LA CULTURA, SI NO ES VIDA ES PURO FÓSIL

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CLÁSICOS EN LAS AULAS

Las causas y los contextos

Sigue preocupándome la preocupación de los académicos e intelectuales por la decadencia de la cultura y del estudio de los clásicos en las aulas. Y subrayo que lo que me preocupa es la preocupación misma. Un maestro demasiado preocupado no enseña bien, creo.

Y me parece que hay algo de fariseísmo, no se enfaden, muy poco, en esos lamentos y a ratos jeremiadas sobre la cultura y los clásicos. Y no lo digo porque me parezca que no tienen razón, que la tienen, creo; sino porque no me parece que profundicen suficiente en las causas y los contextos. Y diciendo esto, ya me estoy comprometiendo a hacerlo yo. O sea que, sin miedo al error, allá vamos.

De entrada, la cultura no es un palacio, ni un edificio de oficinas y los clásicos no son una casta noble a la que haya que reverenciar. Es de esas obviedades que hay que repetir porque un potente atavismo universitario nos suele cegar. Quiero decir que en ámbitos universitarios y culturales, el feudalismo parece no haberse extinguido del todo. Y la Biblia sigue siendo reducto de la Iglesia.

Supongamos que la Biblia significa la cultura (alta) y el feudalismo, la universidad y los cenáculos. Los poderosos (los que pueden) mantienen la cultura (alta) en sus vitrinas y en esta época supuestamente democrática, ponen su patrimonio (se lo han currado, nada que decir) al servicio del pueblo. Pero éste debe subir a sus castillos y verlo en sus vitrinas.

El catedrático se lamenta de que los niños o los jóvenes no lean clásicos. Los padres progres pleitean, «va, niño, sube al castillo y empápate». El «niño» tiene cosas más urgentes y, por supuesto, más gratificantes. Y, de hecho, los padres progres, también. Raramente, suben ellos mismos al castillo, si es que lo han hecho alguna vez. Shakespeare tenía que pelearse con los nobles que se creían con derecho a cruzar el escenario en plena representación para saludar a algún conocido (Stephen Greenblat dixit), cosa que no hacía ningún plebeyo.

Los clásicos viven porque tienen una fama difusa y, de vez en cuando, alguien los visita, los frecuenta y los presenta. Y, entonces, los lleva a uno de esos salones, que hoy son las editoriales, que invitan al público a conocerles (Montaigne, por ejemplo, ha sido más famoso –que no importante– de unos años aquí). De golpe se redescubren infinidad de favores que nos hicieron y lo bien que entendieron el mundo (o eso dicen los salonnieres).

Pero a esas soirées, no se llevan niños porque los clásicos explicaron otros mundos que se contienen en éste pero permanecen herméticos a la vista. En los salones se les explican rápido a los adultos, pero los niños estorban.

Entonces, los adultos se enteran de Cómo vivir o una vida con Montaigne o Cómo vivir según Homero o según Thoreau o según Machado (vid. Editorial Ariel). Y no sé si muchos adultos tienen tiempo para saber cómo pueden vivir vidas que ya tienen encarriladas.

A los niños les presentamos un microMontaigne o un microMachado encapsulados en el libro de sexto o de tercero de la ESO intentando que vean un clásico donde ni él mismo podría reconocerse.

VIDAS SUGERIDAS

Que cada escuela construya su canon

No, a los niños hay que invitarles a los salones mucho más que a los adultos. Tal vez, deberían ser los pequeños los que llevaran a sus padres si no les incomoda. Porque en este mundo de adultos con prisa, los clásicos apenas viven en la calle. Sólo los niños y los jóvenes tendrían tiempo de hacerles caso y de llegar a entenderlos.

Sólo los niños pueden probar plenamente vidas sugeridas por sus antepasados. Sin pretender presentarlos todos a todos. Pero en una sociedad así, con jóvenes así llegados a adultos, tal vez, los clásicos llegaran a vivir en la calle y cualquiera se los podría encontrar y preguntarles cosas. La pavorosa falta de conciencia histórica y de familiaridad con lo dicho y pensado en la historia nos convierte en la sociedad ensimismada y frágil que somos.

Así que yo sugeriría a los editores-salonnieres que inviertan sus prioridades, que siendo adultos piensen más en los niños y en cuando eran niños. Jueguen con los clásicos, muéstrenlos con su mundo a cuestas bajo todas las perspectivas para que el mundo les conozca y les quiera.

Pero, sobre todo, a los maestros, que son los que en esto tienen el poder en sus manos. Pero, sobre todo, a los profesores de facultades, que tienen el poder sobre el poder. Y que cada escuela construya su canon con los infinitos materiales que les ofrezcan (nada más lejos del infinito que un libro de texto). Sólo así, los catedráticos encontrarán en el futuro más público y más contertulianos profundos. Y puede que hasta encontremos gobernantes ponderados e imaginativos.

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