No se trata de cuantificar. Reducir a porcentajes o datos es siempre simplista, aunque no vendría mal, en este caso, hacernos una idea de cuántos de los conflictos que surgen en un aula se deben a una mala gestión del grupo humano que la constituye. Quiero decir que, sabiendo que es imposible dar con la cifra, resultaría interesante hacernos una idea de cuántas incidencias que, en teoría, interrumpen la clase se deben a la manera en la que ese grupo de personas llamado alumnado no está debidamente gestionado.
Vayamos por partes.
SESIÓN LECTIVA
En primer lugar, habría que definir qué es una sesión lectiva. Si seguimos considerándola como el lapso de tiempo en el que el profesor imparte una materia, enseña, instruye, trasmite contenidos desde la pizarra o encarga el trabajo que han de hacer otros, no cabe duda de que el conflicto está servido porque, en pleno XXI, ni ese es el camino, ni ese es el objetivo.
Afortunadamente tal concepción ha pasado a mejor vida y el «todos callados, mirando al frente y sin moverse». Ya no es el motor del aprendizaje.
Si, por el contrario, entendemos la sesión lectiva como el momento (y el aula, el espacio) en el que fomentar las situaciones de aprendizaje, en el que el profesor actúa como ‘facilitador’ y ‘propiciador’, en el que los roles de alumno y profesor han evolucionado respecto a papeles anteriores, entonces, no habría de distorsionarnos que, a lo largo de una sesión lectiva, sucedan imprevistos.
ALUMNADO DIVERSO
Aclarado que la sesión lectiva no es el escenario en el que el profesor se luce impartiendo contenidos, sino la herramienta para que aprenda el alumnado, el siguiente paso es comprender que éste, el alumnado, es diverso en capacidades, motivaciones, experiencias, gustos y hasta, por qué no, situaciones vitales.
Esto es, desterrada la idea de la clase como receptora de contenidos, habría que desterrar también la idea del alumnado como homogéneo, siempre motivado y siempre al 100%.
Avancemos. Demos un paso más. Estamos ante un colectivo cuyas únicas dos coincidencias son la edad (año arriba, año abajo) y el que coincidan en un espacio concreto (aula, colegio). Si comprendemos esto, comprenderemos que cada individuo es enorme en su individualidad.
Más aún, comprenderemos que los ritmos, aficiones, destrezas e incluso apetencias varían de unos alumnos a otros y de unos días a otros.
Nosotros, adultos, no somos estables. Hay días buenos y malos. Temporadas de más o menos receptividad, de más o menos ganas o de mejor o peor forma física. Hay momentos con mayor capacidad para escuchar, entender, aprender y momentos en los que nos cuesta más.
Variamos. Precisamente, en ser variados unos respecto a otros y en variar cada cual de unos días a otros está la grandeza del ser humano.
Qué aburrida resultaría una sociedad en la que todos fuéramos iguales y en la que todos los días nos sintiéramos igual que el día anterior.
Pues bien, con los alumnos sucede igual. Son variables, diversos, distintos, flexibles y, encima, en proceso continuo de cambio. Qué aburrida sería una clase con todos los alumnos iguales y en la que todos los días se sintieran igual que el día anterior.
Sesión lectiva como entorno de aprendizaje, entendiendo el nuevo rol del profesor (propiciador, acompañante de ese aprendizaje) y valorando la diversidad como riqueza.
¿Dónde está entonces el problema? El problema está en que muchas veces adolecemos de habilidades para la gestión de grupos; nos faltan estrategias de dinámica de grupo, de gestión de personas.
Habremos de potenciar la empatía, la soltura, la capacidad para acompañar a un colectivo.
GESTIÓN DE AULA
Gestionar un aula no es (solo) gestionar los tiempos, las herramientas, las tareas, las aplicaciones tecnológicas o las metodologías avanzadas. Uno puede ser un experto en PBL, en gamificación, en diseño de programaciones o en herramientas digitales, y que los conflictos en su clase surjan a cada paso porque precisamente lo que no domina es el trato con personas, con grupos de personas.
Así que formémonos (también) en eso, en personas. Concedemos presupuesto y tiempo a cursos para trabajar por proyectos, para evaluar competencias, para confeccionar rúbricas, para organizar a los alumnos en trabajo colaborativo y para controlar el infinito elenco de maravillas cibernéticas que las plataformas digitales nos tienen reservadas para nuestro uso y disfrute.
¿Y qué hay de la gestión de las personas?
¿Qué hay de cómo abordar la diferencia en un colectivo?
¿Qué sabemos de psicología evolutiva, de vínculos, del conflicto como escenario de crecimiento, de motivación?
¿O creemos que vienen motivados de casa?
¿O pensamos que el hecho de estar en la misma clase con la misma edad ya los convierte en equipo?
¿O seguimos pensando que el problema surge cuando no nos escuchan?
¿No será que seguimos apelando al «que se estén callados y atiendan»?
Por fortuna, los colegios están cambiando, la escuela evoluciona y el profesorado comprende que la gestión de aula es tan importante, o más, que el dominio de la materia o el acceso a la tecnología. Al fin y al cabo, educamos personas, no máquinas. Y la persona, si ya individualmente es compleja, fascinante e imprevisible, cuando es parte de un grupo, más.