Antes que hablar de dieta digital, deberíamos diferenciar, usos, de abusos y adicciones, superando los titulares alarmistas que tanto gustan a los medios, y los fáciles y cómodos estereotipos que simplifican la compleja convivencia con y entre las pantallas.
Comer, dormir o pensar con los 500 amigos de FB, los 50 grupos de WhatsApp y los 1000 seguidores de twitter puede ser algo incómodo. ¿Qué tal una dieta digital?
D.D.
En “The Digital Diet”, Daniel Sieberg describe el fenómeno de lo que él denomina “obesidad digital”. La consultora internacional JWT Intelligence emitió un informe en el que alerta sobre la creciente tendencia a la “obesidad digital”. No se refieren a un nuevo sedentarismo, sino al producto de un exceso de conexión, una obesidad nacida de las muchas horas en la Web. La actualización constante del muro de Facebook, el chequeo continuo de los mensajes en Tuenti o Twitter, la ubicación permanente y total mediante el whatsapp, son algunos indicadores que pueden encender los pilotos rojos.
Sieberg propone una “dieta de adelgazamiento digital” progresiva. Primero “reiniciar” que significa desconectarse un día, luego un fin de semana. Después “reconectar”, que implica colocar la tecnología digital en el lugar que corresponde, con una dedicación horaria entre hora y media y tres horas. El siguiente paso es “reactivar”, que consiste en volver otra vez al inicio para replantearse su tiempo de conexión.
Entendemos que las posiciones descritas, sólo atienden a una variable, que aunque necesaria en el análisis, no es la más relevante, puesto que afecta sólo a la cantidad de horas que un usuario está conectado, pero no atiende al propio usuario (en su naturaleza, modo de ser, situación personal y/o familiar), ni al contexto de interacción y uso que este usuario aplica, ni tampoco al conjunto de mediaciones, finalidades, que se producen en estas prácticas digitales.
Por consiguiente, señalamos que del mismo modo que no podemos valorar la salud alimentaria y nutritiva de una persona sólo cuantificando la cantidad de fruta, carne, pescado y dulces que ingiere, tampoco podemos interpretar el significado de los usos, consumos, mediaciones e interacciones que los menores tienen con las diferentes pantallas sólo desde una visión cuantificadora.
La Asociación Americana de Psiquiatría, en el seno de los autores del DSM-V, señala que una persona con DAI experimentará “preocupación” por Internet. Tal y como las investigaciones indican. De lo que se deduce que determinadas prácticas en torno a Internet son consideradas trastornos tal y como señala el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales.
El rigor informativo sólo nos permite afirmar que “La adicción a Internet, podría ser considerada como enfermedad mental en EE.UU”. A finales de este año, la Asociación Médica de Estados Unidos (American Medical Association) decidirá si se debe incluir la “adicción a Internet y videojuegos” en el Manual de Diagnóstico y Estadística de Desórdenes Mentales (DSM, por sus siglas en inglés), el catálogo estándar de enfermedades mentales.
Recientemente, el doctor Jerald Block defendió ante la Asociación Americana de Psiquiatría “la inclusión de este trastorno”. En opinión de este experto, estamos ante un problema que incluye al menos tres subtipos: abuso del videojuego, adicción al cibersexo y dependencia de las redes sociales y el e-mail. En idénticos términos se expresa el doctor Ronald Pies, profesor de psiquiatría de la U. del Estado de Nueva York, cuando afirma que es prematuro considerar el abuso de Internet como una adicción.
A fecha de hoy, la ciberadicción es una de las patologías que emerge en los últimos años, que describe un desorden psicológico que aún no aparece recogido en el DSM V que elabora la Asociación Americana de Psiquiatría, donde se clasifica y determina todos los desórdenes y alteraciones relacionadas con la mente. Estaremos atentos a la evolución.
En cualquier caso, este asunto no es para nosotros lo más relevante. En nuestra opinión lo importante es observar y encontrar significados constructivos en la creación de nuevos espacios de socialización, conocimiento, entretenimiento y gratificación emotiva que provocan las interacciones entre los usuarios y las diferentes pantallas. Las pantallas no crean nada, canalizan, refuerzan las conductas ya existentes.
