Hoy tengo la suerte de entrevistar a Juan Ruiz Alzola. Doctor ingeniero en Telecomunicación, entre los años 1992-1999 ejerce de profesor titular de la Escuela Universitaria, Área de Conocimiento de Teoría de la Señal y Telecomunicaciones de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria; profesor titular en el Área de Conocimiento de Teoría de la Señal y Comunicaciones de la ULGC, así́ como Visiting Research Fellow y Visiting Associate Profesor de la Universidad de Harvard, EEUU. Ha dirigido múltiples proyectos de investigación, tesis doctorales y es autor en más de cien publicaciones científicas. Es, asimismo, desde mayo de 2007 Director de la Agencia Canaria de Investigación, Innovación y Sociedad de la Información del Gobierno de Canarias.
Una perspectiva amplia y profunda en la sociedad de la información por varias razones: como experto, investigador y gestor de una institución pública. Y con un compromiso claro y personal por Canarias; algo que nos une desde el proyecto de INED21: hay una Canarias abierta a la globalización del s. XXI que se está haciendo ya.
Me acerqué a su figura a través de la pasión bloguera; no se lo pierdan, Labor Omnia Vincit, allí podrán encontrar su opinión fundamentada de muchos de los temas que abordamos en esta entrevista.
Acomódense, y lean con pausa esta entrevista a Juan Ruiz Alzola. Nos brinda una personalidad profunda y actualizada: un lujo. Y no se olviden nunca: disfruten…
Imagen de Ciencia Canaria
1. Estamos aún, mayoritariamente, presos de una mentalidad industrial en el ámbito educativo. Esto no quiere decir que no se esté innovando y creando otra posible educación desde varias iniciativas individuales y colectivas. Dicho esto: ¿cuáles son los principales obstáculos para superar esa educación industrial, un ejemplo claro de anacronismo en nuestra sociedad de la información?
En muy buena medida el modelo educativo mantiene muchos de sus rasgos iniciales. Realmente se origina en una sociedad pre-industrial, la Prusia de Federico II, estado modelo del absolutismo ilustrado. No es de extrañar que el sistema tuviera un doble objetivo: educar y mantener la disciplina. Este modelo de escuela prusiana se adaptó bien al capitalismo industrial incipiente. Sin duda había un propósito de mantener el orden social pero, siendo también realistas, es difícil imaginar un modelo educativo alternativo, que pudiera formar a una población creciente en las aglomeraciones urbanas que surgen con la industrialización y que respondiera a sus necesidades.
Sin embargo, los tiempos han cambiado y la tecnología brinda nuevas posibilidades. El modelo tradicional, de carácter unidireccional y sustentado en la clase magistral, puede ser, ahora sí, superado por métodos de aprendizaje activo. Más modernos, podrá pensarse, pero también con muy nobles raíces clásicas. ¿Qué es si no la Mayéutica socrática? Sócrates tenía pocos alumnos, y podía permitirse enseñarles mediante diálogos en sus paseos. Surgía así una aprehensión del conocimiento natural, basado en la experiencia que él asimilaba al oficio de su madre, comadrona: enseñar es ayudar a que nazca el conocimiento. Para él, tal vez, el conocimiento era innato. Nosotros podemos adaptar su idea asumiendo que es nuestra capacidad de conocer lo que lo es.
Curiosamente Platón pone en boca de Sócrates, en su diálogo con Fedro, lo que sin duda fue la primera pugna de tecnología educativa de la Historia. En este caso, Sócrates, desconfía de la escritura –y, por tanto, de la lectura- por cuanto no favorece el aprendizaje activo. Y tal vez Sócrates haya tenido parte de razón durante dos mil cuatrocientos años.
En la actualidad el aprendizaje activo puede hacerse realidad. Un buen ejemplo son las aulas invertidas o flipped classrooms, que acompañadas de otras iniciativas como la Academia Khan, Coursera o Udacity representan un innegable cambio de paradigma educativo. En cualquier caso, las dificultades para la innovación educativa no son menores. El sistema educativo, como gran sistema social que es, requiere suma prudencia en su gestión. Los protagonistas del mismo son personas, profesores y estudiantes, y como sucede siempre con los procesos de absorción tecnológica, son las cuestiones psicosociales las más complicadas de resolver.
