Hoy no les hablaré de investigaciones educativas, no les hablaré de metodologías, no hay ninguna lectura que quisiera interpretar. Hay días que no volvemos de clase, regresamos. Ya no somos los mismos, porque algo esencial ha ocurrido. Hay instantes que resumen, invisibles, un largo tiempo. No se buscan, aparecen como aquello que merece llamarse vida. Quiero compartir uno de ellos: es un instante donde se abre una puerta. Todos los que nos dedicamos a esta responsabilidad, esos maestros y profesores que son cómplices de unas generaciones que se moldean ante nosotros, alguna vez cruzamos este misterio. En medio de una crisis política, económica, social y, sobre todo, moral, necesito escribirles sobre un instante que ya no es un tiempo más. Es el instante donde se crea el sentido, se llama aprendizaje. Soy un afortunado: tengo un oficio fascinante, un oficio donde se abre una puerta.
Allá donde un alumno se transforma y cambia una actitud que parecía inevitable, se abre una puerta. Este oficio es la derrota de todo determinismo, es la antítesis de lo que se llama irremediable. Un maestro que ilumina un aprendizaje en el rostro de un niño, es alguien que abre una puerta. Un profesor que logra entusiasmar a unos adolescentes en busca de algo que aún no tiene nombre, es alguien que abre una puerta. Toda sociedad que merezca ese nombre, debe cuidar y reconocer esta tarea silenciosa que es un puente de todas las demás.
Allá donde un alumno se apasiona de una idea, teoría o conocimiento, se abre una puerta. Biografías que se determinan ante nosotros, sin saberlo, pero con ese presentimiento de algo que está ocurriendo. Biografías que conducen a caminos que amplían y profundizan esta extrañeza de llamarse ser humano. Biografías que recordarán tu rostro, esa memoria que es un homenaje emocionado a ti, aunque nunca podrán decírtelo. Perdonen: es la verdadera evaluación que nos queda. Esas biografías son nuestros alumnos: todos los libros que he leído en mi vida, valen menos que este gesto que hoy me han dado. Necesito confesarlo, porque nunca lo haré delante de ellos.
Este oficio abre una puerta llamada aprendizaje, una puerta que se llama vida. Este oficio tiene el milagro de custodiar lo más importante: la generosidad de ser un puente a otro ser que lo está cruzando. Sí, un buen maestro o un buen profesor, son puentes sociales que hay que recordar. A veces lo olvidamos, a veces nos perdemos en la inercia que todo lo iguala. Pero si estamos atentos, si somos capaces de decir sí en medio de tantas necesidades, de tanto sufrimiento que envuelve la situación actual, algo de repente ocurrirá. Se lo aseguro, estoy escribiéndoles desde ese instante. A todos los maestros y profesores que comparten este oficio: gracias por abrir una puerta, este oficio fascinante.