LENGUA, DIVERSIDAD E INTERCULTURALIDAD PARA MEJORAR LA #EDUCACIÓN

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Por las lenguas indígenas del mundo. Su preservación es la preservación de nuestra identidad

La lengua es, a la vez, un medio de actuar y, también, una representación del mundo que configura la identidad cultural de todos los individuos que la comparten. Hoy en día, que se habla tanto de bilingüismo y de la importancia de aprender inglés para que las nuevas generaciones adquieran unas mayores y mejores competencias para la vida, creo que nos hemos olvidado de la esencia: despertar la conciencia plurilingüe en el individuo, que no solo debe conllevar una mejora de su actuación en las distintas situaciones comunicativas, sino que tiene que llevar aparejado el reconocimiento de una identidad lingüística y cultural que, en su naturaleza, es plural y compleja, reflejo de la diversidad que nos rodea y de la que formamos parte: Lengua, diversidad e interculturalidad para mejorar la educación.

Y digo esto porque la didáctica de la lengua, y a ello en parte ha contribuido nuestra labor como docentes, se ha convertido con el paso de los años en una demostración de la hegemonía cultural y lingüística que determinados territorios han ejercido sobre otros, y creo que, en educación, sobre todo, no se trata de eso. En nuestra labor como docentes de español o de otras lenguas, está el inculcar a la juventud que las características lingüísticas de un determinado grupo de hablantes son patrimonio de esa comunidad, y que ese acervo cultural corre peligro de perderse si deja de usarse porque pudiera pensarse que es inferior a una variedad de otro territorio que ejerce una dominación histórica sobre una comunidad –como es el caso, por ejemplo, de las lenguas indígenas–.

No olvidemos que la lengua y sus características conforman la identidad de un pueblo y es legítimo y loable no solo, por ejemplo, que los canarios y las canarias defendamos y usemos sin complejos los rasgos que definen nuestra variedad, sino también entender que en su conformación, el español de canarias es una creación colectiva que se nutre de multitud de lenguas y culturas que contactaron con nuestros descendientes. Porque no se puede entender el español de canarias sin el contacto con otras variedades del español, sí, pero tampoco sin el contacto con el árabe, el portugués u otras lenguas amerindias que, en algunos casos han caído en el olvido y han sido relegadas a la marginación a causa de una visión colonialista de la expansión del español en el mundo.

Los estudios de la educación intercultural no entienden las culturas como fenómenos aislados, sino en su contacto, unas con otras; en la interacción, en la mediación. Las quiebras territoriales y las visiones totalitaristas de estos convulsos tiempos están impregnando de muros y de barreras nuestra percepción de la otredad, de la diferencia y de la diversidad. Por eso, hemos de servirnos de la lengua, diversidad e interculturalidad para mejorar la educación. Sin embargo, nuestro alumnado aprende antes a localizar el sujeto en una oración que a Mauritania o a Senegal en un mapa, a pesar de lo cerca que está nuestra región, Canarias, de estos lugares. Hay quienes saben que la palabra “papa” (‘patata’) viene del quechua, sí, pero poco saben que esta lengua indígena es, según datos de la UNESCO, una de las 2500 lenguas del planeta que corren riesgo de desaparición.

En ese sentido, si algo tienen en común, por ejemplo, muchos contextos del continente africano con otros de América central o del Sur es que su historia se ha forjado a partir de la “diferencia”, entendida esta de forma peyorativa, circunstancia que ha sido aprovechada en ocasiones para perpetuar distintas formas de discriminación.

Un cambio de rumbo

Ante todo ello, en línea con un pensamiento de Paulo Freire, cuando mantenía que “los oprimidos han de ser el ejemplo de sí mismos, en la lucha por su redención”, se nos antoja fundamental, en la forja de un cambio de rumbo, transformar el papel tradicional que los estudiantes han tenido como objeto de la educación y convertirlos en sujetos de ese necesario cambio de enfoque, en un ejercicio de construcción activa, crítica y participativa de esta realidad plural y diversa que nos conforma, nos enriquece y de la que nadie puede quedar fuera.

El camino que emprendamos los y las docentes que nos dedicamos a la enseñanza de lenguas y de literatura debe ser aquel que nos embarque, junto al alumnado, como guías en un proceso de búsqueda conjunta de una identidad plurilingüe que nos conforma a todos y a cada uno de nosotros, aunque solo hablemos una lengua materna. Aunque no tengamos un B2 en inglés o un B1 en francés, la identidad de cada persona se nutre de la diversidad cultural y lingüística, y esta riqueza no solo nadie nos la puede usurpar, sino que debe ser defendida por la juventud ante las generaciones venideras y otras comunidades, porque preservar la riqueza lingüística es preservar parte de nuestros valores. Con este enfoque inclusivo, estamos procurando también evitar lo que podríamos llamar la ya mencionada “colonización” lingüística, reflejo de la histórica imposición cultural que las élites dominantes han ejercido sobre las comunidades ocupadas.

