ENTREVISTA A JAVIER GOMÁ

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Hoy tengo el privilegio de entrevistar a uno de los pensadores cruciales de la filosofía española y, si me permiten, del pensamiento contemporáneo: Javier Gomá. Licenciado en Filología Clásica, Derecho, y Doctorado en Filosofía, obtiene el número uno en las oposiciones al Consejo de Estado, y desde el 2003 es director de la Fundación Juan March, con una gestión cultural brillante que la sitúa entre las instituciones culturales más interesantes de España. He seguido su obra desde el inicial: «Imitación y experiencia. Pre-textos, 2003«, que fue la presentación en público de su propuesta filosófica, y con la que obtiene el Premio Nacional de Ensayo en el 2004. Le seguirán tres obras que cierran su tetralogía de la ejemplaridad: «Aquiles en el gineceo. Pre-textos, 2007«, «Ejemplaridad pública. Taurus, 2009«, y «Necesario pero imposible. Taurus, 2013«, recientemente publicada en conjunto por Taurus. Además ha reunido sus microensayos periodísticos, que pueden encontrar en estas dos colecciones: «Todo a mil: 33 microensayos de filosofía mundana. Galaxia Gutenberg, 2012″, «Razón: portería. Galaxia Gutenberg, 2014″, una introducción adictiva a su obra donde puede empezar un lector curioso. Otras obras suyas son: «Ingenuidad aprendida. Galaxia Gutenberg, 2011″, «Materiales para una estética. Cátedra Jorge Oteiza, 2013″, y ha coordinado el volumen colectivo colectivo VV.AA., «Ganarse la vida en el arte, la literatura y la música, Galaxia Gutenberg, dir., 2012″. Es coautor, con Carlos García Gual y Fernando Savater del libro: «Muchas felicidades. Ariel, 2014″. Asimismo ha reunido sus escritos sobre fundaciones en: «Carta a las fundaciones españolas y otros ensayos del mismo estilo, Pre-Textos, 2014«.

Tiene ese don del entusiasmo, que le sirve en el desarrollo de su intuición filosófica que da origen a su obra. Me gusta por muchas razones. Dos inmediatas: se puede escribir con gran belleza, y ser riguroso y profundo simultáneamente; y creo que representa una de las aventuras filosóficas más originales y sistemáticas (no confundir con sistema…) que hay en la filosofía contemporánea.

Le gusta decir a Javier Gomá que hay un tiempo de la actualidad, «el punto de vista de la velocidad supersónica del periodismo», y existe el tiempo de la filosofía, un tiempo geológico, que nunca es inmediato. Por ello, he intentado reducir en lo posible las preguntas evidentes que, desde su filosofía, se pueden hacer a nuestro convulsionado presente. Algo que, con un mínimo esfuerzo, todos podemos pensar inmediatamente. Existe otra razón: hay bastantes entrevistas donde ya se pueden encontrar esas preguntas inmediatas y actuales.

De ahí que haya optado -lo siento, deformación filosófica-, por otra línea de entrevista: he tematizado las preguntas en diferentes ámbitos (educación, historia de la filosofía, ética, religión, sociología, filosofía española, política, y estética), relacionándolas con su obra, o con el propósito de indagar en sus afinidades y en ciertos entrelazamientos de su pensamiento.

Todos nos desvelamos de muchas formas. Personalmente, ha sido un reto poder condensar una entrevista que no volviera a caer en esa actualidad plomiza, que tantas veces nos llama sin poder evitarla. Sí, un reto apasionante, porque implica poder dialogar directamente con un autor con el que tanto he disfrutado. Acomódense, un tiempo que sólo una lucidez filosófica nos puede regalar: Javier Gomá.

1. Desde los presupuestos de su filosofía, diferencia lo que es un ejemplo, que puede ser positivo o negativo, de lo que es una propuesta ontológica (qué es el ser), e idea central de su filosofía: ese universal concreto, que es el ejemplo personal. Este a nivel práctico, se presenta como la ejemplaridad, un ideal (un deber ser) que siempre nos emplaza a su imitación, aunque nunca alcanzable o realizable totalmente como perfección é Con esta introducción, y aplicándolo al hecho educativo: ¿qué significa e implica una educación ejemplar desde su perspectiva? ¿No es el docente ese ejemplo de aquello que quisiera enseñar, o hacer descubrir en sus alumnos?