2. La globalización en singular es un concepto genérico y, en esa medida, equívoco por su indefinició En verdad, estamos interrelacionados en varias globalizaciones simultáneas, con diferentes ritmos según los contextos que analicemos. La educación del s. XXI debe responder a ese proceso constante de cualquier elemento, proceso y estructura en nuestra época: local/global, y global/local. Profundizando en esa dirección, no podemos olvidar las sombras que en esa complejidad en red se están formando: ¿cuáles son las principales brechas que se están produciendo, en su opinión, en nuestra época actual?
La globalización no es un proceso nuevo. La influencia entre grupos humanos ha estado presente desde que nuestra especie afirmó su presencia en este planeta azul. Con frecuencia los flujos e intercambios enriquecieron a unos y otros. Pero también es cierto que culturas completas fueron expulsadas de la Historia por otras tecnológicamente más avanzadas. Estos procesos eran, por lo general, muy lentos o muy violentos. El paso del bronce al hierro en el Mediterráneo Oriental creo que es un buen ejemplo de ello, con episodios sumamente bruscos, aniquiladores de antiguas civilizaciones, acompañados de difusión e intercambio comerciales, culturales y tecnológicos mucho más sosegados. Similar consideración puede hacerse de las campañas asiáticas de Alejandro, bruscas, pero cuyos efectos decantaron durante siglos un verdadero mestizaje cultural e, incluso, religioso. ¿O qué decir del desplazamiento en el norte de África de la presencia grecolatina por el Islam, también enormemente veloz? No deja de ser llamativo que fueran pensadores árabes quienes preservaron las enseñanzas de muchos de los maestros de la Antigüedad, facilitando su canalización hacia la escolástica medieval europea. La recepción del Derecho Romano en Bolonia, a final del S. XI, a partir de la ingente recopilación promovida por el emperador bizantino Justiniano en el S. VI, y su expansión por toda Europa a partir del S. XII es también digna de mención como fenómeno globalizador. La invención por Gutenberg de la imprenta de tipos móviles en el S. XV aceleró la difusión de las ideas, y contribuyó a la globalización de su tiempo. No sólo facilitó el acceso al conocimiento escrito fuera de los monasterios, sino que sustentó cambios radicales. La Reforma, el Renacimiento y la Ilustración fueron movimientos globalizadores que no podrían entenderse sin la imprenta. El S. XVIII suma otra innovación tecnológica de relevancia global: la máquina de vapor revolucionó la industria, el transporte y, con ello, el comercio. La automatización, conjuntamente con la imprenta, dio lugar a las revoluciones liberales y, seguidamente, al movimiento obrero. Y una nueva innovación tecnológica, la electricidad, aceleró aún más los procesos globalizadores: la invención del telégrafo, que algunos llaman la Internet Victoriana, tuvo un impacto social y económico global que nada tiene que envidiar al producido en la actualidad por la revolución de la sociedad de la información.
Sin embargo, la globalización es hoy en día más acelerada de lo que nunca lo haya sido antes. Es una versión, tal vez más intensa, de la que existió a finales del S. XIX y principios del S. XX. Los intercambios de información son ahora inmensamente mayores y más accesibles que entonces. El comercio internacional también ha crecido en términos relativos, a pesar de las múltiples barreras que pueda tener. Aunque los flujos migratorios, aun siendo muy importantes, hoy por hoy no llegan a tener la incidencia que tuvieron la emigración europea y asiática hacia América en el paso del S. XIX al XX.
La globalización, ayer y hoy, se sustenta en la innovación tecnológica. Nadie puede evadirse de una competición que, en distintas arenas, se libra globalmente. La destrucción creativa es, en el ámbito económico de nuestra época, su rasgo más significativo, como ya advirtió Schumpeter a mediados del S. XX. Y ello tiene consecuencias que, localmente y en el corto plazo, pueden ser negativas cuando las sociedades no innovan, también educativamente, para poder competir con éxito.
