Los paradigmas teóricos proporcionan distintos enfoques para explicar, pensar y observar la sociedad, siendo característico de la Sociología su pluralismo teórico y el continuo debate y controversia entre los paradigmas existentes en cada coyuntura histórica. Cada uno de ellos pone su énfasis en aspectos distintos y pueden perdurar a lo largo del tiempo o actualizarse proporcionando nuevos desarrollos, o bien pueden perder su capacidad explicativa y agotarse al ser superados por nuevos desarrollos teóricos.
En este apartado presentamos las tres grandes “escuelas” teóricas en Sociología que se corresponden con el trabajo precursor y ya clásico de Durkhéim (1858-1917), Marx (1818-1883) y Weber (1864-1920). Durkhéim es el padre fundador del paradigma o enfoque funcionalista. Marx del paradigma marxista y del conflicto y Weber del paradigma comprensivo e interaccionista. Cada uno de estos tres grandes paradigmas tradicionales se ha ido ramificando con el paso del tiempo, actualizándose para dar cuenta de nuevas problemáticas y objetos de estudio.
La herencia de Durkhéim: sociedad y función
La teoría funcionalista, basada en la interdependencia y la complementariedad de todos los elementos de una sociedad como condición necesaria del equilibrio social, se inspiró en Durkheim (1858-1917). Para este paradigma la sociedad es un sistema complejo de estructuras e instituciones que mantienen una fuerte interdependencia funcional: todos sus subsistemas e instituciones encajan y se complementan entre sí. Desde este paradigma se entiende la sociedad como un sistema que tiende al equilibrio, a la estabilidad y la continuidad del orden social.
Durkheim intentó explicar los cambios que estaban transformando la sociedad en términos del desarrollo de la división del trabajo, como parte del fenómeno de la industrialización, y cómo la creciente división del trabajo estaba desplazando a la religión como núcleo central de la cohesión social. Durkhéim explicaba el orden social en las sociedades industriales como consecuencia de la función integradora de determinadas instituciones como la religión, la educación o la división del trabajo. En el plano metodológico utilizaba la explicación funcional, expresando que un hecho social no queda suficientemente explicado hasta que no se sabe qué función cumple para la sociedad.
Durkheim describió el concepto de anomia como un contexto de desorden y ausencia de reglas y normas compartidas que suele originarse en procesos bruscos de cambio estructural (paso de la sociedad agraria a la sociedad industrial o de la sociedad industrial a la sociedad del conocimiento, por ejemplo). Las escalas de valores y los imaginarios morales, proporcionados en gran medida por la religión en las sociedades agrarias, son prácticamente destruidos por el desarrollo social de la modernidad industrial. A su vez, los valores, reglas y pautas culturales y demográficas de la modernidad industrial van siendo sustituidos por nuevos valores y pautas de la modernidad “líquida” (Bauman, 2002) que caracteriza las actuales sociedades post-industriales y de la información.
Todo cambio estructural comporta procesos de anomia, ausencia de reglas y normatividad, hibridación entre viejos y nuevos valores y una acusada individualización de reglas y pautas que dejan de ser colectivas. Durkhéim es considerado el referente intelectual de la escuela funcionalista de sociología que se hizo hegemónica durante los años 50 y 60 del pasado siglo. Los autores funcionalistas con Talcott Parsons (1902- 1979) a la cabeza, desarrollan y amparan la tesis del industrialismo en su afán por descapitalizar a Marx y sus predicciones sobre la sociedad capitalista. La industrialización supone un gran desarrollo de la división del trabajo y de la estratificación ocupacional, separando radicalmente el trabajo productivo y la familia. Induce una mayor dificultad para que las posiciones sociales se hereden y traspasen entre padres e hijos y reafirma los valores universalistas antes que los particularistas. La educación y el reclutamiento al empleo se rigen por la eficiencia y la adquisición y mucho menos por la adscripción social.
Las instituciones educativas pasarán a centralizar una resocialización universalista que borra las diferencias sociales debidas al origen social, gracias a dos grandes funciones que pasan a desempeñar: “el aprendizaje cognitivo puramente cognitivo, consistente en la asimilación de información, destrezas varias y sistemas de referencia”. En segundo lugar, inculcar “un segundo aspecto básico que puede calificarse a grandes rasgos de “moral”: lo que la educación escolar de antaño se conocía como “comportamiento” o “conducta”.
En su famoso artículo «El aula como sistema social» Parsons estudia la escuela en su doble faceta de agencia de socialización y de selección de los futuros recursos humanos. En el aula todos los alumnos empiezan desde el mismo punto de partida. Cuando acceden a la escuela todos los alumnos son tratados y evaluados del mismo modo bajo un curriculum común que no establece diferencias ni discrimina a nadie. Son los diferentes rendimientos y motivaciones individuales los que van estableciendo el logro diferencial y la selección escolar por méritos, que la escuela sanciona de una forma neutra, objetiva y científica.
Para Parsons todo el proceso educativo funciona según cuatro pautas regulares y universales:
- Indiferenciación de los niños ante el maestro y ante la escuela, tratándolos por igual. La escuela es neutra, objetiva y no discriminatoria, facilitando igualdad de oportunidades para todos sin importar el origen social.
- Facilita la emancipación emocional de los valores particularistas familiares, inculcando valores y pautas universalistas.
- Inculcación de la rutina laboral, la competencia inter-individual y el respeto a la autoridad adulta.
- La sujeción a ser evaluados y a interiorizar la jerarquía de rendimientos y conductas como jerarquía legítima de diferenciación en las recompensas inter individaules.
En suma, el aprendizaje de las relaciones formales, impersonales y burocráticas se adquieren en la escuela y no en la familia, adquiriendo así los valores universalistas imprescindibles para el buen orden del funcionamiento social y la correcta inserción en la vida adulta.