La visión original es ontológica: la del ejemplo personal (universal concreto) como “ser», como aquella estructura subyacente a la realidad que hace ésta inteligible. Cuando esa visión se traslada de lo ontológico a lo práctico (ético, político, poiético), se presenta en cambio como un ideal: el ideal de la ejemplaridad. Y, en efecto, conviene distinguir entre los ejemplos reales de la experiencia, que pueden ser positivos o negativos, y la ejemplaridad, que es un ideal, es decir, un deber-ser y en consecuencia, como tal, no existe, no es, no se da en la experiencia, no tenemos contacto sensible con él. Nadie encarna la ejemplaridad porque nadie, en este mundo imperfecto, personaliza la perfección del ideal. Ahora bien, los ejemplos concretos son la vía de acceso a la verdad, y cuando se trata de la verdad moral esto es especialmente cierto. Qué es lo honesto, lo decente, lo recto, lo justo, lo valiente, lo generoso se hace intuible y aprehensible a través del ejemplo personal, aunque no seamos capaces de verbalizar esos conceptos. El ejemplo muestra esa capacidad de hacerse evidente sin necesidad de definirlo. De manera que los ejemplos positivos y negativos que nos rodean constituyen la escuela de nuestra educación sentimental. Y entre esos ejemplos, despliegan particular influencia aquellos que poseen autoridad, como los padres o los docentes. Toda educación consiste en trasmitir un modelo de lo humano, un prototipo de excelencia. Proto-tipo significa sello (typos) originario. Educar es imprimir un sello en el alma de los educandos. Un educador, en el sentido integral del término, es quien, por ser un buen ejemplo de ese sello, sabe replicarlo en los demás. En un sentido más limitado, restringido ya a ciertas disciplinas, un buen docente, a mis ojos, es quien sabe comunicar, no tanto conocimiento, como amor al conocimiento: no historia de la literatura sino amor a la literatura.

2. La relación maestro-discípulo es una de las relaciones más complejas que existen. George Steiner en una obra deliciosa, Lecciones de los maestros (Siruela, 2011), diferencia tres grandes posibilidades: aquella donde los profesores destruyen a sus alumnos psicológicamente («El ámbito del alma tiene sus vampiros»); allí, «donde los alumnos han tergiversado, traicionado y destruido a sus maestros»; o donde esa relación difícil sea cumplida, «es la del intercambio: el eros de la mutua confianza». ¿Ha tenido alguna referencia biográfica, además de las lecturas, en la génesis de su intuición de la ejemplaridad? ¿Cree que ese modelo, sea existencial y/o discursivo, sigue cumpliendo igualmente su función ejemplar?

