HASTA LOS 16 TODO SON HUMANIDADES

/

Sostengo que hasta los dieciséis años hasta el teorema de Pitágoras es «de letras»

Es decir, tiene relato, historia y sentido humano más allá de procedimientos y algoritmos. Lo diseñó alguien que miraba el mundo y descubría un orden oculto. Lo de menos eran los detalles prácticos. Los encarará sin problemas quien entrevea ese orden. Una encuesta sobre el uso que hacen los ciudadanos en su vida del algoritmo de la división de dos cifras me parecería más útil que saber las intenciones de voto.

Enfocamos la educación como una formación graduada permanente. Enseñamos matemáticas como si alguna vez hubieran de ser de uso profesional, por motivos científicos o financieros. Enseñamos historia como si nuestros alumnos fueran a ser historiadores, no les cogiera la universidad en falta. Y la geografía, con la vista puesta en las oposiciones a correos o a los institutos cartográficos o de encuestas.

¿Y si decidieran ser críticos literarios y no les hubiéramos enseñado la catáfora u otros términios de tanto uso científico y de tan altísimo interés ciudadano? Sería imperdonable. Ni siquiera podrían ser lingüistas o poetas sin haber medido y comentado a Góngora. ¿Y si luego van a ser cualquier otra cosa? Bueno, pues todo eso que tienen. Un buen tutor ha de estar encima de los niños.

De los primeros exámenes de primaria hasta las oposiciones a cátedra o a la abogacía del estado hay una línea continua que no debe romperse. Y si se rompe, pues peor para ellos. Cada familia sabrá lo que hace. Los mínimos siempre los tendrán. Y si vienen avalados por papel del estado con firma ministerial o real (mimeografiada) el éxito será completo. Y el Rey nos felicitará colectivamente en su discurso de fin de año.

He intentado reproducir un lenguaje tradicional lo más obsoleto posible para recalcar la ironía. Más, no sé. La crítica podría ser de Larra pero aún es pertinente… dos siglos después.

Admitámoslo, el mundo real condiciona mucho y las abogacías, cátedras y títulos siguen mandando. Vamos, que hay que opositar y mejor que nos coja preparados. Después, si el cambio climático nos devuelve al Pleistoceno, al menos la cátedra hará un buen fuego (me parece que aún son de madera).

Tal vez ese retorno al Pleistoceno nos recupere el arte de narrar. La cultura no se perderá. Tal vez algunos procesos industriales, pero la mecánica y la inspiración estará más viva que nunca en los chavales. Dicen que a un kenyano experto le basta una ojeada a un vertedero para saber si de allí saldría un coche (lo saco del libro de Tim Flannery, Aquí en la tierra).

El maestro, en torno al fuego, desbroza las maravillas de la civilización que fue y que volverá a ser. Hay mucho libro por ahí tirado. Los chicos serán como Poggio Bracciolini recuperando manuscritos antiguos de los monasterios. Los lenguajes de la mecánica, la ingeniería y la física se recuperarán como si fueran el latín de Cicerón. Pónganse en su lugar, sean chicas y chicos y descubran un mundo, pónganlo en pie sin todos los prejuicios que pergeñaron la primera versión. Puede ser estimulante aprender cada día como si debiéramos salvar la civilización.

Creo que si preparamos a nuestros jóvenes para la vida realmente, lo importante no es el teorema en sí, sino qué necesidades vino a solucionar esa herramienta o cómo ensanchó la visión del mundo. ¿Para qué necesitó Newton desarrollar el cálculo? Son cosas que se narran, emocionan y, si hace falta, se practican con más interés. Después, el trabajo con números y símbolos puede ser un juego más. Los aficionados estudiarán a Euclides y más, por su cuenta. La escuela también tendrá espacio para prepararlos. Tiene sentido para ellos si quieren hacer exactas, físicas o ingenierías. Los demás simplemente tendrán más claro el papel inmenso que las matemáticas tienen en el mundo. Mucho más de lo que ahora conseguimos y que creo que es lo que Jerome Bruner viene a decir. Escuchar, ver, imaginar, probar incorporar. Dejemos espacio para el ejercicio y la fijación, pero ahorrándolo con el sentido y el compromiso.

Curiosamente una nueva escuela podría salir de imitar a nuestros presuntos sucesores neoprehistóricos o neomedievales.

Neorenacentistas, al cabo. Tal vez las escuelas deberían dotarse de vertederos. De lo viejo sale lo nuevo. Tal vez las nuevas arquitecturas escolares deberían contemplar espacios para amontonar objetos reciclables, con caminitos de curioseo, recorridos para la imaginación. Aprender a ver no sólo lo que las cosas son, sino lo que podrían ser requiere un gran bagaje de historias. Cuando has probado palancas hasta la saciedad, creo que las ecuaciones se aprenden solas. Y son las historias que crecen en la mente de los niños las que les dan espacio. Historias que se hacen con la mente pero también con las manos y los pies. Y las siembran profesores que saben muchas y son kenyanos expertos. Tal vez conseguiríamos niños españoles con muchas cosas en común con kenyanos o indonesios. Por ahí se empieza.

No se si me he explicado. No he sabido argumentarlo y lo he narrado. En ese sentido transmitiríamos la cultura como lo hacen todas las «tribus». Y me atrevo a decir que no debería salir ningún profesor, del nivel que sea, de ninguna escuela de maestros, sin saber mucha retórica, muchas historias y mucha mecánica. Y no olvidemos que el trato, el contrato y la justicia son los mecanismos más complejos del universo.

¡Haz clic para puntuar esta entrada!
(Votos: 0 Promedio: 0)

Los comentarios están cerrados.