“El poder de la identidad no desaparece en la era de la información, sino que se refuerza.”
Manuel Castells
Hace unos días estaba haciendo la compra en el supermercado que hay al lado de mi casa. Allí, mientras iba llenando el carro, me di cuenta de hasta qué punto la globalización afecta a nuestra vida cotidiana. Para mi sorpresa, la mayoría de los productos que iba comprando (incluyendo los productos frescos) procedían de los más diversos países: China, Francia, Chile, Marruecos… Pero entonces una cosa llamó mi atención; había una nueva sección en el supermercado: Productos de proximidad. En esta sección se ofrece lo que se produce en el entorno más cercano con lo que se favorece, entre otras cosas, la conservación de productos autóctonos y se contribuye al crecimiento y desarrollo del territorio.
Ante la globalización de la oferta, hay un espacio donde los productos propios de la tierra tienen una atención especial. De repente se me ocurrió que, quizás, sería interesante hacer algo parecido en nuestras escuelas y, más allá de la imparable globalización de la educación, mantener un espacio para la educación de proximidad.
La globalización afecta cada día más a la educación. Hoy, desde cualquier lugar del mundo, se puede recurrir a los más variados recursos, cualquiera puede tener acceso a cursos del MIT o de las más prestigiosas universidades, cualquiera puede hacer un MOOC o escuchar una conferencia TED, cualquiera puede acceder a las páginas web y los materiales didácticos de museos e instituciones…
El ejemplo más evidente de educación globalizada son las pruebas PISA, que, aunque debido a su carácter transnacional ofrecen una visión demasiado sesgada, excesivamente parcial, de los diferentes sistemas educativos; se han convertido en un referente muy importante para orientar las políticas educativas de los países de la OCDE.
Cuando en el mundo en el que vivimos tenemos acceso rápido e ilimitado a la información, cuando lo que sucede en cualquier rincón del mundo puede ser compartido por toda la humanidad… Justo en este momento es cuando es más necesario que en las escuelas se reserve un espacio para llevar a cabo una educación de proximidad. Históricamente la educación nos preparaba para un futuro estable en un mundo sólido, pero ahora todo ha cambiado. En un artículo que escribí hace algún tiempo decía que:
“La volatilidad de los contenidos convierte al alumno, necesariamente, en un sujeto activo, constructor de su aprendizaje; y al docente en un agente de cambio en transformación adaptativa continua.
Los docentes y los alumnos se han “googlelizado” y “wikipedeizado”, es decir, están hiperconectados en un mundo global y esto nos obliga a repensar la Pedagogía.” (Pedagogía de lo efímero)
Esta situación nos demanda que la educación más global conviva con la educación de proximidad. Esta implica participar en proyectos compartidos que tengan incidencia directa en la comunidad, en el territorio donde está situado el centro escolar. La educación es también un elemento transformador de nuestro entorno, por eso, participación, cooperación y solidaridad son valores que deben estar siempre presentes en la educación que ofrecemos a nuestros alumnos.
La educación de proximidad tiene que ver con el reconocimiento de las necesidades, características y peculiaridades de la comunidad a la que pertenecemos para poder integrarnos en ella y participar de forma crítica y constructiva para mejorarla y hacerla progresar. Cuanto mayor acceso tenemos a todo el mundo, cuando la globalización nos invade de forma cuasi perversa, mayor es la necesidad de mantener nuestros vínculos con lo más próximo, con nuestro entorno cultural, territorial y humano.
La educación debe repensarse teniendo en cuenta el contexto actual: combinar adecuadamente lo presencial y local con lo virtual y global es una de las claves del futuro inmediato de la educación.
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