Es extraño: tanto como he escrito sobre el ejemplo y la ejemplaridad, y mi caso no responde aparentemente al esquema de modelo-copia. Al terminar el último tomo de mi tetralogía, Necesario pero imposible, incluí como corolario un ensayo sobre la vocación literaria, tema que anticipé en el microensayo “¿Qué es la vocación literaria?” y sobre el que luego insistí en otro artículo más largo titulado “Raptado por las Musas”(ambos publicados en El País). Trataba de explicar ese extraño fenómeno biográfico por el que uno dedica lo mejor de su vida a algo que nadie le pide (producir un texto sin utilidad práctica inmediata). La vocación remite al desarrollo orgánico de un principio interno más que a la reacción frente a estímulos externos. Y, en efecto, no recuerdo haberme encontrado nunca a una persona, real o histórica, que se me haya presentado como un modelo integral y pleno para mí o sobre la que yo me haya dicho a mí mismo: “quiero ser como ella”. Esto no me ha ocurrido. Podría citar a varias personas que me han abierto perspectivas, me han alentado, me han inspirado, me han orientado, me han acompañado, me han ayudado a encontrar mi camino. Pero no una persona que haya sido ella misma mi camino. Aunque a esta constatación le añadiría dos precisiones. La primera, que sí han existido muchas personas, vivientes, históricas o imaginadas, que me han servido de contraejemplo –todos aquellos que me parecía que caían en el patrón del romanticismo- y que han ejercido sobre mí una gran influencia, aunque sea inversa. Representaban lo que no quería. Y en segundo lugar, que en esa búsqueda del propio camino estoy convencido de que, de forma patente o latente, he emulado a otros que antes que yo han intentado lo mismo. Por último, fuera del fenómeno de la vocación, que objetivamente debe considerarse una anomalía vital, la relación maestro-discípulo, una relación en la que el segundo ve en el primero realizado (aunque sea con las imperfecciones propias de lo real) el ideal de humano, es y seguirá siendo la expresión suprema de la educación, como Nietzsche nos recuerda en Schopenhauer como educador: “Tus verdaderos educadores y formadores te revelan cuál es el auténtico sentido originario y la materia fundamental de tu ser” (citado en Imitación y experiencia, XIV, 10).

3. Pierre Hadot nos ha enseñado de forma magistral cómo la filosofía antigua, con Sócrates como gran ejemplo, era antes que nada una forma de vida, y no sólo un discurso. Y recordaba el clásico de Werner Jaeger: Paideia, que tan bien sintetiza ese ideal de la cultura griega. Leyéndole, quisiera relacionar dos preguntas: ¿es la filosofía una educación del alma, una forma de vida ejemplar que pide ser imitada? ¿Sigue siendo aplicable a nuestro presente, o cree como afirma P. Hadot que por razones históricas es casi imposible, sólo excepcionalmente?

La filosofía siempre ha sentido fascinación por la ciencia, su exactitud, su carácter predictivo y acumulativo, su demostrabilidad. En los últimos siglos, en los que nace la ciencia moderna y alcanza su esplendor, esa fascinación es tan fuerte que la filosofía trata de emularla en todo: un lenguaje cercano a la jerga, unos conocimientos reservados a iniciados, unos problemas que sólo interesan a éstos…En diversos lugares –últimamente en el artículo “La filosofía como literatura conceptual”- he defendido que la filosofía debe renunciar a esta pretensión porque en el fondo es un género literario. Sus proposiciones nunca son verificables, como no lo son los versos de un poema. ¿Y qué novelista escribe sólo para ser leído por otros novelistas? De igual forma, es absurdo que un filósofo dirija sus escritos sólo a otros filósofos dejándose enredar en debates eruditos que sólo interesan a los especialistas. Por el contrario, debe poseer un estilo literario y escribir para toda persona que quiere vivir su vida de manera digna y consciente. Todos los hombres y mujeres interpretan el mundo y en ese sentido todos son filósofos. Hay unas interpretaciones más refinadas que otras, más articuladas, más cultas, más decantadas, pero no podemos dejar de interpretar el mundo. La filosofía ayuda a mejorar esa interpretación iluminando la experiencia individual y ofreciendo un lenguaje apropiado. Y entre las interpretaciones del mundo, la idea de qué es excelente en cada caso, dónde se halla el ejemplar excelente en cada una de las especies de entes de que se trate. Y esto vale también para la especie humana: qué forma tendría la excelencia humana, dónde hallar una manifestación ejemplar de lo humano, cómo sería una individualidad modélica, susceptible de imitación y generalización. La filosofía debe colaborar en encontrar estas formas ejemplares que orientan, como ideal, para vivir una vida más significativa, más sabia, más entusiasmada, en resumen, una vida mejor.

4. En su obra es consciente de la diferencia entre la afirmación kantiana, clave de la Ilustración, de un sujeto autónomo, y la larga investigación interdisciplinar sobre el fenómeno de la imitación en el s. XX. Además de su crítica explícita al sujeto único e irrepetible del Romanticismo, que tiene en la figura del genio su paradigma, quisiera enfrentar a Kant con su pensamiento. Desde esta opción, le planteo esta pregunta: ¿es posible, desde su posición filosófica, un sujeto y una moral autónoma en el sentido kantiano?

