En ocasiones, cuando tras dar vueltas a una idea decido plasmarla y compartirla, aquello que parecía tener cabida sólo referido a una temática concreta, comienza a crecer con entidad propia y me proporciona alegrías que no esperaba. Es lo que ha sucedido con un artículo que publiqué en mi web-blog personal y que no aspiraba a tener ninguna vinculación con el ámbito educativo.
El caso es que, bien por los paralelismos que ya existían, bien por sugerencias de amables lectores que me animaron a la pertinente revisión, aquí está su transposición educativa.
Con frecuencia, nos vemos condenados a no poder sosegarnos ni un solo instante, ya sea por la rutina del día a día, ya por lo acelerado de esta sociedad.
Es normal, pues las prisas son la moneda habitual en esta vida moderna que, como dijera Mafalda, tiene mucho de moderna pero poco de vida…
Vivimos inmersos en la transformación continua, heredera directa, si no una inercia aún sin freno, de la revolución industrial.
En este sentido, la enorme e imparable aceleración de las comunicaciones y la intensa infoxicación de superficialidades que abundan en la red apenas nos permiten extraer tiempos de pausa para la reflexión y creación de un pensamiento propio: hay mucha banalidad que compartir.
DILUVIO DIGITAL
La gran cantidad de tiempo que empleamos en consumir pantallas y, en definitiva, la opacidad de la persona que vivimos, como consecuencia del «diluvio digital» en el que nos defendemos a diario, hace que apenas varíen los matices en las conversaciones, que apenas encontremos ocasiones ni espacios para sosegarnos.
Toda esta realidad es absolutamente palpable en cualquier centro educativo, donde, además, hay siempre un sinfín de quehaceres pendientes, mayoritariamente administrativos y sin apenas trascendencia en el aula, que nos impiden repensar nuestra actuación en el aula y compartir con los equipos docentes de nuestro centro qué estamos haciendo en nuestras aulas y con qué fines.
Por otro lado, en el contexto educativo vivimos bajo el paradigma del rodillo curricular, quintaesenciado en el libro de texto y vertebrador de las actuaciones en clase, lugar en el que se baraja el examen como elemento indispensable y único de sentencia de cara a la calificación. Ítem más: son numerosos los lugares comunes que encontramos con excesiva frecuencia en las conversaciones de equipos educativos, colocando el balón en un único tejado, el del alumnado. Son comunes las sentencias en la línea de “que si no presta la suficiente atención”, “ que si quiere saber demasiado”, “que el día que se ponga…”, “si quiere pero no puede…”, etcétera.
Conviene aunar esfuerzos en una empresa en la que nos jugamos cosas tan cruciales como la calidad humana que nos rodea, la que redunda en nuestra definición como personas y la que establece qué tipo de ciudadanos y ciudadanas tendremos en el futuro.
De igual forma que se afirma, sin riesgo a equivocarse, que somos lo que comemos, también somos lo que hablamos, las conversaciones que vivimos y cómo las vivimos, en qué medida somos capaces de escuchar, de empatizar, de entrar en profundidades en nuestros parlamentos, de exponer nuestros planteamientos sin querer establecer imposiciones. Somos, por tanto, las palabras que nos rodean, aquellas que nos nutren y que nos sirven para seguir creciendo en una espiral sin fin, en continua conversación con el mundo y con nosotros mismos.
En educación, como en tantas esferas de la vida, vivimos sin la calma suficiente para enriquecer la esencia de nuestro alumnado. Como refiere Santos Guerra en su blog de obligada referencia, apenas si dejamos tiempo para que el alumnado sopese su nivel de crecimiento. No estamos en la era del pensamiento, sino en la era de la etiqueta que deriva de nuestras actuaciones en un examen.
Rompamos, pues, con aquellos malhadados lugares comunes que tanto nos asedian y seamos capaces de arrostrar la batalla que la sociedad líquida de Bauman nos impone. Nos urge erigirnos por encima de tanta infoxicación, en aras de una construcción identitaria común e individual en la que todas y todos salgamos fortalecidos.
Nos urge. El diluvio no va a cesar y cada vez lo va a hacer con mayor intencionalidad, sin dejarnos margen para la reacción.