MI VIDA ACADÉMICA, COMO UNA EVALUACIÓN

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No sé cuándo fue la primera vez que me enfrenté a un examen, o prueba escrita, pero tengo conciencia de que en aquellas clases de doña Rosario en la planta baja del colegio ya los hacíamos, por entonces teníamos poco más de seis años.

Desde entonces hasta ahora, tengo la sensación de que mi vida ha estado condicionada por esas pruebas escritas, más o menos extensas, con diseños con distintos grados de vistosidad, con duración temporal variable, pero, todas ellas encaminadas a medir cuánto sabía yo, lo que no tengo muy claro es qué parte de mi conocimiento querían medir.

En este sentido, creo que otros países nos llevan enorme ventaja, por ejemplo, en Finlandia, espejo educativo en el que nos gusta «echar un ojo» de vez en cuando, se evalúa descriptivamente hasta cuarto de primaria, sin calificaciones hasta tercero, y con dos periodos de exámenes a lo largo del curso escolar; con esto, no quiere decir que el aprendiz que se vaya rezagando nadie le preste atención, que para eso está el maestro para ver su situación sin necesidad de una prueba escrita. Porque esa evaluación del maestro construida en el transcurrir de los días, podrá tener en cuenta lo que el niño no aprendió de forma significativa, no únicamente aquello que no supo responder en una prueba.

Recuerdo, especialmente, un momento personal al mirar atrás en este sentido evaluador, con marcado tinte de fiscalización, y fue en unas pruebas que debieron hacerme allá por los quince años, donde informaron a mi familia que eso de “los números no era lo mío” y que mejor orientase mis estudios a algo relacionado con las humanidades, y si algo tengo que agradecer a mis padres es que le hicieron el mismo caso que yo, y me licencié en matemáticas, no con más esfuerzo que el resto de mis compañeros, y pude dedicarme a lo que me gusta, eso sí, habiendo superado cientos de exámenes a lo largo de mis años de vida académica, que si bien supongo que intentaron medir mis conocimientos de la materia, midieron también mi vida personal porque estuvo condicionada por los resultados que tenía, a veces, más de lo debido.

NO ME SIENTO LIBRE DE EXAMEN

Pero no se crean, que a fecha de hoy, con muchos años más, una licenciatura, una especialización, un máster, y un doctorado, no me siento libre de examen, quizá el evaluador de hoy me duele más que el de entonces, porque tengo mayor conciencia de lo que significa y porque coarta aún más mi libertad y podría decir mis expectativas.

El evaluador de hoy, se muestra a través de diferentes siglas, las más conocidas JCR, y es la forma en la que el “sistema universitario” prueba si soy apta para estar o no en la universidad, y les voy a decir que esto está muy lejos de lo que yo considero que debe ser un buen profesor de universidad o de cualquier nivel, porque esas siglas nunca podrán medir la vocación, ni la motivación por el aprendizaje que intento transmitir a mis estudiantes, ni la calidad de mis conocimientos ni cómo los transmito, ni los viajes que realicé observando uno u otro colegio para aprender, ni las tardes que pasé diseñando instrumentos o herramientas que facilitasen las formas de aprender las operaciones, por ejemplo…

Nada de esto lo podrán medir estas siglas porque además es un examen del que no tengo claras todas las reglas, bueno, algunas sí, y es que si intento escribir un artículo con una pequeña muestra, de un grupo natural no aleatorizado, que dé respuesta a un grupo de docentes nunca tendría un apto en JCR. Y conste, que no es porque lo que hacemos, no sea considerado como investigación cuasiexperimental, que puedo asegurar que tenemos en cuenta todo lo necesario para que como tal lo sea.

Pero fíjense, en este tipo de evaluación se cumple una de las premisas importantes para que un proceso evaluador sea adecuado, la retroalimentación, nos dan un informe extenso, señalando los errores, casi marcados con ese bolígrafo rojo que tanto asusta cuando eres niño, que te hace ser consciente aún más que esa investigación en el aula natural, se quedará ahí como una medalla de satisfacción que podré poner en mi expediente interno, pero que no será considerada bajo el paradigma de la evaluación del sistema de siglas.

Nunca tendría un apto en

JCR

Así, con muchas canas en el cabello, continúo sintiendo mi vida en manos de una evaluación constante, encaminada a cuantificar todo, a construir baremos de aptitud, a excluir a personas de lugares, o quitar a niños y niñas las ganas de aprender por el mero placer de hacerlo.

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