¿Por qué se critica una cultura de la evaluación?

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Como hemos desarrollado en nuestra línea de contenido, el debate que se avecina no es cultura de la evaluación sí o no en el sistema educativo. Esa dicotomía está superada en cualquier sistema de calidad en una sociedad del conocimiento: el debate  será qué cultura de la evaluación elegimos o adoptamos. Cualquier objeción o crítica para que no se extienda una cultura evaluativa, define a quien la enuncia: una forma directa o indirecta de seguir haciendo lo mismo, más allá de cualquier resultado cuantitativo o cualitativo.

Lo que resulta más interesante son los argumentos que se expresan para que esa cultura de la evaluación no se desarrolle. Vamos a debatir con dos argumentaciones que se han dado respecto a lo anterior, el objetivo es conseguir claridad y orden en todo el debate apasionado que está produciéndose en la actualidad. Claridad para ver si son pertinentes esos argumentos, orden para comprender la secuencia de los mismos. Una sospecha que siempre tenemos es la confusión y el caos de las posiciones argumentadas, en un problema tan cronificado como es el debate educativo. Las opciones ideológicas, siempre legítimas, no pueden ser una coartada para que nada cambie, para negar la mediocridad donde nos hallamos.

Primer argumento: se critica la cultura de la evaluación por ser una medida fiscalizadora y de control. Evaluar es, entre otras cosas, saber los puntos fuertes y los puntos débiles de todos los actores de la matriz educativa: centros, profesores, alumnos y administraciones. Quien enuncia esos verbos supuestamente peyorativos, fiscalizar y controlar, no comprende o no quiere comprender algo obvio: cualquier sistema público debe estar evaluado interna y externamente. ¿Por qué? Porque es público o, dicho de otra forma, sus resultados educativos, sociales y económicos, nos incumben a toda la sociedad. Evaluar para mejorar, evaluar para ser conscientes de aquello que estamos haciendo bien y dónde debemos cambiar. Evaluar es algo más complejo que fiscalizar y controlar.

Segundo argumento: se critica la cultura de la evaluación por las consecuencias aparentemente discriminatorias que podría tener. Si una evaluación no tiene consecuencias, no tiene sentido. ¿Por qué? Porque no es lo mismo una igualdad legal, la condición de funcionarios, que la igualdad de mérito, las buenas prácticas y resultados cuantitativos y cualitativos de nuestra profesión. Recompensar a los buenos profesionales, no puede ser sospechoso. Al revés: no hacerlo, debería ser lo llamativo. La capacidad de mejora de cualquier sistema, un individuo o institución, está en su nivel de autocrítica y respuesta a la dinámica compleja en que se haya. Quien tiene miedo o no quiere evaluarse, está declarando implícitamente el trabajo que hace.

Todo lo anterior tiene un objetivo en nuestra línea de reflexión: mejorar el sistema educativo en nuestro país. Sabemos de la difícil situación política, económica y social que estamos atravesando. Saldremos de ella con trabajo bien hecho, una forma sencilla de decir excelencia o mérito. En lenguaje económico: productividad. Saldremos de ella con la responsabilidad individual que cada uno tiene: nadie mejorará por nosotros. En lenguaje moral: responsabilidad. La otra opción es seguir con la inercia decadente de nuestro sistema educativo, la opción más fácil: que todo siga igual.

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