Entendemos que la tecnología no es efecto ni consecuencia, que tampoco es medio, es artefacto cultural, es entorno (digital) que forma parte de un circuito, que es cíclico y que produce y es producido por la cultura. Como señala el gráfico propuesto adaptado de los estudios de McQuail. El contexto social conduce a nuevas ideas, que implican nuevas tecnologías, que a su vez se aplican y suman a usos anteriores. Estas prácticas conducen a nuevas aplicaciones que son adaptadas y adoptadas por las diferentes instituciones, una más otras menos (económicas, políticas, sociales, educativas), que producen nuevas significados y nuevos cambios culturales que se abrirán a un nuevo contexto para volver a empezar.
El planteamiento de McQuail no es nuevo, ya lo dibujó McLuhan con el tono visionario que le caracterizaba, cuando subrayó los medios de comunicación como “extensiones del hombre”; es decir, prolongación de nuestros sentidos. También destacó que la experiencia con los medios de comunicación es sumativa, y que depende del conocimiento y los resultados que tengamos de los medios anteriores. Así ocurrió con la fotografía respecto a la pintura, el cine respecto a la fotografía, la tele, Internet.
Con la aparición del dispositivo móvil, no se anularon las funciones del teléfono fijo, como son llamar y recibir llamadas, pero sí se encontraron otras funciones y se convirtió en un dispositivo polivarente, y casi imprescindible, que sorprendió su implantación a todos, también a las compañías que lo comercializaron. Estos dispositivos ahora han modificado nuestras costumbres, rutinas y retinas, nuestro aprendizaje, nuestro modo de pensar, sentir y convivir. Ya no se lee igual, ni se escribe igual que antes.
Diferentes marcos de investigación, tanto en el ámbito anglosajón, iberoamericano, europeo, han abordado este tema desde disciplinas como las ciencias sociales, las ciencias de la educación y comunicación, así como la educación para la salud. Más allá de los determinismos tecnológicos y las visiones apocalípticas, entendemos que los programas de intervención educativa, sanitaria y social sobre estas prácticas, tienen más sentido y efectividad cuando se plantean desde una visión de la promoción de la salud integral de sus participantes, para un desarrollo comunitario y según los contextos colectivos y culturales concretos de uso.
El concepto de dieta ha tomado mucha consistencia en los últimos estudios, y en concreto en una línea de trabajo interdisciplinar, siempre interesante, entre tres ámbitos tradicionalmente separados como son educación, salud y comunicación. Sugerimos la consulta de la publicación Psiconutrición del menor: las TIC como aliadas en el sistema nutricional, coordinada con M. Lourdes Torres, en la que intervinieron más de treinta expertos del campo de la nutrición, la psicopedagogía y la comunicación.
Después del post, dieta digital, brecha digital hemos mantenido un debate sobre la necesidad de clarificar los aspectos de esta dieta, de la que los medios de comunicación se hacen eco con frecuencia. Nos gustaría aclarar algunos aspectos que subrayan el valor cualitativo de un consumo y una proactividad alrededor de estos consumos equilibrada y saludable. Estancarse en cifras cuantitativas (número de ciudadanos y cantidad de horas de consumo), originan con frecuencia, afirmaciones frívolas sobre las adicciones y dependencias a este consumo multipantallas.
De este modo proponemos otro planteamiento en el enfoque y análisis de esta fenomenología :
1
No alimentar el alarmismo existente en el tratamiento informativo sobre el uso de las tecnologías de la relación, información y comunicación (TRIC)
2
Precisar desde un modelo pedagógico y comunicativo que atiende el contexto social de estas prácticas culturales y digitales como señalamos en el último congreso celebrado en Segovia.
3
Establecer las diferencias entre uso y abuso, para considerar las posibles actuaciones, intervenciones y mediaciones de las diferentes interacciones entre menores y pantallas.
4
Proponer una política de comunicación e intervención educativa y sociosanitaria justificada en los parámetros de promoción de la salud propuestos por la OMS, tal y como hemos desarrollado exhaustivamente en la tesis “La creación de un cortometraje. Un proceso de mediación en la promoción de la salud del adolescente”.
Nos inclinamos por un enfoque que contemple estas prácticas con normalidad, desde lo que podemos entender como el diseño de una dieta saludable, en la que los padres y madres, los propios menores, las instituciones educativas y los medios de comunicación tienen un protagonismo. Con un planteamiento educomunicativo, que aborde de modo directo y dialógico el potencial de las mediaciones entre familias, escuela y comunicadores, como manifestamos en la investigación: Consumos y mediaciones de familias y pantallas: nuevos modelos y propuestas de convivencia.
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