ORATORIA Y LOCUCIÓN PROFESIONAL AUDIOVISUAL-3

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Capítulo III

Personalidad sonora: el timbre de voz

Quizá, usted, es de los que opina como muchas personas que, en multitud de ocasiones y antes de realizar un curso de oratoria y de locución, he escuchado quejarse y lamentarse sobre su propia voz pronunciando apesadumbrados alguna de las siguientes afirmaciones:

«Es que mi voz no me gusta», «es que yo tengo voz de pito», «seguro que mi voz no vale para la locución», «es que las voces bonitas son las más graves», y un largo etcétera de pensamientos negativos sobre sus timbres de voz que, en todos los casos, sin excepción alguna, le garantizo que NO se corresponden con la realidad.

Y me atrevo a afirmarlo sin conocerle,

sin saber cuál es siquiera su color de voz

Su timbre, su matrícula sonora. Se estará preguntando que cómo me atrevo a estar tan convencido de ello. Sencillo, aplicando el sentido común y la lógica; si usted, con su timbre de voz, en el desarrollo cotidiano de su actividad personal, social y profesional, es capaz de transmitir con credibilidad diferentes sentimientos humanos; entonces, significa que su voz –conociendo y activando las técnicas adecuadas– también es totalmente válida para locutar, para hablar en público, para proyectar sensaciones, emociones e ideas en otras situaciones distintas, ¡no lo dude ni lo más mínimo!

Al hablar, al comparecer en público, al presentarse frente a los medios de comunicación ¿cuál es el verdadero propósito?, pues no es otro que el de conseguir que sus mensajes sean creíbles, transmitiendo naturalidad, proyectando sus ideas de tal manera que penetren en el receptor.

Dicho de otra forma, que lo que ya realiza usted en su vida privada cuando habla sin reparar en cómo lo hace, pueda imitarlo en las demás situaciones de intervención pública aplicando unos parámetros técnicos que emulen la realidad más natural para provocar credibilidad, e incluso sensación de improvisación, frente a sus interlocutores.

Los pensamientos negativos (…)

NO se corresponden con la realidad

Así que, si usted pertenece al grupo de personas con la autoestima de voz negativa, ¡bórrelo ya de su mente! La voz llega o no llega; convence o no convence; es creíble o no; gusta o no gusta. Con las voces nos ocurre como con los colores, con las caras de las personas, con los idiomas o con los modelos de los coches, es decir, que nuestras opiniones al respecto son absolutamente subjetivas, formadas desde criterios personales individuales ajenos a la objetividad inherente que posee la correcta aplicación de las técnicas que garantizan el fin de un determinado mensaje: comunicar adecuadamente con el receptor.

¡Defienda su timbre!, ¡mímelo!,

es su identificación sonora

Y una pieza básica para marcar una personalidad singular. Olvídese de si las voces son bonitas o feas, insisto, hay voces bien o mal configuradas técnicamente. El resto de opiniones, incluyendo la propia suya, no es objetiva al respecto.

Cuando usted se enfada o está feliz, cuando se sorprende o teme por algo, cuando está triste o enamorado, en todos los casos su timbre de voz le delata. ¡Y lo consigue con su voz! Eso es justo lo que debe transmitir al hablar, provocar los mismos efectos naturales de emoción y sentimiento que todos activamos a diario en nuestras vidas, o sea, los que su receptor ya conoce de primera mano.

Nos pasamos la vida hablando

Son muy numerosas las ocasiones –a lo largo de nuestra vida personal, académica y profesional– en las que tenemos que activar nuestra faceta de oradores y, por tanto, dirigirnos a un público expectante: en asambleas, coloquios, tertulias, portavocías, conferencias, discursos, ponencias, ruedas de prensa, presentaciones comerciales, consejos de administración, debates políticos, reuniones laborales, entrevistas, actividades de administraciones públicas, reportajes, entregas de premios, homenajes, celebraciones, fiestas, inauguraciones, clausuras, actividades formativas, espectáculos y un largo etcétera.

No permita que el canal comunicativo que vertebra la práctica totalidad de sus quehaceres cotidianos, que cohesiona su vida profesional y personal en su relación con amistades y familiares, suponga una carga y una frustración que le prive no solo de disfrutar en cada ocasión que se le presente para hablar en público –entrando en un estado de inseguridad, nerviosismo, negatividad y sensación de ridículo–, sino que pueda frenar su proyección profesional y su crecimiento personal como consecuencia de un bloqueo y de un temor a tener que comparecer públicamente con una indeseable impresión adicional de humillación. Pero si padece esa sensación, no se preocupe: En poco tiempo será, solamente, un desagradable recuerdo del pasado.

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