Una democracia fragmentada

/

Quisiera justificar esta expresión: una democracia fragmentada. Cada tiempo histórico se enfrenta a unos problemas, conflictos y dilemas que constituyen su singularidad. En medio de la mayor crisis económica desde la Gran Depresión de 1929, su fuerza ha desnudado otras crisis que han alimentado la anterior: una crisis política, social y cultural.

Ese realismo pluralista que defiendo en este rincón, tiene consecuencias que superan la matriz educativa. Ésta es una parte de un todo: la sociedad donde se retroalimenta y a la que condiciona continuamente. Parafraseando a Ortega y Gassett, el tema de nuestro tiempo es reconstruir una democracia fragmentada.

Pero debemos comprender el contexto histórico desde el que se inicia esa acción, es parte del mismo movimiento que hay que recorrer.

Una democracia fragmentada necesita establecer unos nuevos presupuestos políticos. Hay una serie de problemas estructurales que deben solucionarse desde esa ley de leyes que es una Constitución: un cambio que llegue desde ese nuevo consenso que estamos indicando.

Enuncio algunos: separación real del poder ejecutivo, legislativo y judicial; nueva ley electoral; una nueva organización territorial del Estado que de solución a este problema cronificado en nuestra historia; nueva ley de partidos donde se limite la actual partitocracia. Hay más, pero los anteriores son inevitables.

Una diferencia importante con la Transición que alumbró esta joven democracia: ese cambio constitucional debe evitar dejar abiertos aquellos problemas que, dadas las circunstancias históricas, el proceso constituyente no resolvió, queriendo alejar fantasmas históricos.

No hacerlo, agravará los problemas, y dejará la posibilidad de escenarios que debemos evitar. De ahí la necesidad de una sociedad civil activa y alerta: más allá de posiciones partidistas, lo que necesitamos es una reclamación de aquellos presupuestos políticos que reconstruyan esta democracia fragmentada. Es mucho más que una crisis económica, es una crisis de fundamentos.

Una democracia fragmentada necesita ser reconstruida por una mayoría social y política, protagonista de un nuevo consenso. Hay dos posibles direcciones del cambio: arriba/abajo, abajo/arriba. Las mismas élites que son responsables no pueden ser las que decidan qué y cómo debe ser ese cambio.

Hay un conjunto de ciudadanos, organizaciones, grupos, y redes que deben ampliar y concretar su influencia. Hay debates que están esperando, empecemos. Lo escribí, y sigue presente en todo lo que pienso: dialogar es un infinitivo interminable. O la sociedad se hace protagonista de lo que quiere, o será un actor pasivo que le indiquen lo que ha de hacer. Kant lo podría formular así: mayoría o minoría de edad para pensar y actuar.

Un peligro de esta reforma es que una ciudadanía conformista y pasiva, espere que esos cambios lleguen y aceptarlos acríticamente. Sé que hay inquietudes, dudas, resistencias en nuestra situación actual. Hay dolor y, muchas veces, desesperación. Reconstruir es un verbo lleno de matices, ojalá lo comprendamos a tiempo.

Hay una acumulación, latente, de indignación e ira. Pero debe ser un impulso, no el final de nuestra acción individual y social. Un ejemplo: un país donde dignidad sea algo más que una palabra, debe asegurar un mínimo común de urgencia para las necesidades básicas de aquellos que lo necesitan.

Si tuvimos que socializar las pérdidas de un sistema financiero corrupto, cómplice de unas élites políticas, también lo merecen aquellos que no tuvieron el poder de las grandes decisiones. No hay populismo en lo que digo, se llama sentido común.

Una democracia fragmentada necesita un cambio sociocultural que inicie, desarrolle y justifique todo lo anterior. Dos obstáculos para concretar lo que enuncio. Hay dos creencias y prácticas admitidas que deben ser señaladas y, en consecuencia, erradicadas.

La primera se llama endogamia, ese estado por el que los actores, procesos y estructuras de nuestro sistema, son cómplices de una mediocridad que no valora el trabajo y el talento, negando cualquier posibilidad de meritocracia, justificando una posición de poder, sea individual o social. Ya avisaba Bauman de esta deriva: la crisis en estos tiempos líquidos puede destruir aquello que es una condición de futuro.

La segunda se llama cainismo, ese estado cómplice por el que los actores, procesos y estructuras de nuestro sistema, perpetúan una intolerancia, una resistencia al verdadero diálogo, que imposibilita un mínimo cooperativismo que solucione nuestros problemas estructurales.

