CA
CONOCER Y ANDAR
(CONOCER EL CAMINO ≠ ANDAR EL CAMINO)
Era 1999, se estrenaba Matrix y como para muchos, ver a Trinity suspendida, con gafas de sol, embutida en cuero negro, en aquel cuarto oscuro, dejando KO a varios agentes de policía —y todo lo que pasó durante las dos horas siguientes— marcó un antes y un después en mí.
La trilogía planteaba un mundo controlado por inteligencias artificiales que a falta de energía cosechaban los cuerpos de los humanos como baterías. Para ello, mantenían sus mentes conectadas a una red social virtual que representaba el final del siglo XX, Matrix. Los pocos hombres y mujeres libres entraban de forma clandestina a Matrix para desconectar a aquellos que inconscientemente intuían que en sus vidas algo no cuadraba.
Casi veinte años después he vuelto a ver las tres películas, no sin algo de miedo a que como con otros recuerdos del pasado me llevara una decepción en el reencuentro. No ha sido el caso —siguen siendo fantásticas—.
Además de darme cuenta de que no las había entendido, he descubierto que el boxeador Roy Jones Junior contaba con un pequeño papel; que el “joven” Keanu Reeves de la primera parte tenía —para mi regocijo— la edad que tengo yo ahora y, sobre todo, cierto paralelismo con la actualidad política, porque:
¿Y si viviéramos en una mentira, acomodados dentro de un sistema
que no controlamos, alimentándolo sin saberlo?
MÍNIMOS QUE SE DEBÍAN CUMPLIR
No soy el primero que ve las similitudes de esta España; que según el índice de transparencia internacional es junto a Turquía y Libia de los países con mayor crecimiento en la percepción de la corrupción en los últimos cuatro años; y de la obra más famosa de los Wachowski.
Ministros, presidentes autonómicos, alcaldes y otros altos cargos públicos que derivan contratos de millones de euros a empresas de las que forman parte, que ganan —sin apostar— abultados premios de loterías, que pasan a ser diplomáticos “sin carrera” o directivos con sueldos estratosféricos en empresas energéticas del IBEX35, pruebas que desaparecen de juzgados, jueces que parcializan declaraciones, policías que actúan como sicarios, mordidas, medios de comunicación influenciados por los mismos intereses y personas que deberían denunciar…
En el colegio –en la EGB– recuerdo escuchar a profesores aclarar previamente que un examen con tachones o con muchas faltas de ortografía era un suspendido automático y que independientemente de que el contenido fuese correcto no se corregiría, eso vendría después. Luego, en la facultad, nos exigían ser capaces de desarrollar las ecuaciones, si sólo las usábamos a la hora de aplicarlas el problema era incompleto y aunque el resultado fuese acertado, no se puntuaba, porque eso vendría después. Existían unos mínimos que se debían cumplir.
¿Cómo hemos llegado a dejar en segundo plano
las corrupciones por parte de los partidos políticos?
SIN QUE PASE NADA
Es cierto que –en general— para un amplio número de ciudadanos, la preocupación más grande que parece existir pueda ser cuándo ver la última película de la Marvel o ir a probar la nueva tasca del centro, es verdad, muchos vivimos en eso que llaman la “economía del bienestar”. Nuestros abuelos y padres lo tuvieron peor, somos unos privilegiados. Fue necesario el trabajo de otros para llegar donde estamos. Pero no por ello deberíamos hacernos los ciegos y permitirlo todo. Es una falta de respeto para los que están peor, una vergüenza, una tomadura de pelo, un mal ejemplo para el resto de la sociedad, es rechazar la pastilla roja de Morfeo, la que nos lleva a la realidad, simplemente porque en la ignorancia está la felicidad —porque el sistema lo aguanta y yo no lo entiendo—.
Pero es que ya no es cuestión de que unos pocos aprovechando estar en las sombras se hagan con “pequeñas” cantidades, son primeras figuras, a los ojos de todos, apoderándose fraudulentamente de millones de euros sin que pase nada.
CERO CASOS DE CORRUPCIÓN
Habrá quien llame a todo esto populismo –en un sentido despectivo— puede que sea así, pero puestos a palabrear, en mi opinión, lo que vivimos es más bien una “oligarquía no declarada” una “mafia endogámica” que de no corregirla desde dentro hará que los que vengan nuevos, de un lado o de otro, solo tengan tres opciones: acabar como ellos, desertar o ser repudiados. No abogo a la espiritualidad, a los lemas facilones, a emociones, esperanzas, principios o valores básicos, no creo en la reencarnación de grandes personajes de la transición, de líderes bolivarianos, ni de ningún elegido —como Neo— que traiga la solución, lo que defiendo son las matemáticas: un partido político limpio es aquel que hace la vista gorda a cero casos de corrupción –fíjese que no digo que no los tenga, digo que los denuncie, ya sean del presente, del pasado o, en su caso, del futuro— lo cual es algo independiente a ideologías. Ese no sería un mal mínimo a partir del que poder evaluar su gestión, pero eso vendría después.