La atención que dedica a los adultos la divulgación científica es una muestra de compadreo entre iguales. Sobre todo cuando a los jóvenes se les introduce en el mundo cultural con «estudio». Decía el otro día que los jóvenes no «necesitan» síntesis pero los adultos, por alguna razón, «necesitamos» que la tengan.
Voy a poner un ejemplo de como tratamos eso en los libros de texto. Tomo una cita de un texto electrónico sobre «La Ilustración», pensado para ESO, de una popular editorial de texto escolar española:
«Como en el resto de Europa, en la España del siglo XVIII surgió un grupo de pensadores ilustrados preocupados por la decadencia de España tras la crisis del Imperio español. Se fijaron como principales objetivos el crecimiento económico, la reforma de la sociedad, la mejora de la enseñanza y la modernización de la cultura»
Uno puede tener que estudiar un texto de ese tipo entre los trece y los quince años. Se supone que el texto es así porque se considera que es lo que ha de permanecer. ¿En qué momento se lee? Suponemos que el profesor ha explicado el ambiente del siglo XVIII, ha recordado los problemas y situaciones de la España anterior, ha anticipado lo que en otros paises se estaba haciendo… ¿Es la lectura para recordar todo eso? ¿Es previa para hacerse con ella alguna «imagen» que estimule a preguntar?
De entrada que «en la España del siglo XVIII «surgiera»…» no parece algo que entronque con ninguna visión del mundo que el adolescente pueda tener. Pero se supone que antes se ha hablado de un mundo de supersticiones y opresiones por superar y eso sí que puede ya conectar algo, la superstición y la opresión es algo conocido aún.
A continuación viene la típica lista: «Entre los ilustrados españoles destacan Gaspar Melchor de Jovellanos, el conde de Floridablanca, el conde de Campomanes, Pablo de Olavide, el marqués de la Ensenada y el conde de Aranda». En fin, la memoria no hay que olvidarla, aunque no sé si ése es el método, y evidentemente el profesor puede utilizarla como quiera, ahí está y «es cultura». No seré yo quien me oponga a que a todo adulto le suene el nombre de Jovellanos o Floridablanca y lo asocie a encopetados señores con medias que hicieron cosas buenas para que España saliera, un poco tardíamente, de la medievalidad. Por el mismo precio podríamos pedir que los asociaran con sus caras aunque no vayan a encontrárselos por la calle.
Y «el texto» continúa:
«Pero la ausencia en España de amplios grupos burgueses, el conservadurismo de los medios intelectuales y el enorme peso de la Iglesia católica dificultaron la expansión de tas ideas de la ilustración. Por ello, la mayoría de los ilustrados acabaron colaborando con la monarquía, convencidos de que solo un poder fuerte era capaz de llevar adelante las reformas necesarias.»
Ahí encontramos también una enumeración, pero ahora es de conceptos. Y no de conceptos simples, sino bastante complejos. Y de todos ellos se infiere una conclusión o una justificación. Hablando en plata podría decirse: «Había en España muy poca gente moderna, de manera que los pocos modernos tenían que modernizar por decreto y la gente, dejarse modernizar». Perdóneseme la simplificación, pero creo que incluso añado algo con menos palabras. Después podría comentarse y discutirse en què consistía la modernidad en aquel momento y si tenemos algo que ver con ella.
¿Cuál creo yo que es el problema? Me parece que hay un deseo implícito en cada curriculador, en cada redactor y en cada profesor de instituto de que todos sus alumnos puedan llegar a ser historiadores, o biólogos o químicos o lo que sea. Por lo tanto hay que trasladarles un mundo científicamente estudiado con palabras mínimamente científicas, académicas o formales. Creo que es problema de lo que se llama «transposición didáctica». Si lo entiendo bien, los científicos se han hecho una imagen del mundo que funciona bien con abstracciones, cada una de las cuales resume mucho saber, pero con las cuales los científicos y un adulto con cierta cultura puede trabajar con soltura. Pero pensemos que los adolescentes no son adultos y que precisamente la cultura es lo que están adquiriendo. Tienen poca experiencia social y es experiencia de juego y familia. Luego ellos no pueden hacerse una «imagen» del mundo en los mismos términos y hay que «traducirlos».
Y sé que lo sabe todo el mundo y que se deja la «transposición» en gran parte al profesor mientras que «el texto» tiene la obligación (por algún prurito arcano) de ser formal (sólo queda esperar que todos los profesores sean transponedores hábiles).
Y aquí entra, a mi modo de ver, la injusticia a que me refería al principio. En cualquier librería encontraremos divulgación para adultos en todas las secciones. Cada uno de esos libros es una pieza de autor donde alguien que «sabe» explica su experiencia y no rehuye el humor, la complicidad, la divagación, la duda. Obviamente el libro de divulgación para adultos debe ganarse a su público, lector por lector. Para los alumnos, la venta está hecha, sólo hay que ganarse a un profesor o a un centro. Para los adultos la cultura es auténtica y viva. Sin embargo opinamos que para los adolescentes vida es divertimento y sólo se la damos en las novelas. A los adultos los animamos a educarse con pasión aunque estén acabando su vida y a los jóvenes, que deberían apasionarse por la vida que están empezando, los controlamos (véase que esos «textos» están plagados de ejercicios ligados a la formalidad) educándolos en la desconfianza y el rigor previos a la presunción de su inocencia cultural. Los suponemos culpables de no querer saber y autocumplimos nuestra profecía dándoles «el texto».
Vengo opinando en este espacio que la educación obligatoria es el momento de la «imagen del mundo» y el bachillerato, el comienzo de la formalización de esa imagen que se hará plenamente científica en la universidad. Por tanto, creo que la primaria y la ESO son el momento de hablar, experimentar y leer, dejando un espacio para realizar y formalizar al final. Pero no es la «formalidad» lo que habría que evaluar en ese momento. Y visto todo el diálogo, la experimentación, la lectura y la realización, podría evaluarse la competencia, la capacidad de leer, pensar, hablar y concluir. Por eso veo las aulas, mejor dicho las escuelas (o institutos), como auténticos ateneos juveniles. Y la organización está por pensarse o pensándose en estos momentos en gran diversidad de lugares. Fíjense que las imágenes que acompañaban al premio a la mejor profesora del mundo de este año mostraban niños leyendo tendidos en el suelo o en sofás (¿blasfemia? ¿anatema?).
Y los materiales, por supuesto, serían los auténticos libros de divulgación para jóvenes (no el circo ilustrado que tenemos ahora), tutoriales ad hoc para cosas muy concretas y algorítmicas (conjugaciones, procesos matemáticos, físicos o químicos…), láminas, blocs, expositores, librerías, tecnología y material fungible, el de toda la vida, que no sea un libro.