Podría pensarse que estas dos palabras tan significativas que he utilizado en el título de este artículo tienen sentidos y significados antinómicos y en cierto sentido, sólo en cierto sentido, así es.
El 27 de enero de 2015 se han alzado en todo el mundo muchas voces rememorando, y condenando el Holocausto. Aprovecho este espacio para unir la mía a este clamor condenatorio con la esperanza de que con ello esté contribuyendo a evitar en el futuro, y en el presente, toda forma de barbarie y a promover fehacientemente una educación para la paz. Precisamente el pasado martes tuve la fortuna de que en el programa “Educar para la Paz”1 de Julia Murga en Radio 5 RNE emitieran un breve resumen de una Openclass mía.
Otra cita obligada, hablando de barbarie, es el salvaje atentado en París del pasado 7 de enero. No parece necesario extendernos en prolijas consideraciones sobre la intrínseca maldad de los hechos con independencia de cualquier otra circunstancia.
El Rey de España, en su primera participación en el acto conmemorativo del aniversario de la liberación del campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau, ha advertido de que “la barbarie puede surgir en el momento y la forma más inesperada y que ninguna sociedad está definitivamente protegida frente a la sinrazón”.
Mi interés se centra en la reflexión sobre el tipo de semillas educativas que estamos sembrando en las nuevas generaciones y en algunas consideraciones sobre el caldo de cultivo educativo, o deseducativo, en el que se desenvuelve el crecimiento de nuestros niños y jóvenes.
Prescindiendo del rigor científico, ya que no he conseguido encontrar la correspondiente cita bibliográfica, y confiando en mi memoria, comparto con los lectores una historia que me contaba mi padre cuando en mis años de bachillerato dábamos largos paseos hablando de lo divino y lo humano. Me decía que un general francés que estaba en lo alto de una loma y veía pasar por el fondo del valle una larga caravana de tanques le comentaba a su ayudante algo así como «por donde ahora pasan los tanques hace 100 años pasaron las ideas». Según sea la semilla así será la cosecha.
¿No sería preferible sustituir la cultura del competir y de la lucha, que en última instancia desemboca con gran facilidad en dolor y muerte, por la cultura del compartir y la colaboración? En uno de mis tweets, dirigiéndome como es obvio a «todo el mundo», escribí “entre tú y yo hay muchas más cosas que nos unen que las que nos separan”.
La tan cacareada, y poco practicada, atención a la diversidad es, además del reconocimiento intelectual de la singularidad de cada persona, algo completamente necesario si realmente queremos trabajar para evitar el desastre de la guerra y de sus hermanos menores, los enfrentamientos de todo tipo.
La cultura del esfuerzo y la exacerbación del éxito tienen sus riesgos. Es muy fácil deslizarse, creo que en gran medida ya lo estamos haciendo, hacia un terreno en el que predomina la ley del más fuerte. Tener un magnífico expediente académico y ser una persona de gran fuerza de voluntad son desde luego dos objetivos muy apetecibles siempre y cuando su logro esté orientado hacia el bien.
Volviendo al tema del día, el holocausto nazi, es fácil percibir como unas personas de gran ¿inteligencia? y un fuerte sentido de la disciplina pudieron, con un alto nivel competencial, hacer muy bien el mal, muchísimo mal. La educación puede ser compatible con la barbarie.
Supongo que se entiende perfectamente, y pido disculpas al lector por insistir en ello, que adquirir competencias es bueno. La cuestión es que no es suficiente ya que para intentar conseguir una vida plena es necesario aspirar al bien.
Parece necesario dedicar algunos renglones a la necesidad de desarrollar el sentido crítico. Es muy fácil, dentro de esta cultura homogeneizante y despersonalizadora que intenta abrirse camino hoy día, repetir, utilizando casi exclusivamente nuestra dimensión emocional, frases y lemas que pueden estar bien intencionados pero que por su natural reduccionismo sesgan la realidad e incluso pueden provocar lo que intentan rechazar.
Al día siguiente de los asesinatos de París en todas las emisoras de radio sonó la canción “Imagine” de Los Beatles como un símbolo de paz y convivencia. Una buena amiga me pidió, a través de Facebook, que difundiera la noticia, a lo cual en un primer movimiento estaba dispuesto. Antes de empezar a compartirlo con mis contactos me paré unos instantes a considerar la letra de la canción. En ella se invita a soñar con un mundo sin religiones y posesiones que supuestamente generaría una sociedad mucho mejor que la nuestra. Implícitamente, y reforzado por la belleza de la canción, se está admitiendo que la religión y la propiedad son malas en sí mismas.
Parece evidente que todo fundamentalismo, incluido el religioso, es un reduccionismo cuyos frutos son muy amargos. También un pretendido derecho absoluto a la propiedad sin tener en cuenta el destino universal de los bienes de la naturaleza ha sido y sigue siendo causa de graves problemas humanos y sociales. Pero de ahí no se deduce que los miles de millones de seres humanos que siguiendo su religión orientan su vida hacia el servicio a los demás estén haciendo algo malo. Tampoco da la impresión de que abolir el derecho a toda propiedad genere una convivencia pacífica.
En cualquier caso mi objetivo no va encaminado en este momento hacia la religión o algunos criterios económicos sino a la necesidad de reflexionar, pensar antes de hablar o actuar.
Si desde bien pequeños, fundamentalmente en el hogar y en la escuela pero también en otros ambientes sociales, los niños crecieran un clima de acogida al «distinto» ¿acaso hay alguien que no sea «distinto»? estaríamos sentando las bases de una convivencia como la que todos deseamos.
Termino con el deseo de que los educadores, profesionales o no, tengamos siempre muy presente el objetivo de “Educar para la Paz”.
Pacíficos y muy cordiales saludos a todos.
1El 21 de enero de 2015 emitieron un breve resumen (7:18 min. desde min 14:03) de mi Openclass «Claves para ser un buen profesor«. Ambos eventos se pueden descargar.