La empatía está de moda, sobre todo, desde que Daniel Goleman popularizada la Inteligencia Emocional y se divulgara el descubrimiento de las neuronas espejo. Empatía es conectar y resonar con el otro. Como seres sociales, esta habilidad es de una importancia vital para conformar las relaciones y los vínculos afectivos.
¿Qué es el aula en primer lugar? ¿Antes de nada? Antes de que se inicie el aprendizaje el aula es ya un lugar de encuentro entre personas. De ahí la importancia de desarrollar empatía.
Hay un experimento sencillo en física para explicar por analogía el concepto de resonancia. Si tenemos dos diapasones próximos y hacemos vibrar a uno de ellos, el otro comenzará a vibrar también aunque no haya sido tocado.
RESONANCIA AFECTIVA
El arte de la resonancia afectiva
La empatía es ‘entrar en resonancia con el otro‘. Y es la base de las relaciones humanas.
La empatía implica una resonancia emocional y es una habilidad propia de la Inteligencia emocional y social.
Para regular la experiencia empática, se activan funciones de control ejecutivo y cuando se desfasa se constata el contagio emocional, el estrés por empatía o distres emocional y hasta el desgaste por empatía.
Las neuronas espejo son uno de los mecanismos neuro biológicos que actúan y hacen posible la empatía. Gracias a ellas nos emocionamos con las tribulaciones que sufre el protagonista de una película, disfrutamos el teatro, que nos cuenten historias o la literatura.
Cuando estoy observando a una persona haciendo algo, por ejemplo bailando, se activan en mi cerebro la mismas zonas aunque esté parado. A esas neuronas que se activan se las llama “neuronas espejo”.
La empatía es el camino del medio
Empatizar es en cierto sentido entrar en el “mapa” del otro y comprender lo que siente o piensa, sus ideas y creencias.
Lo que llamamos realidad no es más que una construcción subjetiva que hacemos de ella en nuestra cabeza. A esa construcción subjetiva la llamamos “mapa”. Cada persona tiene su mapa particular de la realidad, por eso se producen conflictos, porque los mapas no encajan, no se corresponden. Y la empatía permite llegar a acuerdos y aceptar los mapas de los demás aunque no sean como el mío propio. No sólo eso, gracias a la empatía mi mapa de la realidad se expande con el mapa de los otros.
EMPATÍA
La empatía se diferencia de la simpatía y la antipatía
Mientras en la antipatía hay un rechazo explícito al otro, en la simpatía se produce una identificación y me veo arrastrado por el otro, por sus emociones, ideas o creencias, defendiendo sus argumentaciones como propias. La empatía sería el punto medio entre estos dos opuestos, ya que implica conectar, resonar, pero sin perder mi propio centro. Es decir, estoy con el otro y estoy en mí simultáneamente.
Ello implica una atención interna y externa que permite conectar con el otro sin perder la conexión conmigo mismo. De este modo puedo entrar en el mapa del otro, reconocer y aceptar lo que hay pero no comprar los argumentos.
La construcción del vínculo
Esta actitud empática permite desde el reconocer y aceptar lo que haya en el otro, sin juicio ni etiquetado, una relación de acompañamiento y de ayuda, si llegará el caso.
La empatía nos permite comprender la conducta del otro
sin por ello justificarla
El encuentro con el otro nos construye, actualiza nuestro mapa, lo amplía o lo modifica. Como seres sociales, la interacción social nos construye.
Y todo comienza en los primeros vínculos familiares con los que construimos nuestro primer sentido del Yo. ¿Cómo me hablan, cómo me tratan mis padres? ¿Hasta qué punto me aceptan o me enjuician? ¿Cómo es de fuerte el vínculo emocional construido con ellos?
Porque cuando la respuesta a estas preguntas no es la adecuada el niño construye su sentido del yo desde espejos deformados y sus necesidades afectivas no han sido adecuadamente atendidas.
Cuanto mayor es la necesidad no atendida el niño va a demandar de manera inapropiada esa necesidad, pero de sustituyéndola de otra forma y en otros contextos, como el escolar. Por eso comprendamos que todo niño que actúa disruptivamente puede ser una molestia para el docente. Pero el docente empático comprenderá que la conducta disfuncional puede ser un síntoma de algo más grave que sucede a nivel familiar o relacional.
William Faulkner, en su libro «Las Palmeras Salvajes», expresa que «Entre el dolor y la nada prefiero el dolor». Aludiendo al niño que, no se sintiéndose atendido en sus demandas afectivas, en su adecuado reconocimiento, buscará ser escuchado a cualquier precio, incluso llamando la atención negativamente. Y estas conductas generalmente son inconscientes o semi inconscientes. Se busca la atención a cualquier precio, pues la indiferencia produce más daño.
¿Qué reflejamos como adultos y lo que produce en los niños y alumnos?