3. En una entrevista a Edgar Morin, denunciaba algo que limita toda la tarea educativa: «El conocimiento sólo es pertinente cuando se es capaz de contextualizar su información, de globalizarla y situarla en un conjunto. Sin embargo, nuestro sistema de pensamiento que impregna la enseñanza de la escuela primaria a la universidad, es un sistema parcelario de la realidad y hace que las mentes sean incapaces de relacionar los distintos saberes clasificados en disciplinas. Esta hiperespecialización de los conocimientos, que conduce a extrapolar un solo aspecto de la realidad, puede tener importantes consecuencias humanas y prácticas en el caso, por ejemplo, de las políticas de infraestructuras que muchas veces ignoran el contexto social y humano. Contribuye igualmente a despojar a los ciudadanos de las decisiones políticas a favor de los expertos», por Anne Rapin. Es innegable, por otra parte, que se está produciendo una reordenación del conocimiento, más allá de las dos culturas de Snow. Asumida esta situación: ¿cree que comprendemos esa necesidad de desarrollar una educación interdisciplinar, que se base en otros ejes pedagógicos, y supere esa división entre humanidades y ciencias? ¿No implica ello un cambio estructural (organizacional, curricular y metodológico) que implica acabar con muchas inercias?
El físico y novelista inglés, Charles Snow, criticó en su célebre conferencia de 1959 la aparente separación entre el mundo de la ciencia y el de la cultura, entendida ésta en términos convencionalmente humanistas, esto es, asociada a la literatura, el arte o la filosofía. Pienso que Snow reflejaba un tópico, que si bien estaba y está ampliamente extendido, no es compartido por los intelectuales más brillantes. El alcance filosófico de las investigaciones en Física y Biología durante todo el S. XX y lo que llevamos del actual es innegable. Y el debate filosófico ha sido promovido por los propios científicos. Prominentes ejemplos son, entre otros muchos, Einstein o Hawking, por nombrar a dos físicos enormemente populares, cuya aportación a la filosofía moderna trasciende las teorías que originaron. Me resulta especialmente llamativo Erwin Schrödinger, uno de los padres de la teoría cuántica, cuyo libro ¿Qué es la Vida? sigue siendo una joya filosófica más de setenta años después de haber sido escrito. ¿Y qué decir de Bertrand Russell?: escritor, matemático, filósofo… O pensemos en alguien más cercano: el grancanario Juan Negrín, cuyo bagaje científico y cultural está fuera de toda discusión.
Por otro lado, desconocer la estética que subyace a la matemática o a los modelos científicos, ni las convicciones filosóficas que llevan a promover unas investigaciones en detrimento de otras, no debe llevar a nadie a la conclusión de que tales no existen. Igual que la música o el arte hay que conocerlo y estudiarlo para valorarlo, los elementos esenciales de la matemática, la ciencia o la técnica requieren un mínimo conocimiento para que abran sus puertas al disfrute intelectual del profano.
Pienso que el verdadero intelectual debe ser un humanista, que comparta la polimatía de los pensadores del Renacimiento o la Ilustración. El reduccionismo intelectual que hace expertos en campos muy concretos, pero ignorantes de casi todo lo demás, es un craso y grave error. La fertilidad intelectual proviene de la combinación de diversas categorías conceptuales, capaces de modelar, interpretar y, en su caso, transformar la complejidad del mundo que nos rodea. No se puede ser un especialista en todo, claro está, pero sí se puede tener un conocimiento amplio y sólido, que conviva en la misma persona con otro mucho más específico y restringido, propio de su ámbito de especialidad profesional.
¿Cómo de otra manera podemos pensar en afrontar los grandes retos de nuestro tiempo? El abastecimiento energético, por poner un ejemplo, es cuestión tecnológica, económica, medioambiental y, por supuesto, social y cultural. Igualmente sucede con el desarrollo de la sociedad de la información. Cualquier aproximación reduccionista está condenada al fracaso, pues la ciencia y la tecnología muestran su valor y sus dificultades al tener presencia en sistemas sociales.
Por tanto, coincido con Edgar Morin en cuanto a la necesidad de una aproximación holística a la complejidad del mundo que nos rodea. Sin embargo, admitiendo que mi conocimiento de su filosofía no es lo suficientemente amplio como para evaluar su posición con total nitidez, le atribuyo una importancia al potencial innovador del individuo que, frecuentemente, los filósofos de orientación marxista, como es el caso de Morin, cuando menos matizan. Entiendo, por ello, que la educación ha de equipar a la persona con una visión completa, consciente de la complejidad, que le permita promover su talento individual hasta tan lejos como sea capaz de llegar, arbitrando la sociedad los mecanismos necesarios para que ello también repercuta positivamente en la colectividad.