La imitación (de un modelo ejemplar) fue quizá el concepto con más fuerza explicativa de toda la premodernidad, ese larguísimo periodo que va desde el origen de la cultura occidental hasta el siglo XVIII. De pronto, en apenas unos decenios de ese siglo, desapareció todo rastro del prestigioso concepto. La imitación de un modelo normativo (Naturaleza, Ideas, Antiguos) fue sustituida, como fundamento de la realidad, por la creatividad, originalidad y autonomía del sujeto moderno, que no imita a nadie. Así lo dice Kant explícitamente en su famoso texto ¿Qué es la Ilustración? Kant pone las bases de la subjetividad moderna en su segunda Crítica, donde expone su ideal del sujeto autónomo, autolegislador, y en la tercera Crítica, donde presenta la que será considerada forma suprema de la subjetividad, el artista genial, capaz de producir reglas en lugar de imitarlas. Cierto que en el siglo XX asistimos a un renacer extraordinario del interés teórico, en multitud de disciplinas, por la teoría de la imitación. Con una novedad: ahora se trata de la imitación moral de personas, vivas, libres y racionales, no de modelos acabados, cerrados y fijos. Pero con todo, el tratamiento contemporáneo de la imitación padece un esencial prejuicio. El presupuesto de todos esos nuevos estudios sobre la imitación es el de que un sujeto adulto, emancipado y racional no imita, de modo que la imitación es achaque de animales, niños, culturas prehistóricas o masas; en suma, de entidades preindividuales o solo parcialmente individuales. He aquí la razón por la que en Imitación y experiencia hube de incluir un capítulo (XIV, 12) con el título: “¿Puede ser sujeto autónomo quien imita a otro?” Antes había sentado el principio de facticidad, que dice que, de hecho, nos guste o no, todos nos imitamos a todos y que no existen zonas exentas de la imitación, lo que luego, en Ejemplaridad pública, denominé “red de influencias mutuas”. No existe ese Robinson en su isla moral que sueña Kant. De manera que la cuestión no estriba en saber si imitamos o no, pues todos nos imitamos unos a otros inexorablemente, sino en bajo qué condiciones la imitación de otro es un hecho racional, ese juzgar autónomamente la heteronomía de los modelos de ejemplaridad que estudia el aludido capítulo de Imitación y experiencia.

5. En su obra Necesario pero imposible (Taurus, 2013), que es una recuperación actual y valiente del tratado del alma clásico de la filosofía, aborda la figura de Jesús de Nazaret y la califica de «superejemplar». Desde la argumentación que le lleva a esa afirmación, ¿existen más casos de superejemplaridad, aunque no sean en la cultura occidental? ¿O es un caso singular y único?

La “superejemplaridad” se puede designar dos cosas: lo extraordinario y lo excepcional. Una ejemplaridad extraordinaria es la propia de quien es considerado por los suyos el mejor de todos, el más perfecto ejemplar de la especie, la personalización del ideal humano: Aquiles para los griegos, Jesús para los judíos. Pero los judíos percibieron en el profeta de Galilea algo mayor: una anómala desproporción de ejemplaridad, un insensato y antinatural derroche de ella, un extremo de virtud hasta las últimas consecuencias que iba allende de una ejemplaridad extraordinaria. Vieron en ese individuo una posibilidad existencial tan radical que presentían en él un novum sobre lo humano, un plus que introducía una ruptura en la historia y que enseguida identificaron con lo divino (Hijo de Dios). En suma, no sólo el mejor de su género sino también un género de caso único. Porque ellos conectaron esa ejemplaridad excepcional con un hecho igualmente excepcional: la vivencia colectiva de que ese hombre, tras morir en un escenario público, seguía viviendo de forma personal, individual, incluso corporal (la llamada resurrección). Ninguna otra religión ha pretendido algo tan inverosímil en época histórica. Eso hace de la superejemplariad del galileo algo rigurosamente singular y único en perspectiva comparada. Aquiles en el gineceo estudió cómo ser individual en este mundo; Necesario pero imposible, por su parte, se pregunta cómo pensar la prolongación de la historia de ese mismo ser individual a continuación del mundo; en otras palabras, se propone recuperar, sobre bases nuevas, el antiguo tratado de la inmortalidad del alma, olvidado por la filosofía después de Kant. Y entonces no podía ignorar ese precedente sino que debía estudiarlo con la mayor objetividad posible volviendo a él con la misma naturalidad con la que la filosofía vuelve una vez y otra a la figura de Sócrates.