Las investigaciones con bebés prematuros y de entre 6 a 18 meses en instituciones hospitalarias y orfanatos refuerzan claramente la necesidad de la caricia de los padres o cuidadores.
Claude Steiner reivindica «La Economía de las Caricias», porque los seres humanos para desarrollarnos necesitamos la caricia externa. Caricia entendida también como mirada, cuidado, reconocimiento, amabilidad, sonrisas, etc. Es decir, necesitamos feed-back o retroalimentación de nuestros demás congéneres.
Lo que recibimos de nuestros padres y figuras de autoridad nos modela, genera permisos o no para ser y hacer. Es lo que se llama Efecto Pigmalión o Profecía de autocumplimiento. Y se da en cualquier momento de nuestra vida.
Por eso, hemos de cuidar mucho qué devolvemos a nuestros hijos y alumnos con la mirada, con nuestro discurso, con nuestra actitud. Pues los niños y alumnos nos aprenden.
Chris Ulmer es docente y trabaja con discapacitados. Su vídeo en el que alaga a sus alumnos en clase se ha hecho viral. El halago lleva a la persona a reflejar y sacar lo mejor de sí. Al poco tiempo sus alumnos actuaban igual con él; le dedicaban halagos.
La clave de la empatía es que genera un vínculo partiendo de la consideración de que el otro es alguien importante para mí.
FASES DE LA EMPATÍA
La empatía es la base para la convivencia y la inclusividad.
Enemigos de la empatía: el miedo (1).
Según la valoración que hagamos de un hecho o de una relación podemos activar el circuito neurológico y bioquímico del miedo si la asumimos como una amenaza. En el miedo el control lo toma el cerebro reptiliano, y sus respuestas posibles se reducen a tres: atacar, huir o paralizarse.
Poca empatía vamos a tener cuando estamos atrapados en el miedo. En la vida contemporánea es raro que nos sintamos amenazados en nuestra integridad física. Más bien se trata de miedo psicológico, como miedo a no tener razón, a que me critiquen, a lo desconocido y la incertidumbre; a lo diferente, al conflicto.
Incluso a perder mi identidad si acepto ideas diferentes. Por todas estas razones podemos actuar con mucha vehemencia contra el otro, o erigir un buen muro en los conflictos para defendernos.
El bagaje emocional y la gestión que de esa esfera tenga el docente es crucial para poder controlar el miedo en el aula: una situación incómoda, una necesidad de control, algo inesperado, que se sale del guión, creer que no se es un buen docente si no se actúa con firmeza o exigencia, etc.
Enemigos de la empatía: el hábito de juzgar, etiquetar y comparar (2).
Cuando juzgo estoy colocándome por encima del otro, decretando qué está bien en él y qué equivocado. No lo veo, sólo me veo proyectado en él desde mis juicios.
Esos conceptos propios sobre el otro lo van tapando y me impiden verlo tal cual es. La imagen que veo no es la real sino la creada por mí. No voy a poder conectar verdaderamente con esa persona.
Me coloco así en superioridad y relegó al otro a una inferioridad que sólo está en mi cabeza. Es como estar diciendo: “Desde mi mapa veo que algo no está bien en el tuyo. Tienes que cambiarlo”.
Eso lleva al otro, si acepta nuestra autoridad (como suele pasar con nuestros hijos y alumnos) a pensar que no es válido, que algo lo tiene equivocado, que algo falla en él o que no es suficientemente bueno.
¿Nos damos cuenta del efecto que nuestra mirada o las calificaciones pueden tener en la identidad y la autoestima de los alumnos?
Unos no llegan a sentirse válidos, para otros la nota alta es la obsesión para reforzar una autoestima que por otras zonas hace agua.
Cuando me comparo con los demás actúo desde el miedo de ser menos, o de no ser, o de no ser lo suficiente. Hay debajo un complejo de inferioridad que es mío, no del otro. Desde la comparación no puedo ser, porque estoy muy ocupado construyendo una imagen para demostrar que llego, o un buen simulacro de que soy suficientemente bueno.
EN EL AULA Y EN LA VIDA
¿Cómo ser más empáticos en el aula y en la vida?
Primero comprendamos que los hábitos adquiridos están ahí. Nuestros miedos aparecen y el hábito de juzgar y etiquetar está muy arraigado. Forma parte de nuestra cultura, es una manera de abordar el mundo. Hay que poner mucha atención y constancia para salir del hábito.
Y el primer paso es descubrirlo cuando suceda en nuestras relaciones; advertir que tengo miedo, reconocerlo. Darme cuenta que estoy juzgando al otro, que lo lleno de etiquetas y con ellas lo tapo.
Una vez reconocido lo que hago es cambiar
la dirección de mi dedo «acusador».
