En medio de esta crisis de fundamentos políticos, económicos, sociales y culturales, los docentes y esos profesionales que hacen funcionar cada día este sistema educativo, están dando en su mayoría un ejemplo de lo que significa humanizar una crisis. No sólo ellos, hay otros sectores de esta sociedad que vuelven a dar sentido a la palabra esperanza. Quisiera argumentar el porqué y ser a la vez una respuesta de aquellos que quieren dudar públicamente de lo que es un pilar de este país. Sin ellos, no hay presente ni futuro: los docentes y aquellos profesionales que, en diferentes contextos y situaciones, humanizan esta crisis más allá de cierta clase política.
Son los docentes y esos profesionales los que cada día ayudan directamente a resolver situaciones personales que, más allá de sus obligaciones profesionales, pasan desapercibidos a cierta clase política. Esas ayudas pueden concretarse de muchas formas, pero todas ellas sólo pueden recibir tres palabras: humanizar una crisis. Mientras esto ocurre, una clase política absorta en sus privilegios se permite dudar y levantar sospechas e insinuaciones. Ese camino lo único que provoca es romper el debate educativo y social, y acrecentar una distancia y sensación de representatividad que agudiza aún más esta crisis de fundamentos.
Son los docentes y esos profesionales los que cada día soportan y han soportado una avalancha de legislación educativa que nunca los ha tenido en cuenta directamente. He dicho directamente, no los supuestos expertos endogámicos en los que se suelen basar las decisiones de política educativa. He dicho directamente, no de aquellos que se permiten pontificar sobre los problemas educativos sin haber estado en una aula de infantil, primaria o secundaria. He dicho directamente, no de aquellos que monopolizan los debates mediáticos desde la opinología, tan errática y falta de saber de la complejidad educativa.
Son los docentes y esos profesionales los que cada día saben y se enfrentan directamente a la mayor crisis social que desde hace décadas sufre este país. Mientas existen familias y alumnos que no pueden enfrentarse a las necesidades básicas, mientras existen situaciones límite de todo orden que son un resultado de lo anterior, son los docentes y esos profesionales los que ponen rostro y soluciones a unas administraciones que, sin cumplir con sus funciones, se permiten mediante sus representantes advertirnos de lo que ya sabemos por experiencia propia. Frente a su dejadez y desamparo -hay excepciones-, la ejemplaridad de aquellos que deben hacer que este sistema no se paralice definitivamente.
Desde INED21 queremos decirles a todos ellos y a todos los que siguen justificando esta palabra, humanización, algo sencillo: gracias. Queremos decirles que, más allá de las diferencias legítimas de lo que opinemos sobre educación, su ejemplo vale más que tantos discursos vacíos que seguimos escuchando. No, nos engañan. Nadie está por encima de una ciudadanía. Nadie que entienda la profundidad de esa palabra griega, democracia, puede ignorar u obviar a los que hacen que esta crisis tenga rostro aún. El laberinto educativo merece diálogo, y éste comienza con un actitud: escuchar. No hay verdades definitivas, y menos en educación. Se puede y debe hacer: gracias a todos por seguir ahí a pesar de todo.
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