6. Toda sociabilidad tiene una historicidad propia (el Mundo Antiguo, la Edad Media, la Modernidad, o el s. XX), que condiciona inevitablemente nuestro modo de imitar. Aun sabiendo que la ejemplaridad es un ideal universal (un deber ser), quisiera enfrentarle a nuestra presente: ¿qué variantes o modalidades imitativas puede identificar en nuestro mundo hiperconectado que le parezcan novedosas? ¿Cree que estamos en la transición a una nueva época postcartesiana (no me refiero a ninguna postmodernidad), o seguimos presos de un adiós apresurado a la modernidad?

El “genio” del siglo XX -su hallazgo más elevado, genuino, creador y original- ha sido doble: la igualdad y la finitud (finitud que también puede decirse contingencia, secularización o historicidad). Sólo últimamente se ha comprendido que lo esencial en el ser humano es una misma y común dignidad que a todos nos iguala, siendo todas las diferencias individuales meras notas accidentales respecto a esa dignidad compartida esencial. Si todos somos iguales, el mundo debe regirse por acuerdos adoptados democráticamente por esos ciudadanos iguales, acuerdos que son históricos, cambiantes y contingentes, como todo lo humano. De ahí la íntima conexión entre igualdad y finitud. La reciente alianza de estos dos vectores ha producido el desmantelamiento de los fundamentos de la sociedad jerárquica, autoritaria y patriarcal que ha dominado la cultura occidental desde sus mismos albores. Y este hecho afecta también a la historia de la ejemplaridad, que ha sido durante milenios una ejemplaridad aristocrática personalizada en una minoría selecta que se proponía a sí misma como modelo de conducta para el resto de la sociedad, una minoría que además poseía la autoridad que confería la coacción jurídica y política, el dinero, la posición social y la educación. Ahora, el citado principio de facticidad, esa red de influencias mutuas, nos enseña que todos somos igualmente ejemplo para todos, sin jerarquías de partida, sin estamentos de origen. Llega el momento de la ejemplaridad igualitaria. La ejemplaridad no viene ya asociada a cuna, sangre, estatus, raza, género, creencia, educación esmerada o título académico. La coacción propia de las sociedades estamentales es sustituida por la persuasión propia de las sociedades igualitarias. Son los otros quienes te conceden autoridad, no la posee uno mismo ex nativitate. Y te la conceden por una especial legitimidad de ejercicio, por un modo de ejercer la potestad, la que sea. Y nada más persuasivo que una legitimidad de ejercicio fundada en una ejemplar forma de usar esa potestad. Las redes sociales son moralmente neutras: como un cuchillo, que puede ser utilizado para cortar el pan y compartirlo con el prójimo necesitado o para clavarlo en el pecho de éste. Ahora bien, las redes han traído una nivelación y una igualdad que yo aplaudo. Ahí cada uno sigue a quien quiere y es seguido por quien quiere, y cada uno dispone de las mismas oportunidades. Tomémoslo como una manifestación de esa civilización democrática que se está gestando y a la que se dirige el ideal de una ejemplaridad igualitaria y secularizada.

7. Desde su filosofía de la ejemplaridad, hay una crítica a la minoría selecta de Ortega y Gasset (además de otras que no puedo abordar) y una prueba evidente es su concepto de una mayoría selecta. Ha terminado y expuesto recientemente una sociología de la ejemplaridad, partiendo del análisis de Max Weber de la triple fuente de legitimidad del poder: el carisma, la costumbre y la ley. ¿Podría sintetizarnos las ideas principales, desde su filosofía de la ejemplaridad, de esa dimensión sociológica?