En lugar de seguir acusando al otro lo giró 180 grados y me señalo a mí para poner en tela de juicio las verdades, convicciones, necesidades, ideas y creencias que genero sobre la otra persona. Y genero un espacio en blanco, dudo de todas ellas: “esta persona es mucho más que lo que pienso de ella, es mucho más que mis etiquetas, es mucho más que mis juicios”.
Reconozco que cuando juzgo a la otra persona me estoy juzgando de una u otra forma a mí mismo, limitando mi capacidad de ser y actuar.
Otra clave es cambiar juicio por curiosidad. En lugar de seguir en la molestia que el otro me genera, recriminándolo internamente, puedo adoptar una actitud curiosa. Y preguntar, ¿por qué hace esto? Y sobre todo ¿Para qué lo hace?
Albert Ellis, fundador de la Terapia Cognitivo Conductual, afirma que todo lo que hacemos tiene un para qué positivo. Incluso aquello que puede no ser bueno, que puede hacer daño. Todo tiene un para qué positivo para quien lo hace. No se trata de justificar el asesinato ni cualquier otro hecho deleznable que haga daño al otro. Sólo se trata de comprender íntimamente por qué los demás hacen lo que hacen.
Del mismo modo, ¿nos hemos parado a pensar para qué hacemos lo que hacemos si no es por una necesidad o idea de estar mejor? Aunque a veces la conducta sea equivocada y no nos conduzca a ello.
Desde ese espacio en blanco puedo colocarme en la actitud de aprendiz y ser curioso para indagar, para conocer más del mapa de la otra persona.
Ahora lo importante es respetar lo que descubra. Y después aceptarlo incondicionalmente, no juzgarlo para poder ver lo que hay y lo que es. Para no proyectarme en el otro y mantener una mirada limpia.
Desde ese respeto y aceptación puedo resonar con el otro y establecer una empatía que me permite acompañarlo adecuadamente para juntos construir una relación en la que crezcamos.
Ante una conducta disruptiva o poco adecuada en el aula, en lugar de esgrimir la disciplina y mis juicios como autoridad puedo preguntar al otro:
Me he dado cuenta de que haces o dices (descripción sin juicios de la acción y/o situación).
¿Cómo te hace sentir eso?
¿Qué obtienes?
¿Qué te motiva a hacerlo?
¿Qué podrías hacer en lugar de lo que haces?
¿Qué te ayudaría realmente a conseguir lo que quieres?
¿Qué estás dispuesto a hacer la próxima vez?
¿Cómo te haría sentir actuar así?
¿Qué conseguirías cambiando tu conducta?
¿Entonces, qué eliges hacer?
¿Con qué te comprometes?
Esa podría ser la secuencia de preguntas, adecuadamente contextualizadas a cada situación.
Eso permite a nuestros hijos y alumnos descubrir por sí mismos acciones más adecuadas, y sobre todo más alineadas con quienes son y con lo que realmente necesitan, aprendiendo a respetar a los demás.
VÍNCULO AFECTIVO
La necesidad del vínculo afectivo para el aprendizaje
Francisco Mora ha realizado experiencias que demuestran que los profesores más empáticos son más valorados que aquellos con más conocimientos.
Es importante establecer el adecuado vínculo emocional con los alumnos que facilite los aprendizajes. El puente para llegar a cada corazón es la empatía hecha genuino interés, reconocimiento, cuidado, aliento, altas espectativas, e inspiración para que de las personas afloren esos diamantes internos que son los dones, talentos y fortalezas.
Ya que «los alumnos nos aprenden» (Antoni Zabala) la primera metodología es la que viene de serie: la Presencia del docente. En el aula y en la vida damos lo que somos. Nuestras acciones y actitudes son reflejo de lo que somos internamente.
Por ello, hay una dedicación docente paralela al de la adquisición y cultivo de las «habilidades duras» (conocimientos, gestión de aula, metodología, etc.) que es el desarrollo de las «habilidades blandas» (gestión emocional y social, habilidades directivas, etc.).
Desde la empatía puedo construir el puente para llegar a cada uno y revisarme para observar qué pongo en juego en las relaciones. Así, más allá de lo que suceda académicamente en el aula hay una co-creación colectiva en el grupo de aula desde quienes somos, invitando al desarrollo del Ser en cada uno.
La empatía es la base de un nuevo paradigma educativo, incluso una nueva manera de estar y ser en el mundo: Educar para Ser. Ser lo que realmente somos, lo que podemos gozosa y plenamente Ser.
Demasiado ocupados en el “educare” (impartir conocimientos) nos olvidamos de la importancia del “educere”, permitir y alentar la propia luz interior de nuestros hijos y alumnos. Y ambos aspectos son complementarios para una educación más completa y necesaria.
Como adultos nuestra vocación es generar la mayor plataforma posible para que ellos puedan desplegar sus alas.
El mundo y la vida necesitan de sabia nueva, aquella que portan nuestros niños y jóvenes, que son ya ciudadanos de pleno derecho de este mundo.