MOTIVACIÓN PARA LA RESPONSABILIDAD INFANTIL

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Interés, atención, autocontrol, esfuerzo, orgullo, crítica… Hay que encender ese proceso, mantenerlo y conseguir que funcione en adelante solo. Tiene unas condiciones que vienen de fuera del niño, de dentro y de la interacción de los dos ámbitos, según especulo.

 MOTIVACIÓN EXTERNA

Un maestro que acoge. El maestro representa al mundo en esos momentos en que el niño no está con sus padres o en la calle. Debe saber que su responsabilidad es tan grande como ésa. Un buen mundo no debe ni mimar ni olvidar, ni acceder a todos nuestros deseos ni ignorar todas nuestras necesidades.

Recientemente, Philippe Meirieu recordó que no hay que dar la palabra al primero que alza la mano porque probablemente será una pregunta irreflexiva. Pero, por otra parte, hay que saber lo que hace y lo que necesita o va a necesitar. No se trata de que cualquier pregunta encuentre respuesta inmediata en el maestro, sino de que cualquier pregunta posible pertenece a un mundo en que el maestro se mueve bien y nos podrá llevar a respuestas o a más y mejores preguntas. Tal vez si la actitud del maestro es siempre reflexiva.

Una vez me preguntaron ¿qué pasaría si la Tierra frenase en seco? Se puede intentar contestar o preguntarse si la Tierra es comparable con un coche y si la analogía tiene sentido. Ellos tienden a creer que han venido a un mundo en que todo es posible y la publicidad o la ficción parecen querer darles la razón.

Un maestro que motiva. Dijo Chesterton que un niño de cinco años se maravilla por el simple hecho de abrir una puerta para ver qué hay detrás, pero que un joven de catorce años necesita esperar que detrás salga un fantasma. Evidentemente, según se crece, la motivación es más difícil.

Por eso, los maestros que hayan crecido con un currículo tradicional que parece explicarlo todo como una enciclopedia no están preparados para esa árdua tarea. Más bien el maestro ha de concebir el mundo como un ser complejísimo en movimiento y con todos participando dentro.

Y eso nos obligará, creo, a cambiar muchos modelos de formación de maestros y muchos conceptos de la edición escolar. El mundo es esa puerta y no es que puedan salir fantasmas, sino que pueden salir muchas más cosas y más impensables. Por eso me parecen ridículos esos textos  escolares que deben cambiarse cuando Yugoslavia se transforma en seis o siete países distintos.

El mundo está constantemente cambiando y son las posibilidades y estilos de cambio lo que hay que retener. Especialmente ahora en que estamos iniciando, me parece a mí, la transición de un mundo de estados o potencias que deben hacerse respetar a otro de ciudadanos que deben poder participar y ser atendidos.

Un maestro que explica. Ciertamente, la explicación nunca morirá. Cualquier asunto del mundo es una historia que hay que explicar, hasta la formación de los minerales. Y que no se sepan todas las respuestas no quiere decir que el maestro no deba venir con todas las historias (y competencias, digámoslo) posibles. Lo más pedagógico es la seguridad en la certeza y la seguridad en la duda.

Una sociedad que espera. Ahí me parece que está el peor fallo de la escuela actual. Tenemos un mundo tan segmentado en intereses diversos que pareciera que no hay una sociedad esperando qué puedes dar de bueno. Incluso el mensaje economicista del futuro que no va a necesitar tantos trabajadores e instaurará la renta de ciudadanía, parece un mal mensaje para la motivación escolar.

Al revés, la escuela debería explorar todos los ámbitos donde pueden hacerse cosas positivas para todo el mundo y que no se están haciendo. Y también la Formación Profesional. Y también esos centros juveniles de reunión y expresión que debieran existir en cada pueblo y en cada barrio y que a menudo son dificultados más que estimulados. Ahí entrará también el mural curricular.

MOTIVACIÓN INTERNA

Aquí no puedo decir mucho pues ésa pertenece al ámbito del alumno y es dónde las competencias de observación del maestro entran en juego. Pero en cualquier caso apunto cinco condiciones internas que todo niño debe cumplir.

Comprensión del espacio y de la situación (qué hago).

Aceptación de la convivencia (estoy para ayudar a cualquiera y para que me ayude cualquiera).

Comprensión de los objetivos (para qué hago esto).

Adopción del proyecto (hago lo que hago porque sé que es un interés propio).

Compromiso con la consecución (no pararé hasta haberlo conseguido; como mucho negociaré las pausas).

En todo caso advertir que estoy de acuerdo con José Antonio Marina, Gregorio Luri y muchos otros en que la motivación es un asunto muy propio que no ha de depender constantemente de estímulos exteriores. Eso diferencia un ser humano de una máquina.

RETROALIMENTACIÓN

Aquí la tarea vuelve al maestro, pero reforzada ya con muchas ayudas.

Sensación de aceptación por parte de los compañeros. Es donde el profesor crea un ambiente y un equipo. Donde debe haber tenido entrenamiento en dinámica de grupos.

Sensación de aceptación por parte del maestro. O sea, donde una ratio excesiva hace más daño. Y es difícil porque es donde el maestro ve a todos sin enfocarse a nadie especialmente. Incluso el que trabaja bien sólo necesita sentir atención. Y el que parece no querer estar tampoco merece la indiferencia.

Evaluación de las dificultades y acuerdo de soluciones. Yo creo que a las asambleas de clase (si se hacen) les puede pasar como a las reuniones del consejo escolar, que sólo hablen del mantenimiento y el comedor (metafóricamente, entiéndase orden de la clase, trifulcas personales, etc). Cuando la materia, viva o muerta, es el objeto propio de la escuela. La asamblea es el momento de ver quién va adelantado o atrasado en algo (ahí entra también el mural curricular) y se acuerdan compromisos de ayuda, reorganización de trabajo, recursos (incluso libros nuevos que puedan comprarse para la biblioteca de aula), etc.

Satisfacción por los resultados. Recuerdo que una de las cosas que más gustaban a mis alumnos en clases de plástica era en los últimos 20 minutos en que yo ejercía de «crítico de arte». No había dibujos u obras buenas o malas, sino las que tenían excesos o defectos, las que insinuaban posibilidades aunque inacabadas, las que no habían seguido alguna regla pero sin embargo apuntaban una buena solución por otra parte. Esa clase era la última del día y siempre acababa tarde pero nadie se quejaba.

Examen cumplido. Seamos serios, los exámenes no son buenos ni malos en sí mismos, sino más o menos útiles. En lo único en que estaría de acuerdo es en no multiplicarlos, sino hacerlos sólo cuando algo los reclame. Hasta insinuaría que pudieran ser más informales y que los mismos alumnos pudieran reclamarlos para saber que cumplen con el mural curricular.

Buscar retos diferentes y superiores. El mural curricular (en otra época lo llamábamos «los mínimos») no tiene por que ser una guía restrictiva sino una referencia. Las asambleas también pueden definir retos superiores a los estipulados o buscar caminos de aprendizaje inexplorados.

En fin, tal vez un día me decida a hablar del mural curricular. No es un objeto fácil de definir.

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