En este artículo quiero romper una lanza a favor del uso de biografías en las clases de Historia. En la educación obligatoria.
La Historia parecería una asignatura agradable por ser más narrativa que otras. Sin embargo, se le solía aplicar una narrativa muy escueta y académica y, aunque en primaria y más tarde en la ESO se ha suavizado y modernizado; posiblemente, no haya desaparecido del todo el problema con que me encontré al inicio de mi carrera. Me explico.
El profesor de Historia suele venir con sus prejuicios cientifistas a intentar dar “dignidad académica” a su asignatura. Los niños no tienen la culpa de tanta dignidad, pero ahí están. Al poco, advertí una contradicción dolorosa: “¿Cómo demonios pueden comprender asuntos concernientes a instituciones y a motivaciones adultas personas sin apenas relación alguna con instituciones adultas?” Debo aclarar que en algún momento, tanto los libros de texto como los profesores explicábamos incluso abstracciones como “modos de producción” y lindezas semejantes a alumnos de catorce años a los que esas cosas pillaban muy lejos. Creo que en eso hemos mejorado.
La Historia parecería una asignatura agradable
por ser más narrativa que otras
El hecho es que la historia de la humanidad contiene abstracciones y multitudes que es difícil incorporar a la reflexión natural de personas inexpertas. Y en eso, creo que la biografía ayuda. Confieso que leer biografías me ha permitido comprender mejor procesos que a los adultos también nos resultan ajenos y lejanos. Hay ahí un cuerpo concreto con antecedentes y preocupaciones concretas, con objetivos, con éxitos y fracasos y con lecciones que deducir.
El personaje tiene su circunstancia. A partir de uno solo puede reconstruirse un mundo, por extraño que sea, que incide en un ser que los jóvenes ya pueden reconocer y reconocerse (o no) en él. Mi experiencia me dice que una de las cosas que más gusta a los jóvenes es conocer gente. Arropados por el grupo, se acercan a tipos raros de los que huirían en soledad y dan rienda suelta a su curiosidad. El personaje, en su ambiente, se viste de una manera, usa objetos y tiene deseos que pueden llegar a comprenderse y criticarse. Se mueve en un marco que puede maravillar por su exotismo temporal. Los temperamentos son universales e intemporales y ahí se pueden enganchar los jóvenes para llegar a costumbres, actitudes y actuaciones que no lo son tanto. El personaje puede despertar curiosidad en los jóvenes. El “período histórico”, no tanto.
Los niños no tienen la culpa de tanta dignidad,
pero ahí están
Ya hay pequeñas biografías de personajes históricos para jóvenes, pero pocas para mi gusto. Yo animaría a los editores a no dejar personaje históricamente interesante (no solo reyes y artistas o científicos) sin biografía para niños y sobretodo para jóvenes. Y a los profesores a leerlas y usarlas.
Huyamos de las “vidas ejemplares”, pero…
¿No era la Historia, al fin y al cabo,
maestra de vida?
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