Brillantes hacedores de exámenes

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Brillantes hacedores de exámenes… ¿esa es la meta de nuestro sistema educativo? Fin de curso, exámenes, globales, repescas, pruebas ordinarias, pruebas extraordinariasExámenes. Más exámenes.

Exámenes como si no hubiera un mañana, como si las tardes del alumnado fueran flexibles, como si por la noche no tuvieran que descansar, como si les fuera la vida en ello.

Y quizás les va.

hacedores de

Conciliar lo irreconciliable

El examen como herramienta para la evaluación tiene su importancia y su peso, innegablemente. Cuesta concebir un Sistema Educativo sin exámenes, más ahora que, como una perversión del propio sistema, se intenta conciliar lo irreconciliable:

  • Fomentar alumnos competentes, que avancen en su autonomía y espíritu crítico.
  • Que sepan trabajar en equipo y que desarrollen al máximo sus distintas inteligencias (trabajo «por competencias»).
  • Mientras caen como losas pruebas externas, llámense de una u otra manera.

Estamos ante esa esquizofrenia absurda en la que familias, alumnado y profesorado han de dividirse: temarios, libros de texto, exámenes de corte memorístico frente al PBL, el trabajo colaborativo, al aprendizaje dialógico, los ritmos personales y la atención a la diversidad.

Hacedores de exámenes ¿sorteando exámenes?

No se trata de quitar lo exámenes, imagino. Se trata, más bien, de otorgarles el valor que tienen. Esto es, no convertirlo en un absoluto.

El proceso de aprendizaje no puede limitarse a un mero (y frustrante) camino en el que el objetivo sea ir sorteando exámenes.

  • Es ridículo que no haya una sola semana del curso en el que no tengan un examen; o dos, o tres.
  • Es contrario a lo que dicen los currículos y las declaraciones de intenciones de los colegios.
  • Es una fuente de estrés y, sobre todo, la evidencia del anquilosamiento de una herramienta ya desfasada.

Tendrá que haber exámenes, sí, pero lógicos, adaptados a la realidad, al tiempo, al temario y a las posibilidades.

Exámenes en los que el alumnado sepa las reglas del juego y no en los que se encuentre con la ocurrencia de turno del docente que entiende que ponerlo más difícil dignifica su asignatura o su nombre.

Al respecto, mi experiencia me dice que «a más inseguridad, más cortapisas y pegas».

  • Exámenes en los que se sepa de antemano la ponderación de las preguntas y en los que contar con una rúbrica no sea un elemento folclórico, sino una práctica habitual.
  • Exámenes en los que no parezca que está en juicio la memoria, sino la capacidad de conectar.
  • Exámenes, sobre todo, en los que no se juzgue a nadie: ni a quien hace el examen ni a quien lo ha diseñado.

Distintos procedimientos para distintas búsquedas

Pero, ojo, no solo tendrá que haber exámenes. Por fortuna, existen muchas otras herramientas para la evaluación.

Un docente que solo cuenta con el examen para evaluar es un docente que solo maneja una herramienta.

No sé si es válida la metáfora, pero quizás sirva como imagen la del profesional de la sanidad que todo lo diagnostica con análisis de sangre, olvidando que hay muchas otras maneras de hacerlo, según lo que se esté buscando: los Rx, un TAC, la observación, la exploración, etc. Distintos procedimientos para distintas búsquedas.

Me da mucha pena ver profesorado que califica en función de un par de exámenes y, a lo sumo «mirando el cuaderno» o «viendo la actitud», como si a lo largo de un trimestre –o de todo un curso– no existieran otros caminos, otras herramientas, para medir, evaluar y calificar.

Es más, me aterrorizan aquellos que confunden corregir un examen con los términos evaluar y calificar.

  • ¿Qué pensaríamos de nuestro médico si todo lo intentara medir mediante análisis desangre, sin usar nunca ninguna otra herramienta de diagnóstico?
  • ¿Por qué damos como bueno al docente que solo usa el examen?

No es de recibo que nuestros adolescentes y jóvenes vivan pendientes de sus calendarios de exámenes, saturados, estresados.

  • ¿Tienen queasumir responsabilidades?
  • ¿Tienen queaprender a gestionar tiempo, ansiedad y exigencia?
  • ¿Tienen que atendervarios frentes a la vez?
  • ¿Tienen que superar la frustración?
  • ¡Por supuesto quesí a todo ello!

Mi duda es si esos aprendizajes, tan importantes para la construcción de la persona, han que hacerse en esa carrera de obstáculos en la que se convierten los cursos.

¡Por supuesto que han de aprender y que queremos alumnado preparado!

No se trata de bajar exigencia ni de aprobar por aprobar; al contrario: se trata de que aprendan de verdad.

Y, desengañémonos, algo falla en la escuela cuando el que se supone que va a aprender acaba detestando el ritmo al que se ve sometido.

¿Cómo se va a dar el aprendizaje si arrastran cansancio, incertidumbre, tedio y saturación?

Romper con décadas de inercia

Exámenes en los que se sepa de antemano la ponderación de las preguntas y en los que contar con una rúbrica no sea un elemento folclórico, sino una práctica habitual.

La solución no es sencilla.

Hay que romper con décadas de inercia, con un concepto en el que el examen es la meta, sin comprender que el examen no es la meta (la meta es el aprendizaje) sino la medición para ver si se está alcanzando la meta o no.

Hay que convencerse de que el examen no puede ser un absoluto en el que alguien dijo una vez que el 5 es aprobado. Solo con el convencimiento de que lo importante es el aprendizaje y con la confianza en la persona (cada persona es singular), la búsqueda de otras herramientas de medición será efectiva.

¿Pegas? Todas.

Pero no hagamos caso de los agoreros que piensan que sin exámenes el alumnado no estudiará. Tal vez no estudie, pero con otras herramientas (y otra concepción de la educación), aprenderá.

¿O es que alguien se cree que lo aprendido para ser vomitado en un examen es aprendizaje real? Y sí, claro, en la vida habrá muchos exámenes ilógicos en los que habrá que memorizar (PISA, carné de conducir, acceso a la universidad…), por eso no hablo de desterrar la memoria ni de aparcar la autoexigencia y la autodisciplina (autorregulación); la memoria es fundamental, claro, pero no solo la memoria.

Hablo, más bien, de abrir el abanico y no limitarnos al examen como única vía.

Hablo del examen como fuente de reflexión y aprendizaje y no como origen de nota (muchas veces, punitiva).

Hablo del examen entendido como un tomar el pulso y no como una autopsia.

Hablo del examen como algo adecuado a la edad, al tiempo real para realizarlo y al tiempo real para prepararlo.

Hablo del examen como uno más de los muchos procedimientos al alcance del docente.

Hablo de que o cambiamos el paradigma o seguiremos creando meros hacedores de exámenes. Brillantes en muchos casos, conseguidores de dieces, pero solo eso.

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