¿QUÉ TELEVISIÓN QUEREMOS?

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En Reino Unido, la BBC se financia en un 80% a través de un canon por el que los ciudadanos británicos pagan unos 180 euros anuales. Es decir, los británicos pagan por una televisión pública de calidad. ¿Qué ocurriría si esta propuesta se hiciera en España?

Pero NO, aquí tenemos una televisión (pública y privada) en la que se prioriza el contenido basura.

Hagamos un pequeño trayecto para entender este escenario.

Contemplamos, tal y como hemos indicado en televisión comercial, versus televisión basura, el paso del modelo tradicional (analógico, uniplataforma) al multimedia. Televisión globalizada, uniformada y clonada culturalmente en sus formatos y contenidos. En una praxis económica en la que los programas de telerrealidad cosechan éxitos en cadena. Las productoras amplían mercado, estiran el tirón del programa para promocionar productos o espacios de compra.

La multimedialidad (concebida como estrategia multicanal) es la táctica más empleada por la telerrealidad. Una oferta centrada en las diversas modalidades de relato del programa, que ocupan más espacios televisivos para llegar a más audiencia. Se exprimen varias cadenas, incluso las minoritarias, y cada una emite el programa o un fragmento diferente.

Las cadenas se retroalimentan en un menú uniforme y estandarizado:

Cadena oficial que emite galas y contenido impactante.

Conexiones de apoyo a otros espacios, bien de crónica rosa o matinales, en los que loas participantes cuentan su experiencia. Una mezcla de intimidad a voces en formato celebrity.

Cadenas minoritarias, con pruebas semanales del reality o ensyo de los talen-show.

Canales 24 horas, al galope del voyeurismo.

Emisión en streaming (online).

Esta mecánica y dinámica comercial que es convergente, la denominamos “agenda clonada”. Enfatiza el producto (programa) y entroniza la función comercial de la comunicación desde un estratégico combinado de sinergias: feedback para la promoción, el programa se convierte en noticia dentro de otros medios. Se implantan parásitos omnipresentes que repueblan todos los espacios mediáticos (en las escaletas de televisiones y radios, de tertulias y debates…). Intereses conectados, el producto potencia otro producto y a la inversa.

De todas las cadenas, Telecinco se ha erigido en el paradigma de la telerrealidad, como recoge en una entrevista El País, al director de contenidos de Mediaset Manuel Villanueva que no duda en enorgullecerse: “creo que Mediaset es un referente, en especial desde el impacto de Gran hermano en la primavera de 2000, que cayó como un meteorito. Cambió el paisaje audiovisual español y cambió los modos televisivos, porque hasta entonces todo estaba tranquilo y situado”.

¿Esta es la televisión que queremos?

¿La dictadura de audímetro

es el canon de calidad que buscamos?

Sí, es posible una televisión de calidad, que además informe, eduque y entretenga. En el monográfico de la Revista Comunicar ofrecemos diferentes argumentos que respaldan esta afirmación. Pero afirmar que otra televisión es posible, que esta NO es la televisión que queremos, obliga a describir un escenario.

Que evite los alarmismos porque entiende que las pantallas en general y la televisión en particular han cambiado nuestra convivencia, percepción, costumbres y comunicación.

Que la cultura de nuestros hijos está filtrada por las pantallas, que su ética se construye desde y con nuestra presencia y diálogo.

Que las productoras y cadenas justifican su entusiasmo con los números de audiencia, abogando por la libertad de expresión, por los interesantes laboratorios sociales que estos programan significan, por la modernidad y el progresismo que destilan.

Que esta masiva y homogénea parrilla de contenidos, es el resultado de la retroalimentación interna de medios y la ordinaria contraprogramación, que ofrece un único discurso unidireccional a la audiencia.

Lo ha dicho muy claro Cubells (2003), “desde los despachos, la audiencia es tratada como masa y no como ciudadanos”. No hay otra cosa para ver, porque todo es lo mismo.

¿QUÉ HACER?

Convergencia familiar y social, escolar y mediática. Un alfabetismo general. Que los padres desorientados, tengan apoyo. Que la escuela disponga de espacios para el diálogo y la reflexión de lo que hacen y consumen sus estudiantes en su ocio. Que los medios colaboren en políticas de comunicación para una ciudadanía crítica y responsable. La tele está en las redes y a la inversa, y los padres todavía están más perdidos con las redes sociales. Una guía  puede ser una ayuda.

Planificar una dieta mediática sana y saludable. Para el cuerpo, para la mente y para el espíritu. Al unísono. Fomentar el entretenimiento blanco (programas que diviertan y deleiten), sin que los contenidos vulneren los derechos de sus espectadores, o promueven la incultura, o empujen al desprecio.

Aprovechar las nuevas tecnologías. Llegó la TDT, y la sociedad está sobreinformada, pero ejercita el “telemando” con la misma rutina y destino que antes. Aprovechar la diversificación de canales para ofrecer información, cultura, entretenimiento a la carta.

Garantizar servicios mediáticos independientes, más allá del poder económico o político.

Establecer Consejos Audiovisuales (todavía falta el estatal, que lo tienen la mayoría de los países europeos), que observen, investiguen, legislen y sancionen si es necesario, desde la ética y sin servilismos políticos o económicos.

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