1.1.1. Explicar que hay de general en lo particular: cómo la sociedad nos influye y condiciona
Durkhéim demostró que un comportamiento individual no es el resultado tan sólo de las acciones o decisiones individuales sino que está condicionado o determinado socialmente. La sociología desvela a las personas y agentes sociales las determinaciones sociales de sus comportamientos, representaciones y discursos y a su vez, examina los mecanismos de poder, desigualdad y dominación que estructuran toda sociedad. Aquello que pensamos, sentimos y hacemos depende en gran medida del contexto social, cultural e institucional en el que nos socializamos y desarrollamos nuestras vidas.
Anthony Giddens (1991: 39) afirma que “aprender sociología significa distanciarse de nuestras interpretaciones personales del mundo para mirar a las influencias sociales que conforman nuestras vidas. La sociología no niega ni disminuye la realidad de la experiencia individual.
Ahora bien, con ella obtenemos una conciencia más rica de nuestras propias características individuales y de las de los demás, desarrollando la sensibilidad hacia el universo más amplio de la actividad social que nos envuelve”. Esa sensibilidad o perspectiva es lo que llamamos “conciencia sociológica”, esto es la capacidad de objetivar y producir un autoconocimiento crítico de nuestras instituciones y nuestras sociedades.
La “conciencia sociológica” sólo ha sido desarrollada por aquellas sociedades finalmente secularizadas imponiéndose al obscurantismo y al dogmatismo religioso. Por este motivo, no todas las sociedades o culturas han sido, históricamente, capaces de generar por sí mismas dicha conciencia, revelándose así la sociología como hija de la modernidad ilustrada, tal y como nos recuerdan Giner y Pérez-Yruela (1996: 14).
Buena parte del esfuerzo de la sociología ha contribuido a explicar los determinismos estructurales que afectan a la sociedad y a nuestras vidas, condicionándolas y demarcándolas. Existe un esquema o diseño social previo a nosotros que «estructura» nuestro «contexto social» y éste a su vez nos “estructura” a nosotros, nos demarca límites, condicionantes y pautas que tenemos asumidas, al ser socializados por el contexto social.
A diferencia de los animales, tal y como afirmaba Durkhéim, los seres humanos no seguimos automáticamente nuestros instintos sino que seguimos patrones, normas y valores, es decir en gran medida estamos gobernados “desde fuera” por instituciones y convenciones sociales.
La sociedad en tanto que entramado socio-institucional está estructurada con fuertes pilares, fijaciones e interdependencias. Las instituciones sociales hacen referencia a la regulación mediante un sistema de normas de un aspecto básico de toda sociedad. Para Parsons (1982), cada institución es una unidad de la estructura social pudiéndose distinguir tres grandes tipos de instituciones: relacionales, regulativas y culturales. Las relaciones constituyen pautas para las relaciones sociales, las regulativas pautan el juego de intereses sociales y las instituciones culturales marcan las pautas de orientación cultural.
Las instituciones dan origen, respectivamente, a la familia, la educación, la economía, la religión y la política. Cada una de estas instituciones posee unas pautas y códigos de conducta y unos símbolos que la identifican. Además, a cada una de estas instituciones básicas de la sociedad le corresponden diferentes organizaciones o asociaciones que las desarrollan en la práctica, organizando a los individuos en torno a una serie de posiciones (status) y actuaciones (roles) aceptadas socialmente y orientadas a la consecución de sus fines.
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