4. En la mentalidad popular el romanticismo sigue presente a la hora de explicar qué es la creatividad: en ella la inspiración individual sería el gran eureka. En una obra deliciosa, Mentes creativas: una anatomía de la creatividad, Howard Gardner analiza diferentes tipos de creatividad, en una aplicación histórica de su teoría de las inteligencias múltiples, valiéndose de las biografías y contextos de Sigmund Freud, Albert Einstein, Pablo Picasso, Igor Stravinsky, T. S. Eliot, Martha Graham y Mahatma Gandhi. Una lectura desmitificadora y llena de matices. Una obra que me provocó muchas preguntas, comparto dos con usted: ¿piensa que nuestro país es un contexto social y cultural adecuado para que se desarrolle ese capital creativo que, sin duda, tiene? ¿Dónde está la escuela actual -Ken Robinson debe estar sonriendo- en este reto de la personalización del aprendizaje, único camino para desarrollar la creatividad de cada alumno en la educación formal?
El Romanticismo surge como contracultura a la razón de la Ilustración. Es un eslabón más en la dialéctica del devenir social, que tan bien Hegel explicó (y Marx adaptó y aprovechó). La realidad, en mi opinión, es que las personas somos, al tiempo, razón y emoción. Y pienso que ambas están tras cualquier mente creativa. Por otro lado, la inteligencia humana tiene una naturaleza multifactorial. No podemos calificarla unidimensionalmente, graduándola sobre una recta. Son muchas, y de muy diverso tipo, las destrezas que, sobre un lecho de razón y emoción, conviven para dar lugar a eso que llamamos inteligencia. Coincido, por tanto, con la visión de Gardner en relación a las inteligencias múltiples.
Pero creo necesario hacer hincapié en que las personas somos seres sociales. Sólo parte de nuestra etología, como especie, puede explicarse en términos de genes. Los memes son los elementos determinantes de la configuración de nuestra organización, como ya postulara Dawkins. Se trata de hechos culturales que varían, transmiten y se auto-replican en los grupos sociales, dando lugar a comportamientos ganadores y perdedores, tanto en la competición entre grupos sociales como globalmente entre sociedades. La educación es un elemento introductor de memes ganadores aunque, con frecuencia, las defensas de los grupos sociales pueden verlos como elementos invasivos indeseables para su propia subsistencia. No deja de ser una variante lamarckiana de la evolución genética de las especies aplicada al ámbito social.
Y nosotros, en España, en Canarias, en Latinoamérica, hemos desarrollado también nuestros memes. Y algunos de ellos no son los más adecuados para albergar la innovación científica y tecnológica, aunque se han mostrado enormemente fructíferos para la creatividad cultural, entendida ésta en términos convencionales asociada al arte, la literatura, la filosofía… Yo soy yo y mis circunstancias, decía Ortega. Muchas de nuestras circunstancias lastran el desarrollo científico y tecnológico. Es un debate que no es nuevo. Conocida es la pugna entre Ortega y Unamuno al respecto. De hecho, las dos culturas de Snow sí pueden verse reflejadas en las distintas visiones de uno y otro. ¡Qué inventen ellos! fue la lapidaria sentencia que un gran intelectual, Unamuno, puso en boca de Román, en literario diálogo con Sabino, dentro del Pórtico del Templo (1906).
A la hora de explicar el diferente desempeño de unas sociedades y otras en cuanto a producir y aprovechar innovación científica y tecnológica, no he encontrado mejor argumentación que una sumamente controvertida. La publicó el sociólogo alemán Max Weber en 1905, en forma de un librito de título “La ética protestante y el espíritu del capitalismo”. Sí, me temo que los memes proporcionados por la Reforma Protestante incidieron en el desarrollo del capitalismo y, por tanto, las sociedades que compartían esa ética protestante son las que están mejor pertrechadas para producir y aprovechar innovación.
