EDUCACIÓN, CIERRE SOCIAL Y NUEVAS POLÍTICAS DE ACCESO AL CONOCIMIENTO-Parte 2

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LA INCLUSIÓN DEL TERCIO INFERIOR

En la modernidad industrial, ponerse a trabajar desde los 14 años sin haber completado los estudios básicos era una norma predominante para las generaciones que superan los 40 años, especialmente en fases de industrialización y desarrollo tardíos como España. La que ahora llamamos abandono y fracaso escolar era absorbido por el mercado laboral, insertando a los jóvenes de las mayoritarias clases populares en la cultura obrera del trabajo siguiendo el modelo familiar, asegurándose un empleo estable y accediendo alas derechos de ciudadana. El mercado de trabajo absorba sin problema una mano de obra que aprenda su oficio en la práctica, tanto en la gran empresa industrial como en sectores típicos de primera inserción (construcción, hostelera, comercio, transportes y pequeña industria), siendo factible promocionarse desde empleos manuales a empleos de cuello blanco y a puestos intermedios, dadas las amplias y abiertas oportunidades de movilidad social que of red a el desarrollismo industrial.

Todavía ahora, tras amplias expulsiones de trabajadores de edad a 10 largo de los años 80 y 90, uno de cada cuatro de los empleados españoles (un 25%) han conocido el ascenso social partiendo tan sólo de estudios básicos, mayormente incompletos.

Han pasado a ser grandes a pequeños propietarios y a ocupar empleos profesionales intermedios, cualificándose a sí mismos y sin conocer barreras para su bajo nivel formativo de partida.

Este canal específico de ascenso social des de la no cualificación y el autodidactismo, ahora está cerrado para las nuevas generaciones. La ausencia de estudios básicos o unos estudios discretos no sólo no permiten la movilidad ascendente, sino todo lo contrario: en la sociedad del conocimiento señalan en negativo a los que formaran parte del llamado futuro «límite inferior».

Las políticas educativas y de formación se enfrentan, en consecuencia, ante un nuevo punto y aparte. Desde la post-crisis de 1994, se ha ido asentando un desafío social dualizador cuyas bases se remontan a la desregulación de los mercados de trabajo iniciada a mitad de los ochenta. El nuevo capitalismo informacional, arropado ideológicamente por la ofensiva neoliberal, encumbra la nueva hegemonía de las clases medias profesionales, muy individualizadas e insolidarias.

Estos sectores, «centrales» y estratégicos en la orientación política del cambio social, defienden la remercantilización del Estado del Bienestar y la conversión de los beneficios sociales y de las políticas públicas en incentivos y mecanismos privatizados.

A su vez, el cambio tecnológico y el de los sistemas de organización de la producción acaban por dividir en dos grandes mitades a la antaño unificada clase obrera de base industrial, promoviendo la recualificación de ciertas fracciones trabajadoras (en industrias de proceso) y la reproletarización simultánea del resto, que pasa a soportar una mayor inseguridad e inferioridad de derechos:

a) bien sea como «nuevos» autónomos dependientes,

b) o como asalariados en malos empleos de servicios o en pequeñas empresas subcontratadas,

c) o padeciendo un largo des empleo de exclusión, en el peor extremo.

Este nuevo diseño se aproxima cada vez más al perfil de sociedad dual integral, donde la relegación del tercio inferior queda legitimada y naturalizada, traspasando la vulnerabilidad más extrema a colectivos socialmente definidos como descualificados o de baja cualificación. La edad, el genera, la extranjera o el abandono escolar temprano son factores de exclusión cuando señalan carencia de oficio estructurado, ausencia de cualificación y débil formación de base, quedando atrapados estos colectivos en la economía informal o en los peldaños más bajos de una pirámide laboral ya dualizada, aceptando trabajos y salarios «no soportables» para el resto de la ciudadanía.

Ante esta dinámica estructural, la inclusión del tercio inferior representa una de las mayores preocupaciones de las políticas europeas al cuestionar su modelo tradicional de cohesión social y al endurecerse las oportunidades de ascenso social hacia el núcleo integrado de la «corriente principal». Por primera vez, el modelo europeo de cohesión social no puede prometer una movilidad social abierta, siendo sensible y atento a la conflictividad y el antagonismo latente que pueda emerger de los sectores excluidos.

Una vez endurecidas las fronteras entre clases sociales y una vez relegado el tercio inferior por la presión dualizadora del mercado de trabajo, toda promesa de movilidad social solo depende de los resultados individuales en la educación y en la formación, ante un sistema de empleo muy cerrado y selectivo. De este modo, la economía del conocimiento, consolidada desde la post-crisis de 1994, reclasifica a los jóvenes que hoy no tienen más titulación que la obligatoria como la parte futura más frágil y vulnerable de la ciudadanía, junto a aquellas mujeres, inmigrantes y trabajadores de edad que comparten un mismo estatuto de baja cualificación, de precariedad laboral y de indefensión social.

Superar la irreversibilidad crónica de la baja cualificación y aliviar el determinismo estructural de sus efectos sociales representan dos importantes desafíos para que las políticas educativas y de acceso al conocimiento resulten verdaderamente democráticas, inclusivas y creíbles.

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