NO ANIÑÉIS AL NIÑO

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La niñez no es un estado de la naturaleza, como lo pueda ser la humedad, la altura o el estado de larva. Posiblemente un maestro de orugas deberá tratar a sus «niños» como a orugas, absolutamente distintas de las mariposas. Pero los humanos no estamos en ésas. Un niño no es un estado pasajero del adulto que merezca un trato muy especial y muy diferenciado. Es un continuum.

Digo esto porque me parece que no hay una manera específica de tratar con los niños y otra con los adultos. En primer lugar porque no podríamos establecer el momento en que debemos pasar de un trato a otro. Y también lo digo porque me consta que no són sólo padres quienes se apuntan a sobreproteger, que hay maestros que también caen en esa trampa, la de sobrevalorar la fragilidad del niño.

Ser niño es tender a… El niño no va en dirección hacia el niño sino hacia el adulto. No hay un momento concreto en que deba pasarse de tratarlo como niño a tratarlo como adulto. El niño tiene tanta adultez como pueda. Él decide el ritmo, pero no hay que retenerlo, antes al contrario. Ponerle cohetes y vigilar que no se rompa la crisma, como el guardián entre el centeno.

AMARLES ES ESTIMULARLES

Por otra parte él sabe que somos adultos y tarde o temprano se dará cuenta de si estamos haciendo el ridículo. Y el ridículo se produce tanto si el adulto se finge niño como adolescente (también llamado «colegui») en el trato con el adolescente. Pero lo que puede producir un daño al niño es crearle un entorno sin exigencias, «dejar que fluya» y evitarle todos los riesgos.

No hay una manera específica de

tratar con los niños

El mundo no es así y se supone que educamos para enseñar a afrontar los retos que se le plantearán a un ser doblemente retado: la selva natural y la selva humana. Como El guardián entre el centeno sólo debemos evitar los riesgos mortales. Muchos profesores de primaria se quejan de la pereza que se permitió a los niños en el parvulario y que siguen arrastrando. Amarles es estimularles, no «dejar que fluyan».

Tal vez Piaget encorsetó los «estados de niñez» y la división en cursos por año de nacimiento nos acabó de confundir. Hoy parece que el marco en que la escuela rural ha trabajado siempre es el idóneo. Una comunidad de iguales con el maestro a la cabeza donde las diferencias de edad no son un problema sino una panoplia de personas con experiencias diversas que se aprovechan todas.

El maestro no puede estar cambiando de registro todo el rato. Es el mismo adulto con los de cinco años que con los de doce. Simplemente sabe a qué persona con qué experiencia se está dirigiendo en cada momento. Sin embargo, en nuestra escolaridad urbana graduada, el maestro de párvulos corre el peligro de encasillarse en un registro que puede acabar enquistándose, sea el de maravillador infantiloide y sobreprotector sea el de «colegui mu enrrollao».

SOCIEDAD DEFINITIVA

La nueva tendencia a los grupos amplios de edades diferentes, tal vez tres o cuatro tramos de edad, no exageremos, impida al profesor encasillarse y permita a los niños experimentar roles distintos, como ayudar o aconsejar a los menores, competir entre los de su edad y desear auparse, los pequeños, a la experiencia de los mayores (me parece que en eso consistía la «zona de desarrollo proximo» de Vigotsky).

También permite que los desempeños acelerados incumban sólo al propio interesado y a los que quieran emularlos, sin que queden frenados ni sienten plaza de «empollón» o «sabelotodo» ni provoquen desinterés en los que no avanzan tanto.

Vaya, una sociedad de juguete de iguales distintos donde el maestro o maestros simplemente representen a la sociedad definitiva de los adultos.

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