Tal vez sería conveniente que nuestro sistema educativo se fije en el anglosajón, y le preste atención a la difusión de ciertos valores generalmente asociados al éxito creativo de innovaciones científicas y tecnológicas: ética del trabajo y del éxito, tolerancia al fracaso honesto, intolerancia con la picaresca. Ello debiera de ser posible hacerlo sin renunciar a nuestra propia personalidad latina, y a nuestros valores solidarios, aunque qué duda cabe: es un proceso, cuando menos, controvertido y complejo. Y qué duda cabe, las ideas de pedagogos anglosajones de la talla de Ken Robinson, que enfatiza currícula multidisciplinares, y el fomento individual de la curiosidad y la creatividad, me parecen enormemente interesantes.
5. Desde su perspectiva de análisis -sin caer en la opinología catastrófica que tanto prolifera-, tan interesante por su experiencia personal y profesional (su estancia en Harvard): ¿cuáles son los puntos fuertes y débiles de nuestra realidad universitaria en España?
La universidad española tiene una oportunidad global: el español. Debiera ser capaz de jugar un liderazgo que persiga un interés común, en pro del desarrollo científico y cultural, con naciones hermanas latinoamericanas, con cuyos pueblos tenemos mucho en común, además del idioma. Ello sin renunciar en absoluto a nuestra condición europea, sino siendo un puente entre Europa y América, y un punto de encuentro de creadores, intelectuales, científicos y tecnólogos de habla española. Un papel semejante debiera jugarse, al menos, con ciertas áreas de África, tanto por proximidad geográfica, como por vinculación a través de los recientes flujos migratorios, sin olvidar la responsabilidad como antigua metrópoli de algunos territorios africanos. Pienso que la Universidad española tiene, por todo ello, un potencial enorme como punto de encuentro de Europa, América y África. La lengua española es un enorme activo que debemos aprovechar y compartir para ello. Y, ciertamente, lo dicho en general para la Universidad española, lo veo especialmente adecuado para la Universidad canaria.
Aprovechar las oportunidades no sólo significa identificarlas. En un mundo globalizado y competitivo hay que hacer las cosas mejor que los demás. En mi opinión, nuestra principal limitación es de carácter organizativo. De nuevo, nuestros memes tienen una preferencia algo ácrata y tal vez bohemia. No está mal, si somos capaces de canalizar esa proactividad fortaleciendo nuestras estructuras académicas, sociales y económicas. Pero, de momento, los problemas organizativos no están, ni mucho menos, resueltos. Ni en nuestro sistema educativo, ni en la universidad, ni en nuestro sistema de innovación ni, lo que es más grave, en nuestra arquitectura territorial. Por supuesto, la escasez de recursos complica aún más las cosas. Ya lo dice el dicho: las penas con pan son menos penas. Pero, al menos es mi convicción, nuestro problema principal es de carácter organizativo, de insuficiencia de aprovechar el talento individual en la conformación de un verdadero capital social relacional que proporcione bienestar. Y ello afecta a la universidad y al resto de estructuras institucionales y sociales.
6. Llegué hace quince años a esta tierra fascinante, y la transformación es indudable a pesar de las limitaciones y obstáculos que aún existen. La creación con mi amigo Víctor González del Magazine INED21, es una apuesta desde Canarias por incorporarnos a esa globalización educativa irreversible. En ese proceso, la posición geoestratégica es uno de sus principales activos. La historia, geografía y economía de nuestro archipiélago son una razón que justifican esa posición: ¿cuáles deben ser los grandes ejes y apuestas para que Canarias pueda ir desarrollándose como una sociedad innovadora en el s. XXI?
Pienso que la Estrategia de Especialización Inteligente de Canarias (RIS3) ofrece una buena opción. Se trata de especializarnos en aquellas áreas en las que tenemos mejor opción para competir globalmente. También en fomentar el aprovechamiento productivo del conocimiento. Por ello hay que incidir en la innovación en los servicios, particularmente en el turismo, no sólo para hacerlo mejor y más atractivo, sino para que dé pie a una diversificación económica. La promoción de Canarias como punto de encuentro entre Europa, América y África, para la educación, la cultura, los negocios, la tecnología debiera ser un aspecto esencial, promovido no sólo por nosotros, sino que debiera ser puesto en valor por España y por la Unión Europea. El desarrollo sostenible, particularmente el crecimiento de las energías renovables y la mejora en la eficiencia energética, la gestión racional del agua, de los recursos y de los residuos; el desarrollo de la sociedad de la información, concretamente el reto de nuestra integración en el mercado único digital europeo, y el aprovechamiento de nuestras mejores opciones científicas (astronomía, mar, biodiversidad…) completan lo que a mi entender deben mantenerse como ejes principales durante los próximos diez o quince años. El lector interesado puede ampliar sobre el particular en el artículo ¿Qué es una Estrategia de Especialización Inteligente (RIS3)?
