciones socioculturales supongan un elemento desfavorecedor.
Es necesario, pues, entender la calidad educativa
“Como eficacia, como respuesta a las demandas de la sociedad, como valor añadido, como participación y satisfacción de los usuarios y como equidad” (Alonso et al., 2011, p.19).
Y esa idea de calidad es la que debe primar en esta escuela del futuro.
No me siento capaz de valorar si la escuela que deseo para el nuevo año debe ser justa o no, ya que es una idea demasiado compleja, pero sí que creo que debe tender a impregnarse del sentido que tiene la justicia social.
Hablo, con ello, de la necesidad de hacer de la nueva escuela un medio para, una vez las personas finalicen las etapas de la educación formal, alcanzar, en palabras de Francisco J. Murillo y de Reyes Hernández, “la igualdad de oportunidades en el acceso al poder, en la posibilidad de participar en diferentes espacios públicos o en el acceso al conocimiento.” (2011, p. 20).
La literatura existente sobre las relaciones entre justicia social y escuela coincide, grosso modo, en presentar cualquier mecanismo representativo del poder jerárquico que limite las posibilidades de promoción, acceso e igualdad de oportunidades del alumnado, como una forma de injusticia social (Sepúlveda-Parra, Brunaud-Vega, Carreño, 2013).
Si los alumnos y las alumnas que, por cualquier condición, presentan un mayor riesgo de vulnerabilidad, de estar o sentirse marginados dentro del sistema o de abandonar sus estudios de forma precoz no acaparan la mayor parte de los recursos y medios de esta escuela que queremos como una fórmula de acción basada en el equilibrio, volveremos a reproducir prácticas de la vida cotidiana en las que los bienes primarios -privilegios- se encuentran en manos de unas pocas personas o de, simplemente, solo una parte de la sociedad. Y esa no es la escuela que deseo.
En medio de una pandemia
La escuela de 2021 va a seguir siendo una escuela diseñada in extremis para adaptarse a unos nuevos tiempos marcados por el impacto de la COVID-19.
En ese sentido, investigadores como Henry Giroux, Pablo Rivera-Vargas y Ezequiel Passeron han acuñado la expresión “pedagogía pandémica” para referirse en esta compleja época a
“las máquinas de propaganda de los medios de comunicación, que infunden y generan miedo junto con rabia social, atentando contra proyectos o ideales de colectivización y solidaridad.” (Giroux, Rivera-Vargas y Passeron, 2020, p. 1).
Si queremos que en 2021 la educación se consolide en el principal proyecto de construcción del progreso y el avance de las sociedades, se podrá deducir que la expansión del miedo, la duda y la crispación dejan en un estadio de mayor desprotección a las personas pertenecientes a colectivos como los referidos en este estudio, por lo que las acciones de reflexión pedagógica de las escuelas tienen que girar necesariamente hacia esa nueva dimensión.
De todos modos, tendrá que pasar aún cierto tiempo para analizar con datos más fehacientes el impacto sobre la desventaja educativa que los daños colaterales de la COVID-19 ha provocado en los sectores con mayor exposición al abandono en las comunidades educativas y, en general, en el derecho a la educación; que ha sufrido en 2020 un fuerte impacto con la suspensión de la educación presencial.
Pablo Gentili mantiene la siguiente reflexión sobre este derecho y sus implicaciones sobre la marginación:
El problema del derecho a la educación está reducido a que supuestamente los niños y las niñas no aprenden en las escuelas, que no es otra cosa sino la evidencia de que los pobres aprenden menos que los ricos en las escuelas. (2005, pp. 83-84).
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Instrumento para el equilibrio
Y esta es la escuela que no quiero: una escuela plagada de mecanismos de diagnosis y atención de la diversidad y de programas compensatorios para paliar el déficit, que siga dejando de lado, como en gran parte ha hecho a lo largo de estos últimos tiempos tan convulsos, una visión identitaria basada en la equidad y su construcción, en sí misma, como instrumento de compensación, inclusión y equilibrio.
En un engranaje curricular y organizativo plagado de marcas, símbolos de violencia estructural y fórmulas excluyentes que señalan y clasifican al individuo según su condición y sus resultados, difícilmente ante una quiebra sistémica como la que se ha vivido este último año pueden salir bien paradas las personas que siempre han estado abandonadas fuera y dentro de la escuela. Y esto no es lo que necesitamos.
Es tiempo, en suma, de hacer balance; de ahondar en la necesidad de repensar la escuela de 2021, de revisar lo que hacemos y pararse a pensar con la vista puesta en las nuevas realidades que han emergido; es tiempo de no olvidar que, ante la vorágine tecnológica, la diversidad sigue ahí, que no cambian las formas de mirarla, porque habrá tantas formas como personas se acerquen a su entendimiento y comprensión: lo que cambia, es la forma en la que nos acercamos a la misma para entenderla.
Que 2021 nos permita encontrar esos caminos que nos permita encontrarnos, en la diferencia o en la semejanza, siempre en la escuela.
Referencias
Alonso C. et al. (2011). Diversidad cultural y eficacia de la escuela. Un repertorio de buenas prácticas en centros de educación obligatoria. Puedes acceder desde aquí.
Gentili, P. (2005). El derecho a la educación. Educación y ciudad, Nº. 9, 2005, págs. 73-88.
Giroux, H., Rivera-Vargas, P., & Passeron, E. (2020). Pedagogía Pandémica. Reproducción Funcional o Educación Antihegemónica. Revista Internacional De Educación Para La Justicia Social, 9 (3). Puedes acceder desde aquí.
Murillo, F. J. y Hernández, R. (2011). Hacia un concepto de justicia social. Revista Iberoamericana sobre Calidad, Eficacia y Cambio en Educación – Volumen 9, Número 4. Puedes acceder desde aquí.
Sepúlveda, M. P.; Calderón, I. y Torres, F. J. (2012) De lo individual a lo estructural. La investigación-acción participativa como estrategia educativa para la transformación personal y social en un centro de intervención con menores infractores. Revista de Educación, 359.