El miedo, es una emoción necesaria, que tiene una parte biológica y que nos ayuda a defendernos de los peligros reales de la vida. Ese miedo se activa en nosotros cuando reconocemos una amenaza, algo que puede atentar contra nuestra vida, nuestra integridad. Y nosotros podemos escapar, atacar o defendernos.
Además el miedo también se aprende. Desde que nacemos, vivimos experiencias que nos producen temor y en función de cómo vemos que los demás reaccionan, especialmente nuestros padres, comenzamos a relacionarnos con esta emoción. Si hemos vivido una infancia llena de miedos, con exceso de protección, o donde sentir el miedo ha sido un asunto ignorado, rechazado o prohibido, no tendremos una relación sana con él. Te suena eso de «los hombres no tienen miedo” “el miedo es de cobardes” “no tienes que sentir miedo” o “cuidado con eso” “te vas a equivocar y verás” “qué van a decir de ti…“ Y es utilizado como una gran arma de manipulación masiva. Gobernantes que se valen del miedo para controlar a la población, medios de comunicación que apelan a historias de terror para capturar audiencia, padres que generan miedo a los hijos para mantenerlos bajo control…
El miedo puede ser una emoción que bien gestionada puede ayudarnos a protegernos y darnos seguridad, el problema es que muchas veces, ni siquiera somos conscientes de que tenemos miedo. Como padres y madres, sentimos miedos que de manera inconsciente proyectamos en nuestros hijos e hijas. Miedos que ellos asumirán como propios. Así, adoptamos una actitud de sobreprotección hacia nuestros hijos e hijas, les hacemos sujetos pasivos de su vida. En definitiva les transmitimos este mensaje: la vida está llena de peligros, amenazas, riesgos, hay que ser el mejor para sobrevivir y yo estoy aquí para evitar que te pase nada. Y así, en este afán de mantenerles en una burbuja ( o al contrario, para prepararles mejor, les apuntamos a clases de chino, informática, inglés, futbol, piano…, cuanto antes mejor y en consecuencia dejándoles sin apenas tiempo para el juego, la curiosidad, el aburrimiento) nos convertimos en padres helicóptero, sobrevolando por encima de nuestros hijos, tengan la edad que tengan. En definitiva, no confiamos en ellos. Nuestros miedos, muchas veces aquellos a los que ni siquiera ponemos nombres, nublan uno de los recursos, mejor dicho, de las actitudes que como padres y madres más pueden ayudarnos a ser auténticos acompañantes de vida para nuestros hijos: La confianza.
Confiar en nuestros hijos e hijas, en sus capacidades, en que dentro, en su interior, tienen todo lo que necesitan para VIVIR con mayúsculas. Nosotros como padres y madres, podemos acompañarles a que descubran y desarrollen esas habilidades, confiando en ellos, animándoles a asumir retos posibles a su edad, haciéndoles ver que cada error cometido es un paso más hacia su meta y que siempre trae un aprendizaje que nos hace crecer y seguir hacia delante. Apoyándoles en la búsqueda de sus sueños, con determinación y perseverancia, acompañándoles a descubrir sus fortalezas para potenciarlas y sus debilidades para tenerlas en cuenta y trabajarlas.
La confianza hacia nuestros hijos trae consigo personas: responsables y proactivas, con una buena autoestima y capaces de crear todo aquello en lo que creen con el corazón. En definitiva, personas que se sienten protagonistas de su vida.
«La confianza es la autopista que conecta los sueños con la meta.»
Que nuestros hijos e hijas sientan que Confiamos en ellos, a la edad que sea (bebés, niños, adolescentes) es uno de los mayores regalos de vida que podemos darles. Son esas alas que necesitan para volar.
“Hay dos legados que debemos dar a nuestros hijos: uno es raíces y el otro alas.”
¿Cómo transmitir a nuestros hijos que confiamos en ellos?
Através de las palabras, con un lenguaje positivo, abierto, respetuoso (libre de juicios, etiquetas, evitando generalizaciones). El lenguaje crea realidades y si nosotros estamos diciendo a un niño, a un adolescente, que es un desastre, que no vale para eso, que nos está “quitando la vida”…eso es lo que él asumirá como cierto. Qué diferente es decir a un hijo que no nos ha gustado su comportamiento (algo que él recibe como posible de cambiar y que no afecta a quien él ES) que hablarle desde su ser: “eres un vago” “no vas a cambiar nunca” “eres patoso”. Y estas expresiones, como si de una profecía autocumplida se tratase, pasan a formar parte de lo más profundo del ser de nuestros hijos, en forma de creencias, miedos y serán algo así como el mapa que les ayudará a interpretar el territorio que es su vida.