7. Selecciono un fragmento de un post: Iluminemos esta época gris con una nueva Ilustración, de su interesante blog Labor Omnia Vincit: «Es un error. Una sociedad que vea como irrelevante la Piedra de Rosetta, porque no permita que en la urgencia del momento se recoja, cuide y estudie, probablemente perderá el futuro. Al menos, irá a remolque de otras sociedades que promuevan tal disposició Sacrificará potencial de crecimiento y de bienestar, pues la Historia muestra que necesariamente vienen de la mano del pensamiento crítico y creativo sustentado por los valores intelectuales de la Ilustración: ¡Sapere Aude! ¡Atrévete a Pensar! proclamó en 1778 Kant en su famoso ensayo, ¿Qué es la Ilustración?, tomando prestada la sentencia del poeta romano Horacio. (S. I a. C.). En realidad, es un doble error: no sólo seguimos afianzados al histórico ¡que inventen ellos!, sino que ni siquiera parece ya suficientemente relevante promover el desarrollo cultural. La relevancia de las supuestas prioridades se muestra con hechos, que faltan, mucho mejor que con palabras, que sobran. Los elementos determinantes del crecimiento económico, sostenible y a largo plazo, son de carácter social y cultural. Se trata de los valores que predominan en las sociedades que alcanzan mayor prosperidad en el largo plazo. Quien sacrifica en la gestión del corto plazo tales valores, sea por las urgencias imperativas que haya que gestionar en cada momento, sea porque en época de bonanza es muy difícil prestarle atención a promover esos valores, y de eso algo sabemos en España y Canarias, sacrifica el futuro y, con ello, el bienestar y cohesión social que intenta salvar en el corto plazo. Por ello, necesitamos una nueva Ilustración. Por supuesto, adaptada a nuestro tiempo y sociedad; a sus necesidades y retos. Que sea capaz de gestionar las urgencias sin renunciar a las estrategias. Que aproveche el intelecto y el talento. Que realmente cimiente el bienestar y la prosperidad sobre pilares sólidos: los que proporciona el conocimiento. Que grite bien fuerte: ¡Sapere Aude! ¡Atrévete a Pensar!». Desde esta línea de reflexión: ¿cuáles serían los ejes principales, en su perspectiva, de una política educativa y del conocimiento que concrete esa necesidad de una nueva Ilustración?
En mi opinión un sistema educativo debe fomentar la curiosidad y el espíritu crítico. También debe enseñar a aprender. Y debe hacerlo de tal modo que la persona mantenga esa inquietud intelectual durante toda su vida. Ello es básico para una sociedad más libre y próspera, formada por miembros críticamente conscientes del mundo en el que viven, con propuestas propias e informadas para los ámbitos sociales y profesionales en los que desarrollan su proyecto vital. Curiosidad, espíritu crítico y aprendizaje son elementos esenciales del pensamiento que no se adquieren por el estudio de asignaturas concretas, sino que su presencia debe impregnar el conjunto de disciplinas.
Viene a mi mente un conocido y, en su tiempo, influyente libro del filósofo y sociólogo francés Herbert Marcuse, titulado “El Hombre Unidimensional” (1964). La educación indudablemente tiene que ayudar a evitar la alienación propia de nuestra sociedad de consumo postindustrial, algunos de cuyos rasgos son, en mi opinión, aún más negativos que los de hace cincuenta años. Aunque no comparto la tesis de libertad administrada de Marcuse, no deja de llamarme la atención que, cuando más accesible es la información, el conocimiento, el arte, la ciencia, la tecnología, en suma, la cultura, mayor banalidad y superficialidad pueden observarse en múltiples comportamientos sociales. Esa tendencia, puesta ya de manifiesto hace más de cincuenta años por los medios de comunicación de masas, se ha visto en buena medida reforzada por los usos frecuentemente triviales de las modernas herramientas de la sociedad de la información. No se trata de enfrentar ocio con pensamiento, pues los dos son necesarios. Se trata de que ambos ocupen su espacio, tanto en la esfera individual como social. Indudablemente, la educación ha de jugar en ello un papel esencial.
