CONEXIONES II: «AGUA»

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AGUA

Somos una especie sedienta

Miramos al cielo y buscamos agua. No somos posibles sin ella. Y somos extraños como ella. Un buen tema para un estudio interdisciplinar.

Siempre me ha fascinado y me ha soliviantado el agua. Nunca se la acaba de conocer. La deseo y me molesta. Amor y odio: provoca sentimientos, los evoca como una tarde de lluvia. Los niños saben mucho de ella pero no saben cuánto ignoran.

Les explicamos que los cuerpos se contraen con el frío y el agua, juguetona, nos contradice. Y lo hace con arte, creando cristales hermosos que pueblan algunos libros impresionantes. No podemos esconder que venimos de ella, hace 4.000 millones de años y cada día.

Sin ella nos encogemos hasta morir como trágicamente comprobaron tantos inocentes soldados desde Annual hasta Melilla en 1921. Por eso, las bandas primitivas se movían en función del agua y junto a los lagos y los ríos nació la civilización.

El agua encendía la imaginación en el cielo, en los campos y las cuevas. Dio vida a los campos de cultivo y transportó sus mercancías. Y su plasticidad nos estimuló a inventar.

Canales de riego en Mesopotamia, el Gran Canal entre el Hoang Ho y el Yang Tse que, ejecutado por los Sui en el siglo VI, facilitó la grandeza de las dinastías Tang y Song hasta el siglo XII. Y las excelentes Mohenjo Daro y Harappa, tres mil años antes, con sus piscinas rituales. Disciplinar el agua es una de las principales cosas que ha forjado la civilización humana.

Incluso diluir sus deshechos, desde las columnas mingitorias o urinarios públicos romanos (vespasianas) a la taza que John Harington inventó para la reina Isabel I en 1597 hasta el sifón y el water closed de 1884 (en fin, vean Historia del inodoro).

El agua cayó en forma de cometas y formó océanos poco después de 500 millones de años de la formación del planeta. Un planeta, el nuestro, que está a la distancia adecuada del Sol para que podamos conocerla en todas sus posibilidades: sólida, líquida y gaseosa, y nos sirva justamente para graduar las temperaturas y estudiar los cambios de fase de la materia.

Desde el agua cristalina de la nieve y los glaciares hasta el agua molecular que se mezcla con el aire, pasando por la maravilla tensa y flexible que forma nubes y ríos, nos humedece desde el cielo o nos permea célula a célula y hace fluir nuestra sangre.

Nacemos del agua ahora como hace 4 mil millones de años en una coreografía que empezó simple entonces y se ha hecho compleja hasta dar en la que se ejecuta con la producción de cada bebé. Somos el resultado de 4 mil millones de años de experimentos acuáticos.

El agua fomenta la vida pero condiciona la civilización. Por muy inteligentes que llegasen a ser los cetáceos, dentro del agua tendrían vedados los caminos de la tecnología. El agua excluye el fuego y sin control de la temperatura no puede dominarse la materia.

El agua nos engaña con su suavidad y su templanza. Amortigua impulsos y caídas, templa temperaturas, se adapta a formas. Pero puede ser una fuerza aplastante. Y su fuerza reside en la física de sus enlaces y en el número. Nunca habrá tantos granos de arena en un desierto como moléculas de agua en una piscina. Aunque la arena es un buen símil. Una especie de líquido construído a base de pequeñísimos sólidos que puede formar lentísimas ondas como el agua las genera con rapidez.

Tal vez la función rapidez y la función tamaño tengan alguna relación. Aunque también haya otros parámetros. La arena no tiene tensión superficial. Los «granos» de agua son de lo más microscópico que se puede imaginar. Y así hay que hacerlo, porque no sé que hayamos podido «ver» ninguna molécula de agua. ¿Qué decirles a los niños? ¿Aquello típico de que se pueden poner 10 millones de moléculas en fila en el espacio de 1 milímetro? Las cantidades grandes son esquivas, dificiles.

Tienen ya algunas metáforas explicativas, pero necesitamos más y saldrán más en cuanto todos los maestros hablen de ellas con los niños. No podemos ni imaginar la cultura que puede salir de miles de millones de mentes en funcionamiento. Aún así es difícil imaginar los números del agua. Un millón ni si quiera empieza a dar cuenta de la inmensidad de una gota de agua. No podemos bajar de los cuatrillones para una inundación sencilla.

¿Quién puede imaginar un cuatrillón, un uno y 24 ceros?

El número sirve de poco

Ni un elefante puede hacer nada contra esa cantidad de átomos y la riada, una multitud empujando, se lo llevará. El billón es lo  más grande que tiene entidad en el mundo macroscópico, mide la fortuna de los países, pero cuando lo multiplicamos por otro billón los bancos se convierten en moléculas y los países son agua.

Ni siquiera nuestro cuerpo, con billones de células que contienen millones de moléculas se acerca un poco. Y aún así, sólo hay que temer su furia, pues en calma, simplemente nos sostiene y nos transporta con poco esfuerzo. Algo tan simple y corriente provocó el primer Eureka! de la historia.

Y empezamos a poner a trabajar al agua. Nos sopla al oído volúmenes difíciles de calcular, empuja mecanismos tanto si és líquida como si es gaseosa, nos protegerá de la radiación en los viajes interplanetarios.

Pero aunque sus «granos» (moléculas) son incontables y posiblemente dejen atrás los quintillones en todo el mundo (1030), los humanos somos tan frívolos con ella que la podemos despilfarrar hasta límites irrazonablemente peligrosos.

Y para ahorrarla nos sirven los números manejables, contarla por litros y administrarla por gotas. Y pensar que no la usamos sólo nosotros sino criaturas mucho más grandes que ella pero que aún así escapan a nuestra vista. Y son criaturas que en nuestro estómago y en nuestro torrente circulatorio se nutren de nosotros y nos pueden llevar a la muerte.

Hay en el agua maravillas para todas las edades y que ni siquiera sospecho. Y están presentes en ellas todas las disciplinas del conocimiento.

No podríamos encontrar

más interdisciplinariedad

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