Continúo donde lo dejé en la contestación anterior. En la ejemplaridad aristocrática hay dibujada en la realidad social una raya que separa a la minoría selecta y la masa, que, según Ortega, no tiene más obligación que la docilidad. No la responsabilidad, ni la crítica, ni la emancipación: la docilidad. Unos, los menos, llamados a la ejemplaridad; los otros, los más, a la obediencia masiva y a la mansedumbre. En la ejemplaridad igualitaria la raya no se dibuja en la sociedad sino en el corazón de todos y cada uno de los ciudadanos: todos y cada uno de los ciudadanos deben elegir en su corazón entre la ejemplaridad y la vulgaridad moral. Todos llamados igualmente a la excelencia. Si ese imperativo se cumpliera, se realizaría el ideal de la mayoría selecta (véase microensayo con el mismo título), que contrapongo al de la minoría selecta de Ortega. Imaginemos una mayoría social de gente dotada de buen gusto, es decir, de gente que, por la educación de su corazón, eligiera lo bueno sin necesidad de premio y repugnara lo malo sin miedo al castigo, sino por inclinación, por estilo de vida, por respeto a uno mismo. Esa sociedad sería mejor moralmente y más viable que una regida exclusivamente por la coacción legal. El problema es que Weber (y en el Derecho Kelsen) entiende que, de las tres fuentes de legitimidad del poder, dos de ellas (carisma y costumbre) pertenecen al estadio premoderno de la cultura mientras que la modernidad se ha fundado exclusivamente en la ley formal. Ahora bien, una ley formal sin carisma y sin costumbre acaba convirtiendo a la sociedad, como el propio Weber admitió al final, en una jaula de hierro. Las democracias contemporáneas acusan ese «desencantamiento del mundo» que el gran sociólogo alemán pronosticó y que haría de ellas un espacio potencialmente invivible. Estaría, pues, pendiente un neo-encantamiento de la cultura que presentase a la democracia en su atractivo y que pusiera en juego todo su poder de transformación. Las fuentes tres principales fuentes disponibles para esta misión de nuevo encantamiento de la cultura democrática son las dos desechadas por Weber (el carisma y la costumbre) más el arte. El carisma es un halo que rodea a aquellas personas que exhiben una particular ejemplaridad, vidas atractivas y admiradas, capaces de innovar en el estado de las cosas, que se imponen sin necesidad de coacción por la persuasión de su ejemplo. Cuando ese modelo de conducta se generaliza socialmente se producen costumbres, las cuales, cuando se trata de «buenas costumbres», constituyen el elemento más cohesionador que existe dentro de una sociedad, por encima incluso de las leyes. Por último, el arte, que tiene la virtud de dulcificar y aliviar, mediante la belleza y el placer estético, los gravámenes que son inherentes a una civilizada vida en común. Con el concurso de carisma, costumbre y arte, repensados en el contexto de una cultura democrática, igualitaria y secularizada, se puede inducir al corazón del ciudadano a elegir la civilización en lugar de la barbarie y así a poner las bases de una mayoría selecta.

8. Hace poco he podido leer las dos biografías: Miguel de Unamuno de Jon Juaristi (Taurus, 2012); José Ortega y Gasset, de Jordi Gracia (Taurus, 2014). Ambas dentro del proyecto de Biografías de Españoles Eminentes (Taurus) que impulsa la Fundación Juan March, intentando revitalizar este género crucial en cualquier historiografía. Me han gustado mucho y por motivos diferentes, de ahí que quisiera preguntarte desde su proyecto filosófico, sobre estos dos pensadores cruciales de la historia de España: ¿qué sigue siendo actualizable del pensamiento Ortega y Gasset, y qué le separa de su aventura filosófica? ¿Y desde su filosofía de la ejemplaridad, cómo interpreta el legado filosófico de Miguel de Unamuno?