8. Si preguntáramos cuál es el principal problema de la cultura contemporánea, una respuesta convincente podría ser la siguiente: la saturación de la información (o infoxicación). Uno de los criterios para esa tesis es que, simultáneamente, esa saturación es uno de los retos y activos más importantes en este nuevo ecosistema cognitivo y económico de la sociedad red -como bautizó el gran Manuel Castells-. Desde esta introducción: ¿cómo analiza este problema y/o reto que atraviesa nuestra experiencia actual: la infoxicación?
No creo que la abundancia de información sea, en sí mismo, un problema. Disponer de la información es mucho mejor que no poder hacerlo. Es nuestra relación con ella la que tenemos que saber gestionar, y la que nos causa la “infoxicación” cuando no lo hacemos sensatamente. La sociedad en red supone que ingentes cantidades de información constituyen una suerte de bienes comunes individualmente no apropiables, disponibles para todo el mundo. Ello quiere decir que la información está ahí. En cada momento debemos saber cuál necesitamos y cuál no: eso es disponer. El error es intentar aprehenderla toda ella, pues resulta imposible. Espero con mi interpretación no cometer la temeridad de discrepar con una persona de la talla intelectual del Prof. Castells, particularmente en un campo en el que él es una de las máximas autoridades mundiales. No sólo tenemos una nueva necesidad educativa para enseñar a gestionar la información disponible, sino que han surgido distintas psicopatologías consistentes en el frenesí consumista de datos, información y experiencias puestas a nuestra alcance en Internet, primero a través de ordenadores de sobremesa y, ahora, en todos sitios mediante dispositivos móviles. Tales comportamientos, con frecuencia de rasgos adictivos e, incluso, obsesivos deben controlarse y tratarse adecuadamente. De hecho, nos falta experiencia para asegurar una relación sana con la tecnología y la información que transporta. El uso saludable de la tecnología debe ser también promovido por el sistema educativo. Debiéramos ser conscientes del tiempo que dedicamos al ocio y del que destinamos al conocimiento, ambos sustentados por la tecnología y por la información. Y también del que no dedicamos ni a uno ni a otro, generalmente de escaso valor. Por ejemplo, ¿cómo calificamos el negativo hábito de cortar y copiar contenidos de sitios de Internet, frecuente en muchos estudiantes? ¿Cómo afecta ese acceso acrítico a la información, que no al conocimiento, al desarrollo de una capacidad de concentración?
Por tanto, la infoxicación la veo resultante del mal uso de un recurso abundante, la información, brindado por la tecnología. Pero no como un inconveniente consustancial a ninguna de ellas. Por ello, necesitamos promover buenos usos, también, de los recursos abundantes, como en nuestros días es la información, y no sólo de los que son escasos. Podemos pensar en otros malos usos de la capacidad de disponer, como el glotón que se empacha por comer en exceso o, al contrario, el asno de Buridán, que muere de inanición al no ser capaz de optar entre dos sacos de heno equidistantes. Tal vez le resulte al lector de interés consultar el artículo Ni tecnófobos ni tecnófilos: sólo usuarios prudentes de la tecnología.
9. En su última obra: Los innovadores. Los genios que inventaron el futuro, Debate, 2014, Walter Isaacson, nos propone un recorrido histórico apasionante de la revolución digital, con sus grandes personajes e hitos imprescindibles. Demuestra asimismo en una narración equilibrada (reivindicando justamente la aportación femenina tantas veces silenciada: Ada Byron, o Grace Hopper) la necesidad de un ecosistema colaborativo para que esas mentes creativas puedan innovar: el mito del garaje de Sillicon Valley no se sostiene histó Hay muchas líneas de reflexión, pero quiero subrayar una que Walter Isaacson ya había adelantado en su famosa biografía de Steve Jobs: la importancia del cruce entre humanidades/arte y la tecnología para explicar la innovación actual. Aplicándolo a nuestro presente: ¿cree que existen organizaciones económicas y educativas conscientes de esos cruces y fertilizaciones para una creatividad actual, y que se hará cada vez más patente en el futuro inmediato? ¿No es la innovación organizativa fundamental para posibilitar esos espacios y cruces en nuevas estructuras?
