Prosigo con el análisis de los lenguajes antididácticos. Hoy analizaré esa segunda modalidad que es el lenguaje desconfiado. El objetivo es darnos cuenta en nuestra práctica docente de cómo aparecen y las funciones que cumplen dentro del trabajo de aula. En verdad, esos lenguajes desconfiados interfieren y obstaculizan una dinámica de clase adecuada. Una idea central es la siguiente: los lenguajes desconfiados son consecuencia de lagunas individuales y pedagógicas que debemos y podemos subsanar. Es más, sin ser un problema estructural de nuestra personalidad, todos podemos haber adoptado, lo sepamos o no, estos lenguajes. Ser conscientes de ellos, es una primera salida del laberinto de la desconfianza.
Un lenguaje desconfiado es un lenguaje defensivo frente a cualquier afirmación o crítica constructiva de un alumno y/o grupo. El profesor ha perdido la confianza en sí mismo y en su capacidad de dirigir la tarea de enseñanza-aprendizaje, de ahí que declare o muestre una actitud y un lenguaje defensivo continuamente. Cualquier afirmación será vista como un ataque, cualquier crítica que pueda mejorar el ambiente o la dinámica de clase, será rechazada de antemano. Cualquier señal será interpretada como un ataque a esa autoridad que, en verdad, se ve cuestionada. Es más, ese profesor sentirá una progresiva pérdida de autoestima que afecta, inevitablemente, a su vida personal. No es casual que esta profesión tenga esa transferencia continua entre trabajo y vida. Formamos personas, y a su vez nuestra personalidad se pone en juego.
Un lenguaje desconfiado es un lenguaje que, continuamente, pone en duda o problematiza la conducta o práctica educativa de un alumno y/o grupo. ¿Por qué? No existe el más importante capital social que fundamenta cualquier interacción: la confianza. El profesor inicia un cuestionamiento del pensamiento y la conducta del alumno y/o el grupo. La sospecha se generaliza e imposibilita una dinámica adecuada para la tarea de enseñanza-aprendizaje. Dudar y/o problematizar cualquier intervención, son variantes donde se escenifica este proceso. Un detalle: se duda y se problematiza sin ningún objetivo didáctico. No es solamente un lenguaje defensivo, es un lenguaje que indaga y profundiza en esa desconfianza. Busca confirmarla en cualquier supuesto indicio o señal. Todo es percibido con una segunda intención, y la clase se ha transformado en un círculo de problemas continuos. La interacción es equivocada, y sigue una dinámica que parece incontrolable. El círculo vicioso ya no se puede parar.
Un lenguaje desconfiado es un lenguaje que nunca otorga posibilidades de mejora al alumno y/o grupo. Todo lo anterior desemboca en esta última realidad. Se abre una grieta entre la actitud y el discurso del profesor y el alumno y/o grupo. Aparecen respuestas agresivas, desafiantes, o de indiferencia directamente. Y comienza un lenguaje fatalista y/o víctimista. Ya no es posible ninguna mejora individual o de grupo, instalándose finalmente un vacío comunicativo que provoca una atmósfera de aula donde el aprendizaje es imposible. Cuántas veces se cronifican situaciones que, bien identificadas, tienen solución. Cuántas veces se utiliza un lenguaje catastrofista para ocultar esas lagunas en nuestra gestión y control del aula. El pesimismo continuo puede ser una estrategia para evitar afrontar un problema profesional. A veces, de una falta de equilibrio personal que se lleva al trabajo. No hay lenguaje inocente, no hay lenguaje que no nos muestre finalmente. Sí, verbal y no verbal.
Este análisis de los lenguajes antididácticos tiene un objetivo: la mejora personal y profesional de sus protagonistas. No podemos caer en el voluntarismo, este cree que sólo con querer algo, el resultado llega. No, hay otras opciones. El compromiso y la formación adecuada son las vías que debemos adoptar. Motivar es motivarse, no podemos olvidarlo. Evitar asimismo el pensar que esos problemas son del otro. Ese otro, muchas veces, lleva nuestro nombre. Pero es la autocrítica el primer paso para transformar nuestras prácticas educativas: estos lenguajes antididácticos están en nuestras aulas. Las instituciones públicas y privadas tienen el deber y el objetivo de ofrecer una formación docente del s.XXI: actualizada a los problemas y retos actuales, práctica en su diseño y aplicación, y basada en la mejor investigación. Es un deseo, la mayoría de las veces sigue sin cumplirse. INED21 es un pequeño paso en esa dirección. Ofrecer una ventana para que otra educación sea posible. Mejorar es un verbo posible para todos, ese es el motivo principal de lo que compartimos.
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