Dice Stephen R. Covey en su libro «El 8º. Hábito» que si aprendemos a utilizar cuatro expresiones de forma sincera y consecuente, podremos llegar a conseguir confianza:
1
Una expresión: POR FAVOR
2
Una palabra: GRACIAS
3
Un verbo: TE QUIERO
4
Una pregunta: ¿CÓMO PUEDO AYUDAR?
Los gestos: miradas que invitan a conectar con el otro a través de la escucha abierta y sincera, gestos de serenidad, comprensión…el tono de voz, el contacto físico. Necesitan sentir ese vínculo afectivo seguro, de amor incondicional, sea cual sea nuestro su comportamiento en un momento determinado.
“La confianza es la distancia más corta entre dos personas” A. Rovira
La expresión y gestión de nuestras emociones: expresar admiración por el logro y el esfuerzo invertido en ello, el cariño incondicional y el respeto hacia su persona. Fomentar en ellos la inteligencia emocional: acompañándoles a reconocer sus emociones, ponerlas nombre, aceptarlas y gestionarlas de manera que les permita tener una relación sana y positiva con ellos mismos y con los demás. Esto les aportará seguridad y confianza, ya que serán personas competentes y capaces para vivir lo que les suceda en la vida con serenidad, consciencia y actitud positiva. Aprenderán a gestionar su rabia y sacar de ella la energía necesaria para hacer justicia, vivirán su miedo poniendo límites a las verdaderas amenazas, se mantendrán en la tristeza hasta que sientan que su duelo ha terminado y recobren las fuerzas y la ilusión para seguir adelante en la vida.
Actitud: Todo lo anterior quedaría en palabras, si no viene acompañado de actitud y hechos. Es a través de nuestras acciones, no haciendo por ellos aquellos que sí pueden hacer, dándoles espacio para que experimenten, para que prueben y se atrevan, para que cometa errores, aunque no nos resulte en ocasiones fácil como padres (y esto ocurre en todas las edades: dejándoles tirarse por el tobogán, sabiendo que puede caerse, con los deberes en el colegio, dejando que sean ellos los que se responsabilicen de sus tareas, aprendiendo a crear acuerdos con nuestros hijos adolescentes, lo que supone darles protagonismo y responsabilidad en sus horarios de llegada a casa, por ejemplo…) como realmente estamos transmitiéndoles que sí, que para nosotros, son de confianza.
“Trata a un hombre como lo que es y seguirá siendo lo que es. Trata a un hombre como lo que puede llegar a ser y se convertirá en lo que pueda llegar a ser” (W. Goether)
¿Podéis recordar ahora cómo os sentís cuando alguien te dice eso, confío en ti?
Y el primer paso para ello no es otro que trabajar en nuestra confianza. ¿Confiamos en nosotros, como personas, como padres y madres? No podemos acompañar a otro a confiar en él, si no reconocemos la confianza en nosotros mismos.
Recuperar nuestra confianza supone creer en nosotros como personas, como padres y madres. Todo lo que necesitamos para acompañar a nuestros hijos e hijas está dentro de nosotros, en nuestro interior. Cuanto mayor sea nuestra valentía para mirar hacia dentro, mayor será nuestra sensación de “poder”. Ese poder interior que en algún momento cedimos a otros y que ya es hora de recuperar. Es el poder que todos tenemos y que nos empuja a confiar y crear el mundo que queremos para nosotros y para nuestros hijos e hijas.
Y es que, cuando nos mostramos así ante ellos, les estamos dando el permiso de hacer lo mismo: confiar en ellos y así ver la vida desde la oportunidad, el reto posible, los sueños por cumplir, el aprendizaje que hace crecer, la libertad, la responsabilidad y el amor como fuente de creación.
El camino de la confianza es largo, se hace a través de los gestos repetidos, un goteo constante de acciones regulares, inspiradas por la conciencia y el corazón.
Todo un reto, que comienza con una mirada: la tuya, hacia dentro, hacia tu SER.
Los comentarios están cerrados.