Ciertamente. Son los aspectos organizacionales los que determinan el mayor o menor éxito de las sociedades y de los grupos sociales. Como ya he indicado anteriormente, la teoría evolutiva de las sociedades de Dawkins, basada en memes, me resulta atractiva y convincente. Las innovaciones organizativas surgen espontáneamente. Algunas progresan socialmente; otras no. Aquéllas que lo hacen y configuran estrategias ganadoras, equipan mejor al grupo social en su competición con otros grupos sociales y se refuerzan. Si un miembro de un grupo social es separado y trasladado a otro, generalmente se comportará, no le dejarán otra opción, conforme a los criterios organizativos del grupo en el que se integre.
Ya hemos hablado también de la importancia de una aproximación holística a la complejidad del mundo que nos rodea. Y esa complejidad incluye, por ejemplo, convicciones estéticas, que fueron sumamente en el éxito de Steve Jobs y Apple. La ingeniería, qué duda cabe, era importante. Pero no lo era menos la experiencia que, un visionario como Jobs, concibió para los usuarios de sus dispositivos. La ingeniería estuvo al servicio de la experiencia pretendida. Y en ello residió buena parte de su éxito. Cada vez más podemos advertir cómo los tradicionales sectores económicos se confunden. La industria y los servicios van de la mano en la nueva economía. En muy buena medida, la industria proporciona la respuesta tecnológica a las necesidades de los nuevos servicios, pensados para clientes cada vez más exigentes y difíciles de sorprender. La competitividad económica dependerá de las experiencias que las empresas brinden a los consumidores y, lógicamente, de las tecnologías que hagan posibles tales experiencias.
Es indudable que estimular la innovación requiere que ésta incluya las formas de organizarse, de forma que pueda aprovecharse la fertilización cruzada entre las diferentes y novedosas formas, no sólo, de pensar sino, también, de sentir. A fin de cuentas, eso es la creatividad: nuevas formas de pensar y de sentir. La separación de nuestros aspectos racionales y emocionales es artificial. Puede ser útil para establecer categorías conceptuales. Pero todas las personas combinamos ambas.
Los artículos ¡Pero qué pesados con la innovación! y ¿Reindustrialización o nueva industrialización? Abundan sobre algunas de estas cuestiones.
10 Termino con una pregunta síntesis y clásica en estas entrevistas, que puede servir de recapitulación: ¿cuáles son las tres claves de la educación del s. XXI?
Siendo a modo de síntesis, y habiéndome extendido anteriormente, voy a intentar ser breve y conciso:
- Estimular un espíritu crítico, curioso y creativo (“las tres Cs”) ante la realidad: ¡atrévete a pensar! ¡Y a crear e innovar!
- Promover el entendimiento de las cosas en su debida complejidad: razón y emoción son consustanciales a todas las personas, y el cultivo de ambas debe estar presente en todos los niveles educativos.
- Enseñar a pensar y a crear (no es suficiente con atreverse a hacerlo): disfrutar con una obra literaria, pictórica o musical, qué duda cabe, es una actividad mental exclusivamente humana. También lo son la propuesta de teoremas matemáticos, investigar el origen del cosmos, la esencia de la vida o desarrollar nuevas tecnología. Sin embargo las aproximaciones intelectuales son diferentes. Todas llevan sus dosis de razón, emoción y experiencia, y hay que saber apreciarlas y disfrutarlas en cada caso, pero sin confundir ni sus praxis ni los ámbitos de validez de sus conclusiones.
Gracias por la entrevista, Juan. Ha sido un placer poder leerle: partiendo de su formación científico-técnica, atraviesa fronteras, y todo ello a través de una cultura que no cae en el cientifismo simplista. Una nuevo humanismo amplio y actualizado se adivina en todo lo que analiza. Algo que no es frecuente, y que nos permite profundizar en nuestra perspectiva: no hay conocimiento solitario, ni se puede dar si no es a través del diálogo. Somos socráticos aunque no lo sepamos.
Queda una promesa a la que le emplazamos: que vuelva pronto, porque esta iniciativa canaria de INED21 ya es su casa, Juan.
Los comentarios están cerrados.