Una nueva Paideia

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Arrollado por la noticias apocalípticas, vuelvo a pensar en nuestro continente Europa, y en esa matriz cultural que llamamos Occidente. Nació entre nosotros, en una abrupta península y un archipiélago de islas y polis por todo el Mediterráneo: se llamaba Grecia. Frente a la burocracia política, hay otra Europa que quisiera recordar.

Esa herencia cultural que me sigue conmoviendo y que ha construido nuestro lenguaje político, científico, moral y artístico. Ese nacimiento cultural que nos describió magistralmente W. Jaeger en su “Paideia: los ideales de la cultura griega”.

Un detalle: es una pérdida que, muchas veces, el lector actual no se enfrente a síntesis grandiosas como la anterior. Cuántas veces padecemos el síndrome de la originalidad, porque no conocemos nuestra tradición y raíces culturales.

Occidente tiene nombre de academia, nuestra época digital está entrelazada con ese humanismo que comenzó su andadura en ese pueblo orgulloso y vital: los griegos.

Somos hijos de la escritura como Havelock analizó: Occidente comenzó como un alfabeto. Platón es un escritor paradójico, está practicando una tecnología desde la que se siente extraño y a la vez fascinado.

Esa oralidad bulliciosa de Atenas que su maestro Sócrates recorrió, quisiera vivificarla en sus diálogos. No puede, pero hay derrotas que merecen su nombre: leer a Platón sigue siendo una experiencia inigualable.

Construye un mundo de Formas (Ideas) para reconstruir una hegemonía que nunca volverá. A veces la melancolía tiene una grandeza que paraliza. Me ocurre con Platón: lo sigo releyendo y recuerdo al maestro Emilio Lledó y sus ensayos llenos de matices. La felicidad existe: leer hasta la madrugada diálogos platónicos.

La paideia griega se llamará Occidente: el humanismo que impregnará las mejores páginas de nuestra historia. Las sombras, como diría Eugenio Trías, también nos pertenecen.

Somos hijos de un judío sorprendente: Jesús de Nazaret. Desde Atenas a Jerusalén, nos señala G. Steiner. Más allá de las creencias personales, un carisma y un discurso que revoluciona nuestra mentalidad moral.

Superar la vieja ley de la venganza, comprender que no hay individuos: somos personas. El mensaje cristiano va a transformar las éticas griegas: el amor invade nuestra sociabilidad con una fuerza como no se había visto nunca.

Una época  esclavista como el mundo antiguo, se ve sacudida en su núcleo: la lección y sus consecuencias tardarán siglos en llegar, pero serán inevitables. Quien quiera ver cuándo comienza la sinceridad como estrategia literaria e ideológica, que lea las confesiones de S.Agustín. La vanguardia no empezó en el s.XX, aunque nos digan lo contrario.

Una vez leí en Vargas Llosa que Europa es ante todo un café repleto de gustos y palabras. Aquellos que tenemos la enfermedad inexplicable de escribir, seguimos soñando con la naturalidad de Montaigne.

Se ha dicho que hay autores a quien se admira, pero hay autores a quien se quiere. Hagan su biblioteca íntima, en la mía converso con esa difícil sencillez de Montaigne, con su hondo humanismo que conversa sin pontificar, que nos habla como un buen amigo: sin pretensiones, pero con una verdad que nos emociona siempre.

Ensayar ideas y juicios, ensayar la vida como un fluir: el ensayo es el género de una época que alumbra al hombre como centro. Ensayo y humanismo, dos palabras unidas.

Dos personajes siguen caminando por La Mancha. Cervantes y la novela, Cervantes y el descubrimiento que dos personajes pueden sintetizar todo el idealismo y realismo que cabe en un país hidalgo y malintencionado.

Según avanzamos en el Quijote, hay un espacio que se abre y se llama narrar: toda la metaliteratura está ahí contra tanta postmodernidad novedosa.

La novela será una revolución de la subjetividad, gracias a otra tecnología que había nacido poco tiempo antes, la imprenta, acabará con las monarquías absolutas mucho tiempo después. Un detalle que es una advertencia para la política actual, la época red la transformará radicalmente: quiera o no quiera.

La culpa y el remordimiento tiene un  nombre: Raskólnikov. Si alguien quiere leer psicología, como nos avisaba el solitario Nietzsche, que lea a Dostoievski.

El juego, nadie ha descrito esa pasión destructiva y gozosa como él: sabía de lo que hablaba. Nadie ha bajado al subsuelo como el genial ruso: toda la literatura contemporánea bebe de esa fuente.

¿Por qué? Porque nos demostró que aquello que más tememos, es aquello que somos a pesar nuestro. Kafka y Camus lo sabían. Nos demostró que la contradicción aunque no sea lógicamente válida, es humana, demasiada humana. Otra vez Nietzsche y el tiempo: el instante es la única eternidad que conozco.

El siglo XX acabará con ese mundo heredado: ese tiempo predecible va a romperse en muchos frentes. Einstein y su teoría de la relatividad. Proust y su fenomenología del tiempo narrada.

O la mecánica cuántica que nos familiarizó con la incertidumbre y nos alumbró un mundo donde el determinismo ya no es posible. Ese siglo donde dos guerras mundiales tienen origen europeo, donde Auschwitz representa lo que podemos llegar a ser.

A pesar de Adorno, tenemos que seguir, pero hemos de aprender lo esencial: el sufrimiento puede llegar a ser consecuencia de una civilización racional. Adorno dirá más: es su consecuencia.

Vivimos en una sociedad del conocimiento donde lo anterior tiene un riesgo: no ser reconocido. Lo escribía hace tiempo: amamos las redes porque ya no tenemos certezas.

Somos una época postmetafísica, una época hiperconectada. La tecnología se ha invisibilizado y a veces ocupa espacios que hemos arrebatado a nuestra identidad: la soledad. No hay tecnofobia en lo que digo, hay tecnorrealismo: hay un tiempo donde ninguna tecnología debería asomar.

Somos protagonistas de una transición: un mundo interdisciplinar donde las ciencias o las letras, son una falsa dicotomía. La Red implica una transformación radical de todo el ámbito humano: incluidos nuestros conceptos de espacio y tiempo. Pero tengamos tiempo para leer a Pessoa: solitario, me rodean multitudes.

No hacerlo, no valorarlo, es una nueva forma de barbarie, aunque se llame digital. Una nueva síntesis está por construir, es nuestra tarea: una nueva paideia.

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