España es un país sin burguesía, dijo Sánchez Albornoz, y eso quiere decir sin filosofía. De pronto, a principios del siglo XX surge la figura inmensa de Ortega, que es imposible ignorar. Dado que no andamos sobrados de filósofos en España, he dialogado con Ortega en cada uno de los libros de mi tetralogía tratando así de enlazar y asociar mi proyecto filosófico con la tradición propia y no sólo con la foránea (es frecuente en la academia española citar con profusión al último filósofo polaco o vietnamita pero olvidar a nuestro Ortega). Cierto que, a mi juicio, Ortega, tan lúcido en todo, tan alerta, no vio los dos grandes temas del siglo XX: la igualdad y la finitud. Mi objeción a su aristocratismo anacrónico está contenida en el capítulo 23 de Ejemplaridad pública titulado: “La minoría selecta en Ortega y Gasset: originalidad y crítica”. Desarrollo mi objeción a su teoría de la finitud en un capítulo de Ingenuidad aprendida titulado “Vida infinita: el imposible intento orteguiano de una filosofía de la vida al margen de la condición mortal del hombre”. Pero ese mismo libro incluye otro capítulo: “Ortega al pie del Helicón”, en el que le rindo el homenaje que merece. Ortega no es un gran filósofo, original e innovador. Es un gran pensador y sobre todo es el educador por antonomasia, cumpliendo en España el papel que en Alemania pudo jugar Goethe. Y sobre Unamuno podría decir algo semejante. Sus ensayos, sus novelas y sus poemas no me entusiasman: hay algo histriónico, infatuado y melodramático en ellos, demasiado contaminados de ese yo omnipresente, que se convierte todo el rato en tema. Me gustan más sus libros de viajes. Y sobre todo mi admiración se dirige al Unamuno como personalidad, como carácter fuerte, insobornable, libre, virtuoso. Así como Ortega es el educador de nuestro tiempo, Unamuno es el profeta de nuestro tiempo, que denuncia las idolatrías y los abusos que observa en la sociedad.

9. Aparte de esa Grecia preplatónica que le sirve de inspiración reconocida para su concepto de ejemplaridad, sería de gran interés -más cuando se está analizando tu obra específicamente- poder compartir esas influencias filosóficas que están en su obra: ¿qué autores han dejado huella en tu proyecto filosófico? ¿Sigue por afinidad y/o interés la obra de algún filósofo actual?

Cuando se habla de las fuentes del pensamiento europeo, suelen citarse tres: la cultura griega, el Derecho romano y el cristianismo. Sin responder a un plan previo, cuando echo la vista atrás me sorprendo a mí mismo recorriendo sin querer las tres fuentes en mi formación personal: estudié filología clásica como primera carrera universitaria, después Derecho y las oposiciones al Consejo de Estado (que me familiarizaron con el Derecho romano y su influencia en la tradición occidental) y, por último, he sido desde mi adolescencia un lector asiduo de la teología cristiana. Y con todo, defiendo en mis libros que las tres fuentes nacieron y desplegaron su influencia en una época cultural (la cósmica) que no es la nuestra. Entre el siglo XVIII-XIX se produce esa transición que hace época de la cosmovisión premoderna a la subjetividad moderna. Todos los temas clásicos han de ser repensados desde esta nueva perspectiva ganada por el sujeto moderno. Y para ello me sirvo de los autores que cito en mis libros. En Imitación y experiencia, Scheler, Bergson, Ortega, Thomas Mann, Jung, Elíade; en Aquiles, Rousseau, Goethe, Simmel, Heidegger; en Ejemplaridad pública, Weber, Tocqueville, Kant; en Necesario pero imposible, toda la novedosa investigación en torno al Jesús histórico. Pero ahora debo insistir en lo que ya mencioné en la respuesta a la pregunta 2. Mi caso se resume en el fenómeno de la vocación literaria, siendo la filosofía una especie dentro del género de la literatura. La poesía celebra el mundo, la filosofía lo define, pero ambos son hechos literarios a los que les precede una visión del mundo. En la novela me encuentro en mi elemento tanto o más que en el estudio de los sistemas filosóficos. Y ahora vivimos una época en que una es la cultura oficial (la escolástica de la liberación) y otra la cultura que se va preparando y todavía fluye por cauces subterráneos.  Para ir dando forma y lenguaje a esa cultura que todos sentimos pero aún no somos capaces de definir con frecuencia es más útil recurrir a textos literarios de contemporáneos que a los filosóficos, excesivamente tributarios de la escolástica dominante. Mejor la poesía o el teatro. Y otros géneros no literarios: como la danza, las series de televisión o novedosas formas de expresión que han anidado en la red.