No puede ser que A. Machado, qué vigente aún, siga teniendo razón: una sociedad cainita demuestra una envidia y cortoplacismo que limita su desarrollo en cualquier ámbito. Endogamia y cainismo: cada uno puede poner nombre a lo que digo, ocurre en el ámbito público y privado.

Finalmente, nuestro contexto histórico lo podría resumir en tres retos que están interrelacionados. Un primer reto es comprender que vivimos en un mundo globalizado que abordamos en el proyecto europeo, esclarecer qué Europa queremos construir es parte de ese cambio, España debería ser una voz activa en ese debate, y aquí volvemos a un problema de origen: o construimos una Europa de la ciudadanía, o padeceremos una Europa burócrata y lejana de las dinámicas sociales que le confieren sentido.

Un segundo reto es fortalecer la aventura iberoamericana, esa pasión hay que proyectarla en toda su pluralidad y riqueza: España debe comprender que Iberoamérica no es sólo un mercado, es algo más importante, un tejido social y cultural de afectos y encuentros, de errores y malentendidos, pero que nos entrelaza irremediablemente, ese territorio de la Mancha que acuñó Carlos Fuentes, es un territorio global a su vez.

Otro día desarrollaré esta idea. Un último reto, es la construcción progresiva de una sociedad del conocimiento: ese desafío donde nuestro modelo económico sea transformado, apostando por una ciencia e investigación que sea una valor diferencial, la innovación nunca llega por sí sola; por un sistema universitario que debe romper su endogamia y apueste por la calidad; por un sistema educativo que sea una política de Estado, un verdadero proyecto común; por un reconocimiento del sector cultural como sector estratégico:

cuánto talento ignorado, invitado a marcharse, esperando a ser reconocido y apoyado. La meritocracia no es negociable, debe ser impulsada en todas los ámbitos.

Lo que acabo de enunciar, es contradictorio de lo que existe y se está haciendo. No hay sociedad del conocimiento que sea espontánea, es consecuencia de una concienciación que comienza en cada ciudadano, se hace mayoría social, y termina impulsándose políticamente.

Es fruto de estructuras que direccionan esta idea: el conocimiento, el talento, son el valor diferencial de un país. Si esas no son nuestras prioridades, tampoco podremos echarlas de menos en el futuro. Hay verdades dolorosas, pero que debemos afrontar.

No creo en el destino, es un determinismo explícito o solapado que nada ayuda. No creo en la inercia de los mecanismos, cuando estos están viciados y perpetúan una mediocridad que ahoga cualquier iniciativa de talento, individual o social. No creo en el pesimismo, ese lujo para que permanezca lo que existe. En medio de esta crisis compleja, una autocrítica radical es necesaria. Hay un derrumbe y corrupción moral que está en nosotros.

No especulemos más. Ninguna democracia se fragmenta sin la complicidad de una mayoría social. Esa autocrítica es el inicio de ese mínimo común que construya ese consenso. Sólo desde ella, podemos avanzar en reconstruir críticamente nuestra democracia fragmentada. No podemos estar en la cultura de la queja y la acusación continua: es un círculo vicioso que empeora nuestro presente y futuro.

Hay muchos sofistas que tienen una solución fácil, es una tentación frente a tanta complejidad. Pero quiero pensar que somos capaces de articular un reformismo inteligente, una tercera vía que el bipartidismo sea capaz de escuchar, y que le obligue a un cambio en su estructura y dinámica. Hay un pluralismo político y social que debe estar en ese nuevo consenso.

Ojalá no caigamos en el bipartidismo mental: ese es el camino que nos ha llevado, junto a otros factores, a esta democracia fragmentada. Repito: democracia. Crecí y me eduqué en ella, no pienso dejarla abandonada. Mis padres sufrieron una dictadura, obligados a emigrar de todo lo que querían.

Sí, como tantos otros. Volvieron, ya no eran los mismos. Nunca escuché palabras de reproche, de odio, de ira, sólo trabajaron con la generosidad de ofrecerme unos estudios que ellos no tuvieron. Nunca me pidieron nada a cambio, sólo aprovéchalo hijo. Les debo todo. Son esa generación del hambre que recuerdo en mis clases.

Nunca podrán leer estas palabras. Da igual, están conmigo siempre: me mostraron que la dignidad es una nobleza que se lleva en silencio. Hay muchas cosas de las que podemos estar orgullosos, si somos capaces de tener una perspectiva histórica. Nos merecemos una democracia mejor. Tú, yo, nosotros.

¡Haz clic para puntuar esta entrada!
(Votos: 0 Promedio: 0)