Galego, euskera, español, catalá… La lengua es un ejemplo más de la diversidad cultural del ser humano, y su vinculación a una comunidad o a otra u otras no será sino una asociación creada de acuerdo al corpus identificativo de cada individuo, que no tiene por qué atender a cuestiones geográficas o de otra índole, sino que se concibe dentro de la riqueza de identidades que va adquiriendo cada persona a lo largo de su vida. Cuando una persona de Canarias, por ejemplo, entra en contacto con otra de  Cataluña, entra en contacto con su acervo e identidad cultural y, fruto de esa interacción, se produce un encuentro que nos enriquece a través del diálogo y por el que hacemos nuestra no solo la voz de esa persona y sus características lingüísticas, sino también su literatura, su música, su pintura o su escultura.

Más críticos, más libres

Por ello, en esta redefinición de nuestra función, es importante una concepción abierta y flexible del currículo, sí, ese “tocho” que nos encorseta, condiciona nuestra libertad como personas creadoras y nos convierte en profesionales que producen para un sistema que nos demanda resultados. En esta nueva mirada, debe imperar siempre la forja desde nuestra posición local de una conciencia global ante los desafíos que a todos nos atañen, independientemente de en qué punto de planeta estemos, y de la lengua que hablemos. Recordemos que, hoy en día, enseñar lengua y literatura es el pretexto para conseguir un fin, que no es ya tanto la mejora de la competencia comunicativa, sino educar a unos individuos más responsables, más críticos y más libres.

En ese camino, atrevámonos a leer el Quijote, claro que sí, pero no al Quijote en las lecturas ni miradas de otras épocas, sino al Quijote de nuestro tiempo, que, en la historia del Cautivo, por ejemplo, habla ya de entendimiento entre culturas, cuando se hace alusión a una “lengua, mezcla de todas las lenguas, con la cual todos nos entendemos”. Atrevámonos a seguir leyendo las obras clásicas, las de otro tiempo y las contemporáneas, pero no solo las de siempre, las que nos enseñaron a nosotros, sino también leamos a las mujeres autoras exiliadas de la cultura, en un corpus patriarcal del olvido que, también, ha sido común en la literatura de otros contextos.

Recuperemos, por ello, sin temor, a los personajes femeninos en conflicto interior, por ejemplo, de Benito Pérez Galdós, ahora que se acerca el centenario de su fallecimiento, pero hagámoslo como parte de un mundo narrativo más amplio, coral y polifónico del que también pueden formar parte autoras de contextos marginales, como, por ejemplo, puede ser el de la literatura africana, tan cercana y tan lejana a la vez de Canarias. ¿La premisa? Lengua, diversidad e interculturalidad para mejorar la educación.

Quién se atrevería a negarnos que el fluir de la conciencia de la lucha interior y las técnicas narrativas que ello conlleva, pueda estudiarse en Ana Karenina de Tolstoi, en Tormento de Galdós o en Madame Bovary de Flaubert, pero no pueda hacerse leyendo Kehinde, de la nigeriana Buchi Emecheta. En esta novela, leemos, por ejemplo:

“Kehinde, impresionada en contra de su voluntad, dejó que Albert tomara las riendas de todo. Hacía mucho tiempo que no se permitía el lujo de que cuidaran de ella. Kehinde había llegado excitada y combativa, dispuesta a justificarse, pero sin esfuerzo volvió a aceptar su antiguo papel de sumisión”.

En la polifonía de estos narradores y narradoras, si los estudiamos en su conjunto, fuera de una visión eurocentrista, observaremos que resuenan distintos ecos: escucharlos (o leerlos) sin discriminación nos ayuda a articular lo que podríamos llamar una pedagogía de la escucha intercultural que desde la alteridad debe significar también abrirse a la otra, dotarla de voz y reconocerla como elemento con valor en sí misma”.

En ese camino de la alteridad, de la diversidad y el encuentro de culturas y de voces –por el que transitamos haciendo uso de la lengua, la diversidad y la interculturalidad para mejorar la educación–,  quiero recuperar, ya para acabar, unas palabras de Umberto Eco, extraídas del libro La búsqueda de la lengua perfecta en la cultura europea:

“Una Europa de políglotas no es una Europa de personas que hablan con facilidad muchas lenguas, sino, en el mejor de los casos, de personas que puedan encontrase hablando cada uno su propia lengua y entendiendo la del otro que no sabrían hablar de manera fluida, pero que al entenderla, aunque fuera con dificultades, entenderían el “genio”, el universo cultural que cada uno expresa cuando habla la lengua de sus antepasados y de su propia tradición”.

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