10. …y termino con su trabajo actual. Si no me equivoco (Materiales para una esté Javier Gomá, Cátedra Jorge Oteiza, 2013), está en elaboración de una estética desde los presupuestos de su filosofía. Siguiendo esta temática: ¿se podría afirmar esta expresión: un arte de la ejemplaridad? ¿En qué se diferenciaría de estas fases del arte occidental: arte clásico, arte romántico y arte de las vanguardias del s. XX?

El arte siempre ha sido compañero de la causa que la civilización ha impulsado en cada momento histórico. En la época cósmica, ha sido un arte celebratorio-imitativo del mundo. En la época de la subjetividad, en la que el objetivo, tras ese giro subjetivo, era ampliar la esfera de la libertad individual (contra las opresiones tradicionales heredadas de la época anterior), el arte, entregándose a la expresividad, la experimentación, la originalidad y la innovación, se hizo “arte de la liberación” y contribuyó decisivamente a ese enamoramiento de la libertad personal que ahora poseemos todos como prenda. Hoy la tarea moral pendiente no es la de ser-libres sino la de ser-libres-juntos, no tanto la vivencia (subjetiva) como la con-vivencia (intersubjetiva). Y, en esta tarea, la estética (uno de los veneros del neoencantamiento del mundo, recuérdese) asume una misión insustituible poniéndose, una vez más, al servicio de la causa civilizatoria. Se trataría, en primer lugar, de proponer otro concepto de belleza, algo que he esbozado en los artículos, “Belleza sorprendida”, “Prenda del atardecer” y “Atrévete a sentir. Sobre lo sublime”. Y, en segundo lugar, de asignar al arte la función de dotar de encantamiento, hechizo y atractivo los límites y gravámenes que son inherentes a convivencia. Reflexiones sobre esta nueva función del arte podrán encontrarse en el capítulo de Ejemplaridad pública titulado “Sobre un arte público” y en varios de los microensayos reunidos en Todo a mil y Razón: portería, como “Aladas palabras”, “Aplausos”, “Responsabilidad en el arte”, “El tema de la novela futura”, “Poéticamente correcto” o “Los genios desconocidos no existen”.

Gracias por sus respuestas, Javier. Hay autores que por su falta de solemnidad, por su profundidad sin academicismo vacío, y por confesiones como esta: «Me considero un hijo gozoso de mi época», nos reconcilian con nuestro presente. Es uno de las grandes prosas filosóficas del presente, ¿por qué lo digo? Porque nunca te deja solo, y se acerca al lector con la elegancia de no aburrir y estar alumbrando lo que piensa. En este nuevo año de 2015, abordaré en Enero su obra en la serie interdisciplinar: «Una tarde con«, una interpretación contextualizada de su filosofía desde varias claves temáticas. Javier Gomá, vayan inmediatamente a su tetralogía de la ejemplaridad, una lectura imprescindible de un pensador que devuelve la filosofía al lector común. Ese lector que somos todos, y del que gran parte del pensamiento contemporáneo se ha alejado. Pero quedan excepciones, y mantienen esa llama filosófica que necesitamos siempre. Agradecerle desde el Magazine INED21 su amabilidad con nosotros: un placer interactuar con él, aquí la persona y la obra van de la mano. Desde este rincón, esperamos que no sea la última vez de poder dialogar con él, hay placeres ejemplares…

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